miércoles, noviembre 09, 2016

Segunda Llamada

El tiempo es un viaje circular, lo recordé cuando vi tus ojos y fue como si no hubieran pasado ocho meses.
No me gustan los aeropuertos, a veces son agobiantes, a veces tienes la impresión que algo se pierde irremediablemente en ellos, pero ayer me gustó esperar en la puerta de salida, una persona anónima entre un mar de gente anónima que espera, para saltar de alegría cuando vi la sonrisa que empacaste en tu maleta. Son mágicas las maletas, sellados contenedores de sueños que se abren con la algarabía de la sorpresa, en esto, son iguales a los sombreros de mago.
El caso es que te abracé  para que tu pecho detuviera la carrera loca de mi corazón. Ese abrazo fue tal y como lo había dibujado detrás de mis párpados: infinito y perfecto, como deben ser las cosas que se anhelan.
La piel tiene memoria, lo recordé al encontrarme con tus manos, sabias como el tiempo, pero eso no voy a contarlo ahora, porque hay cosas que no cuento, para que queden guardadas en la tierra profunda del secreto y germinen solo cuando la luna las toque con su luz azul.

En la mínima soledad de la madrugada, me escabullo a ver cómo el sol va tiñendo de luz las montañas que nos rodean, a nosotros, pequeñas cosas hechas de melancolías y esperanza. Cuando el día llegue pleno a dibujar lo real de las formas, nos juntaremos con otros soñadores a planear cómo quebrar el cotidiano a punta de risas, desde donde quiera que nos toque colocar el escenario.

jueves, noviembre 03, 2016

R

Ya  fueron los nueve días. Los sapos con capuchas de fraile caminaron en larga fila llevando velas para acompañarlo a usted  al final del largo pasillo donde Carlos V lo esperaba, para que le cuente historias  de brujos oscuros y blancos asesinos.
Yo pensé que esta tristeza pegajosa que me tapaba los poros cada vez que me sentaba a escribir de usted, haciendo  que el agua se me saliera por los párpados, se había desprendido como costra de culebra que parece ser pero solo es recuerdo; pero hoy que me siento a escribirle unas letras para desearle buen viaje, me empapé de nuevo, cada vez menos tormenta y más llovizna, qué cosa más jodida es consolarse con el pañuelo del tiempo y poder  escribir.
No me gusta ver los barcos que zarpan  llevándose dentro las posibilidades, no me gusta ir a despedir las promesas a los aeropuertos, lo he intentado y no me gusta estar en cuartos anegados de tristeza, diciendo adiós de a poco, por eso le escribo ahora que usted ya ha regresado al mar.
Me alegra que haya podido librarse de la tierra, de su peso oscuro y sin memoria y que haya podido regresar a su amado mar de tormentas que lanzan príncipes desconocidos a costas salvajes, para que se transformen en leyenda; a las claras profundidades del mar a ver cómo se construyen las paredes de ese castillo fantástico, solo para que caigan tiempo después, quien quita me lo encuentro un día de estos apurando a los piratas para escapar de adormilados cocodrilos.
El agua tiene eso, lava todas las injurias y todas las tristezas, por eso no me pesa que estas palabras vayan  empapadas, así le llegan más limpias a dónde esté tomándose los roncitos (acompañado de un vaso de agua por supuesto), viendo que atardece y recordando lo que se amó.
Gracias por las anécdotas  en la luna y por preguntarme si conocía a Cortázar, a Girondo y a Rolando Costa. Gracias por los besos  como excusa para escandalizar, por los personajes y las palabras que  me regaló para el escenario. Gracias por leer y sugerir sin lastimar, gracias por lo publicado. Gracias por la última aventura con penaltis de morro y viaje al inframundo de donde se regresa por pura picardía y necedad.

Yo a usted lo voy a extrañar. Bastante. Pero me alegra que al fin haya logrado su deseo de dejar la melancolía y con maleta, sombrero de copa y paso sin apuro, haya regresado al mar.

lunes, julio 11, 2016

Sobre abusos y teatro

El corre corre habitual parece ceder un poco y vamos solventando deudas de tiempo conmigo misma y con las cosas que suceden allá afuera, en eso que dicen, es el mundo real.
Hace dos semanas, el 28 de junio, La Prensa Gráfica publicó un reportaje: Los abusos que esconde el escenario, donde varias actrices contaban, por primera vez en un medio de comunicación,  historias de abuso psicológico, emocional y sexual. Al margen de la idea central de esto, me desviaré un poco para decir que es una de las poquísimas veces que veo tanto espacio dedicado al teatro en un medio de comunicación, el resto del tiempo la producción teatral independiente es invisible en los medios, he ahí el desvío, regreso.
Lo primero fue asombro, si, la mayoría hemos escuchado charlas de pasillo donde dicen que dicen que este o este director, "se pasan" con las actrices y actores jóvenes de sus clases o montajes, pero habían allí historias que al menos yo no conocía y entonces, lo segundo que pasó fue ira: resultaba indignante que mujeres que realizan una labor teatral constante hayan tenido que pasar por esto y seguir en el medio y tener que toparse una vez si y otra también con sus agresores... Y luego, lo tercero,  el silencio del medio teatral, tan presto a emitir su opinión ante otras noticias y acontecimientos facebukeros, ese silencio mezcla de estupor, miedo y vergüenza, el mismo que guardan muchas familias salvadoreñas cuando sus hijos e hijas les cuentan que han sido abusados o violados por un pariente cercano.
Como era de esperarse, el artículo ha desatado diversas opiniones y el testimonio de una de las entrevistadas, publicado en su cuenta de facebook, Historias de un domingo. Junto con esto, la renuncia de uno de los señalados por abuso sexual en el reportaje, a través de la cuenta de twitter de la diputada Lorena Peña, quien es además Secretaria de Cultura del FMLN... hasta allí han llegado las cosas. Tampoco voy a detenerme en esto, porque no me interesa establecer un debate hincha-político sobre el tema.
Lo que si me interesó y me dio vuelta en la cabeza durante estos días son las relaciones que establecemos en nuestro teatro, reflejo de las relaciones establecidas en nuestra sociedad, que han permitido y siguen permitiendo los abusos sexuales y forzando el silencio de las víctimas.
Se necesita ser mujer  en este país, para comprender qué tan interiorizada puede estar la inseguridad sobre el tener potestad absoluta de nuestro cuerpo, nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestra voluntad y nuestros deseos. En general, la mujer siempre es para alguien más en primer término y luego, tal vez, para sí misma.
¿Se le hacen familiares estas frases?: "el hombre llega hasta donde la mujer permite", "el matrimonio dura lo que la mujer aguanta", de manera sutil es el mismo razonamiento que hace que le pregunten a una víctima de violación cómo iba vestida o qué hacía en ese lugar a esa hora. Es decir, teóricamente se delega en la mujer toda la responsabilidad por la conducta del hombre, como si este no tuviera el menor dominio de sí. Sin embargo, en general, el No de la mujer no es efectivo en la práctica porque "las mujeres cuando dicen que no es para hacerse rogar", es decir, las mujeres siempre quieren decir que si. En todo esto se olvida que el abuso y la violación no se trata de amor o sexo, sino de poder.
Y aquí entramos en otro de los grandes temas de la cultura de violencia que es parte de nuestra construcción social. El ejercicio del poder en El Salvador, desde nuestra fundación, nos divide en víctimas y victimarios y ante esa realidad, todo mundo quiere apuntarse al segundo grupo sin duda, así que en cuanto se accede a una cuota de poder, por pequeña que sea, es aprovechada para distinguirse de sus pares y ponerse a salvo. Esta dinámica atávica nos hace dirimir cualquier conflicto no por la palabra, que demuestra ser inútil, ni por las instituciones, que demuestran no ser confiables, sino por la violencia.
En este punto y en esta sociedad que re victimiza a las víctimas y deja impunes a los victimarios, atreverse a denunciar me parece un acto de profunda valentía por parte de las actrices que lo realizan, pero si esperamos cortar el ciclo, si esperamos cambiar los patrones culturales de violencia e impunidad, es preciso pasar del linchamiento social al uso de las vías legales e institucionales para obtener justicia. Justicia, no revancha, a pesar de la ira y el dolor acumulados en nuestro género por la violencia sufrida en nosotras y en nuestras ancestras, esto puede marcar un cambio. Si no se logra una sentencia condenatoria, se sienta un precedente en el medio teatral para la denuncia por la vía legal de este tipo de situaciones y se respeta la presunción de inocencia que asiste en un estado de derecho como el que queremos construir en nuestro país.
Y la otra cosa que me daba vueltas en la cabeza: esa dizque "zona gris" donde no se sabe si lo vivido es parte de un proceso de enseñanza o producción artística, o un abuso. A diferencia de otros trabajos, los artistas escénicos usamos nuestro cuerpo, nuestra voz, nuestras emociones, como instrumento de trabajo, es decir, somos sujetos y objetos en escena y por más de un siglo el director ha sido en la tierra del teatro, su pequeño dios. Un sabio de nuestro tiempo dijo que con un gran poder, viene también una gran responsabilidad, la responsabilidad no es solo estética sino ética y esto no es moralismo subjetivo o aspaviento mojigato, si no nuestra capacidad de discernimiento respecto al bien y al mal en nuestra conducta, aunque parezca anacrónico en nuestro tiempo.
Creo que el teatro no es solo lo que hacemos en escena para expresarnos, para exorcizar nuestros demonios de forma socialmente aceptable, o para buscar la belleza, es también las relaciones que construimos dentro del grupo y con el espectador. El teatro, ese oficio que nos esforzamos en volver academia para que vean que es "serio", para hacerlo merecer, es como todo oficio, algo que pasa de maestro a aprendiz  y es responsabilidad del maestro que el oficio pase de forma responsable y ética, el teatro  es la zona de resistencia de nuestra humanidad ante esta realidad que nos pone de cabeza. En este sentido no hay "zona gris" entre usar hábilmente las herramientas de nuestro oficio para hacer y compartir nuestro arte, y usar nuestro conocimiento para abusar de quienes confían en nuestra habilidad como maestros del oficio.
Los tiempos cambian, los usos sociales cambian, las relaciones cambian, si no, seguiríamos rompiendo reglas de madera en las manos de los alumnos porque "la letra con sangre entra". También en el teatro es tiempo de que las cosas cambien y que continuemos dignificando el oficio, pero no solamente en la escena, si no también en relaciones éticas y dignas con los que hacen posible este oficio.

lunes, junio 06, 2016

Lunes

Me gusta junio por gris, me gusta por lluvioso... como hoy, en que la luz de las 5.30 de la mañana apenas daba noticia de que había amanecido y estaba esta llovizna, de gotas pulverizadas por el martillo del viento, hasta volverlas casi rocío, esta llovizna finita, de la que te deja caminar un par de cuadras antes de darte cuenta que estás mojada. No como la lluvia violenta de finales de invierno, donde si te quedas parado un par de segundos, terminas hecho una sopa... esta lluvia hay que aprovecharla, así que me pongo la chumpa y me dejo la sombrilla en casa.
El Niche olfatea el aire mojado y fresco, todo está lavado y acuoso: el concreto de las aceras, la tierra, los portones chirriantes de pura humedad, las hojas del nance que gotean agua y fruta, las gentes que pasan de prisa y con la cabeza baja, esperando que el bus venga pronto, para salir de la lluvia y juntarse a los demás cuerpos enlatados.
Me gustan los lunes... es como si después del silencio de la tarde de domingo, la vida hubiera vuelto a comenzar. Cuando salgo a caminar los lunes no puedo evitar pensar qué nuevas cosas haremos, cómo saldrá todo lo que se ha planeado, qué lugares, qué gentes encontraremos... me gustan los lunes.
La llovizna nos ha puesto silenciosos al Niche y a mí, supongo que él piensa en sus cosas perrunas, mientras yo pienso en mis cosas de humano. En nuestro próximo estreno, por ejemplo. Finalmente creo que encontré la forma de convertir a Hunahpú e Ixbalanqué en el Sol y la Luna, aunque no estaré segura de eso hasta que lo vea montado... suspiro... siempre me pasa esto con los estrenos ¿Qué pasa si esta buena idea no es una buena idea? ¿Qué pasa si las buenas ideas se estancan? ¿Se entenderá la idea?... ¿Quién me mete a mí a hacer teatro?
Suspiro.
Veo el tronco a la orilla del camino, cubierto de hongos en repisa... automáticamente pienso: Coriolus... ¿versicolor? mmm... estoy un poco oxidada en esto. Disipo los nervios recitando los nombres de las plantas en el camino: Tectona grandis... ese es fácil... Sapindus saponaria... alguien lo podó y al pié del árbol, un montón de pacunes, brillantes de lluvia, me miran como cientos de ojillos negros... ojillos... negros... ¡Qué bien quedarían para los títeres! le digo al Niche, mientras me agacho a recoger un puñado de pacunes limpitos y negros.
El Niche me mira y piensa que tiene una humana muy dispersa. Por esta vez, comparto el pensamiento. El mueve la cola y yo sonrío... felicidad invernal de lunes.

lunes, mayo 09, 2016

Las mamás

Mañana, en El Salvador, es día de las madres.
En La Gaticueva regularmente hay un post por el día de las madres en estas fechas: las madres que trabajan en pésimas condiciones, la falta de protección en que viven las madres artistas, lo invisible del trabajo reproductivo llevado por las madres, la necesidad de la responsabilidad paterna, la publicidad que explota a las madres... en fin... valga el comercial, los pueden ver pululando por aquí.
Hoy, sin embargo, no se me antojó para nada quejarme sobre el día de las madres, que, valga la infidencia, es el cumpleaños de mi madre. Bajé las armas... quizás porque me acordé de una de esas ciber conversa-garabato con Francisco, hace un millón de años, donde me decía que él compartía la respuesta de las misses a las que les preguntaban que a qué personaje admiraban más y ellas contestaban: a mi mamá.
Yo también la comparto, esa y aquello de pedir la paz mundial, que es uno de mis tres deseos: una sala de teatro propia, un marido rico y con pisto y la paz mundial... utópica, naif y políticamente incorrecta que es una. Así que acordándome  de eso, decidí dedicarle este post a las mamás que admiro.
Por supuesto que a mi mamá y no solo por haber sido madre soltera de dos chicas que son como para quedarse calva jalándose los cabellos, sino por habernos dado espacio y medios para materializar sueños sin perecer en el intento, por vivir como ha elegido hacerlo en cada momento, por todos los chiquillos que pasaron por su aula de maestra y sicóloga y entre otras muchas cosas, por aquella frase inolvidable cuando le preguntamos qué quería hacer en su cumpleaños número sesenta: "Pero va a tener que ser otro día, porque en mi cumpleaños me voy a vagar y  a saber a qué horas regreso" y acto seguido, partió con rumbo desconocido en compañía de mi padrastro.
O a mi tía Menche, mamá soltera también y trabajadora incansable de su comunidad, donde no se precisa ni tener la dirección, usted pregunta por la niña Merceditas y cualquiera le dice dónde es, porque cualquiera ha ido allí por comida, medicina, catequesis, ayuda material o espiritual, nuégados de yuca o lo que se le ocurra... y no es que a ella le sobre, al contario, como no le alcanza su pensión, vende zapatos al crédito, y la gente no siempre es buena paga, pero eso no le ha impedido trabajar en la comunidad o estudiar teología en la Uca y tener una generosidad, energía y fuerza de super heroína.
Y claro, mi abuela, la Mamá Grande del clan, a la que le bastaba una sola mirada para poner orden y concierto, yo lo he intentado, pero no sé cómo ella lo hacía. Hay mucha cosas que podía hacer la abuela que yo no sé: darle de comer a diez personas con dos pesos, salir a vender miel, poner en juicio al abuelo, tíos, nietos y bisnietos, ordenar la dieta de las parturientas y los remedios de los recién nacidos, ayudarle al abuelo a curar los males de ojo y las molleras caídas, hacer los rezos y levantar las cruces por los muertos propios y extraños, saber los nombres, vida y obra de toda la familia y opinar certeramente sobre cualquier problema.
Pero quedría incompleta la lista sin las tías y tías abuelas mamás que pueblan las historias del clan. Y hay que incluir también a mis mamás del círculo de mujeres Nahuixochitl, donde me he pegado los rotos y remendado los descosidos, he aprendido a ser un poquitillo más sabia y menos miedosa. A mis hermanas de sangre y de vida, que son mamás de hijas e hijos propios y ajenos: la Cris Cris, Ana Li, Miriolt y la Rubi, qué sería la vida sin un cafecito y conversa de cuando en vez. Para las mamás de la Cofradía de las Oblatas del Divino Ósculo, con las que somos mamás de versos e inventos. O a las mamás de películas, obras, libros, clases... proyectos bellos que son inspiración cuando me desanimo: Amparo, Pame, Tere, la Mercy y la Pao, que con sus compañeras acaban de ser mamás de un genial proyecto sobre las mamás de las guindas de la guerra. 
Qué sería de la vida y los inventos, de los sueños y los proyectos sin las mamás que me han rodeado desde siempre para abrazarme, para regañarme, para sonsacarme, para limpiarme los raspones y los mocos, para reírse conmigo y regar la bilis cuando es mucha la cólera, para arroparme y para decirme que todo va a estar bien. Así que felices días y días, para todas ellas y las que se me hayan quedado en el tintero, que me han llenado de alegría mientras escribo.

lunes, mayo 02, 2016

Confesiones de esta máscara


"Las emociones, en efecto, no siguen un orden fijo.
Antes bien y al igual que las partículas del éter,
prefieren revolotear con libertad y flotar
eternamente trémulas y cambiantes"

Y. Mishima
Confesiones de una máscara




Salgo de la oficina con la misma prisa que de pequeña salía de la escuela, apurándome todo lo posible para llegar a ver Mazinger Z. Pero ahora no voy a ver tele. 
En el micro, milagrosamente encuentro un asiento e inmediatamente saco la novela policíaca que estoy leyendo, cortesía de uno de mis dealers literarios que sabe de mis debilidades más oscuras, como mi vicio por las novelas policíacas, por ejemplo. Tardo el doble leyendo en inglés que cuando leo en español, pero vale la pena cada página: una detective salvadoreña en Nashville, a cargo de un caso donde el principal sospechoso es un guatemalteco liado con el narcotráfico, según la policía de Atlanta.
En la radio milagrosamente no suena regetón, Carlos Vives canta "La tierra del olvido" y yo levanto la cara del libro para que una sonrisa me llene el rostro, mientras mi pensamiento se tele transporta a los 41°23'20” de latitud Norte  y 02°09'32” de longitud Este sin razón aparente, debe ser por esa frase que dice: "como me mueves el alma, como me quitas el sueño, como me robas la calma..."
¡Al fin en casa! Dejo las mil y un cosas que llevo encima, me cambio la camisa, tomo la laptop y salgo corriendo al taller, tendré un par de horas para trabajar sobre mi máscara.
Ayer por la tarde el taller estaba lleno de música, de bromas y gente yendo  y viniendo, pegando cosas, taladrando, pintando. Hoy el espacio vacío me espera, con la máscara seca en la mesa. Pongo la lista de música, desde Héroes del Silencio hasta M. Maisky, desde Soda Estereo hasta Pat Metheny... hundo los dedos en la masilla, es como el barro, un barro seco y blanco que extiendo con delicadeza sobre el papel, luego me mojo los dedos, solo un poco, lo suficiente para que deslicen con ternura, mientras acaricio la masilla para alisarla. 
Poco a poco la máscara va siendo un mundo blanco, es decir, silencioso. Las máscaras en blanco siempre me han parecido impregnadas  de silencio, dispuestas a escuchar lo que les digas luego, cuando tomes los pinceles y el color. Dejo la máscara quieta y silenciosa. Me lavo las manos mientras el cello de Maisky deja morir la suite no. 1 de Bach. Mientras me limpio los ojos, pienso que esa cosa siempre me hace llorar, algún día voy a tener que ponerla en escena con algo.
Tomo el agua y disuelvo el pegamento blanco, con las manos, la única forma de saber si está en su punto es hacerlo con las manos. Siento las viscosidad del pegamento aguado, navegando entre los dedos como un pez extraño. Está en su punto ahora. Pongo la última capa de papel en nuestro árbol mientras Bunbury canta "Con nombre de guerra". Las puntas de los dedos colocan el papel y luego las manos viajan sobre él alisándolo. 
Tacto y sonido. Milagrosamente la multitud de voces que  me habitan guardan silencio. No hay ruido en mi cabeza. Respiro. Toco. Escucho. todo es perfecto, en paz.


lunes, abril 25, 2016

Espacio y silencio

Dos cosas que aprecio en mi rutina cotidiana: espacio y silencio.
Cuando perdimos nuestro local, tuvimos que alquilar un departamento cerca de casa, porque con la cantidad de tiliches que juntamos en diez años, no nos bastaría alquilar un cuarto. Así ha quedado instalada nuestra bodega y taller en uno de los apartamentos de segundo piso de esta colonia obrera, donde los vecinos nos miran con curiosidad cada vez que entramos y salimos llevando cosas y vestidos.
Luego de la jornada de trabajo diaria y de las dos horas que ahora me tardo en llegar a la casa, con el reordenamiento del tráfico en el centro, luego de saludar a mi madre y ponerme, por intermedio suyo, al corriente de la vida ajena de vecinos que no logro identificar, luego de cambiarme la camisa y comer rápidamente algo, subo a nuestra bodega.
El molde en plastilina de la máscara para nuestra nueva producción está listo para el paso siguiente. Abro las ventanas, acomodo el molde, el papel, el pegamento, los pinceles y palillos y me pongo a trabajar, hace un calor  de infierno, así que abro la puerta también, justo quedo enfrente de ella. Los vecinos que pasan, lo hacen con paso lento y alargando el cuello para ver qué cosa rara estaremos haciendo ahora, este grupo de hippies peludos que tienen un huerto en su mini patio, donde se escucha una guitarra eléctrica un día si y otro también, donde la chica loca canta mantras a las cinco de la mañana y donde llega gente rara los fines de semana.
Empapelar, pintar, cortar, ensamblar títeres, hacer este nuestro teatro hecho a mano, que se hace con paciencia y cariño, me produce placer. Nada se compara a esta sensación de estar llenita y contenta con el trabajo de nuestras manos, de nuestro espíritu y nuestra imaginación.
Así pues, me pongo a cantar, una de Fito para estar bien acompañada.
Trozo tras trozo de papel en la primera capa que tiene que quedar compacta, sin bordes ni burbujas. Parece que me he descuidado, de pronto oigo la voz de mi maestro de títeres: quite eso, está mal hecho, si lo deja así desde el principio queda chambón y después de todos modos lo va a tener que repetir, o como decía mi abuela: el haragán y el mezquino, recorren dos veces el camino. Levanto los trozos de papel mal colocados y  vuelvo con concentración al mismo espacio, esta vez está impecable, sonrío y sigo cantando.
De pronto me siento observada y saco la cabeza del trabajo, literal y metafóricamente. Hay tres chiquillos, las dos chicas están sentadas en la puerta y el chico, un poco más grande que ellas, está de pie, apoyado en el marco.
- ¿Y questa haciendo?
- Una máscara
- ¿Y eso ques?
- Papel
- ¿Y eso?
- Pega
- ¿Y de papel lace?
- Si vos - dice una de las chiquillas - ¿que no ves?
- ¿Y se deshace? - dice la otra, sin darle mucho crédito a una máscara de papel.
- No, porque se le pone bastante y después se le pone masilla y se pinta y queda bien bonita
- ¿Y cuándo la va a terminar? ¿mañana?
- El jueves quizás
- ¿Y la va a enseñar?
- Si vienen se las enseño

Meto de nuevo la cabeza en el trabajo y canto más bajito, en atención al público.
- ¿Y porqué canta?
- Porque estoy feliz
- ahhh...
- ¿Vos no cantás cuando estás feliz?
- Yo canto en el kínder - dice una de las chiquillas
- ¿Y qué cantás?

Ella toma aire y canta a los gritos:
- El lunes, el martes y el miércoles Señor, la gente trabaja para vivir mejor, el jueves y el viernes también a trabajar y el sábado y domingo son para descansar. 
- Y el domingo vamo ja liglesia - dice la otra chiquilla.

A lo lejos, se escucha la sirena de mamá
- Miiicheeeeeellll...
- Tiablan vos

La mamá habla en esterefónico:
- Yes noche Michel, entráte
- A pues salú, ya me voy
- Ya los vamos
- Vámolos

Y salen corriendo. Yo regreso a mi mundo de papel maché. El vecino, que recién llega del trabajo, habla de una oferta de celular, mientras pone regetón a todo volumen. Me aseguro de dejar terminada la segunda capa y huyo. El tiempo y espacio se terminaron por hoy. 

martes, abril 19, 2016

Atrapasueños

Sábado. A la caída de la tarde, los almendros de río pasan a toda velocidad a lo largo de la carretera, ellos corren, como nosotros, silenciosos luego de la presentación. Apoyo la cabeza en el vidrio y me dejo invadir por la modorra del viaje. Cierro los ojos.
En medio de la claridad de la mañana, Jorge canta esos cantos hermosos y antiguos de las tribus del norte de América, el aromático humo de estas hojas que no había visto antes de hoy, llena el espacio entre nosotros y él me rocía agua, la abuelita agua, dice, yo sostengo el manojo de plumas multicolores, alegres y livianas como los espíritus de todas las cosas, pedimos por que las cosas buenas lleguen, porque los sueños se cumplan. Yo pido en silencio por su sueño, por el de Jorge, porque es un buen sueño crear un lugar donde los niños puedan aprender a amar a la tierra y a la poesía.
Abro los ojos y la carretera sigue allí, incansable. A lo lejos una enorme ceiba presume sus hojas nuevas y extiende los brazos como si pudiera abarcarlo todo en ellos, todo el azul que se va tiñendo de naranjas y lilas al fondo, como chispas. El abuelo fuego, pienso, y sonrío mientras cierro los ojos.
Los actores del Tiet, en el escenario, dan cuenta del retiro forzoso de El Quijote. Uno de ellos dice: "y como todos están inmunizados, ya nadie cree en esto de correr aventuras"... en la fila atrás de mí, un chiquillo de cinco años se levanta de su butaca y dice fuerte y claro: "¡yo si! ¡yo si creo, yo creo!". Una sonrisa me invade el rostro porque yo también creo. Y cuando los cuentacuentos deciden ir a rescatar al Quijote del asilo, los chicos en la sala lo celebran y uno más pequeño le pregunta ansioso a su mamá: "¿Y se salva?". "Si, que no ves que ya lo van a salvar, para allá van". Las mamás siempre saben qué contestar. 
Luego, la profesora nos pide una foto con los chiquillos, es la primera vez que ven teatro y nos preguntan lo que siempre nos preguntan: ¿Y van a venir mañana?.
Abro los ojos. A las últimas chispas de luz las barre el viento, a la tierra la invade la oscuridad y a la carretera, rápidos faroles que corren desesperados. Las carreteras son tan largas. El grupo dormita abrigado de cansancio y de sueños que se van cumpliendo por gotitas.
Por la ventana veo la oscuridad y tomo con dos dedos el atrapasueños que llevo al cuello. Lo compró en ese changarrito de antiguedades a la vuelta del Teatro Nacional. "Escogé uno", me dijo y tomé este: verde, amarillo y rojo. Lo llevo siempre, igual que siempre nos las arreglamos para acompañamos a ocho horas de diferencia. El, soñador igual que yo, tenía también presentación hoy, allá al otro lado del charco. Sonrío pensando en que seguramente le habrá ido bien, le escribiré a la mañana. Me  llevo el atrapasueños a los labios y lo beso, como hago siempre que tengo ganas de besarlo a él y pienso que ya pronto será el próximo abrazo, seis meses, un parpadeo.
Cierro los ojos y la sonrisa se queda, igual que los sueños, abrigadita en el alma.

lunes, abril 11, 2016

Contadores de historias

Foto de josealejandronerio.blogspot
Mi amiga Ani, un par de años menor que yo, escuchaba boquiabierta, mientras viajábamos en el bus de regreso de la escuela, acaloradas por nuestro gruesos uniformes celestes de la escuela pública donde íbamos, en una colonia a la que hoy la policía teme entrar. Era una de las tantas historias que yo le inventaba: que si en el predio donde íbamos a jugar había una puerta secreta para un mundo de hadas, de la cual por supuesto, yo tenía la llave; que si la imagen de la tortuga, en esa fábrica de discos que ya no existe a la entrada de Soyapango, me contaba siempre de sus aventuras de pirata, aventuras que como no, yo era la única capaz de traducir... ni siquiera recuerdo de qué iba la historia que estaba contando, pero Ani estaba tan metida en ella, que me dió un poco de culpa, creí que debía ser sincera  y decirle la terrible verdad: que aquello no era cierto.
- Ya sé - me dijo - pero vos lo contás bien chivo, seguí...

Quizás fué entonces que descubrí esta vocación de contar historias, o quizás fue cuando mi abuelo me contaba las historias que inventaba sobre esas fotografías fantásticas de África, en las viejas y bien conservadas revistas de National Geographic que, por supuesto, estaban en inglés, y por su puesto, mi abuelo no hablaba una palabra de inglés, pero eso jamás impidió que yo me enterara de todos los pormenores de los leones cazadores de gacelas, que las devoraban de dos mordiscos, dos, en serio, o de las enormes serpientes pitones que se tragaban vivas a las personas que sin duda tenían una muerte lenta y horrible en el estómago de aquel animal monstruoso que las digería durante nueve meses. O las espeluznantes historias de espantos y las luchas descarnadas de mi abuelo con espíritus, apariciones y hasta el mismísimo diablo que quiso llevárselo y no pudo porque él era así de cachimbón, una especie de superman a caballo y  primos con machete, que podían partir a alguien en dos por cualquier pleito de cercos.

O quizás fueron los cuentos de mi abuela, sobre todas las primas solteronas y primos y tíos que se habían gastado en menos de un año todo el dinero de la familia, todo, hasta quedarse todos viviendo en un cuartito de mesón y ancianas tías abuelas que se habían vuelto locas de alegría o de pena, por alguna visión del más allá o incluso, de ninguna razón aparente en su noche de bodas, incluyendo, por su puesto, las historias de tías ovejas negras de la familia, las cuales solo podíamos escuchar previa advertencia de no comentarlas con nadie, esas me encantaban especialmente: las de escandalosas tías huyendo a plena luz del día con pintores casi conocidos o usando escandalosas micro faldas con calzones a juego y sin faltar alguna que otra tía o prima que casi se hizo monja.

O quizás fueron las historias de mi mamá y mi tía, contadas entre risas, de los tiroteos y de lo cerquita que estuvo, de lo fuerte que se oyen las bombas con su sonido que queda retumbando como una ola sorda en el fondo de los tímpanos y de la risita nerviosa de haberse salvado por un pelo en algún fuego cruzado entre el ejército y la guerrilla, a la salida del trabajo o a la salida de la UES o a la salida de cualquier lugar, porque en este país al parecer siempre ha sido más fácil morirse que otra cosa. O sus interminables historias de asaltos, porque ellas eran en realidad  propensas a ser asaltadas; sobre todo la memorable historia del asalto a la salida del Cine Libertad, después de ver una película de Bruce Lee, mientras comentaban cómo repartirían golpes de karate y donde los ladrones no les dejaron ni lo del pasaje.

En estos meses he tenido que recuperar de a poco y de dónde he podido, los libros escritos, terminados o en proceso de corrección, ya que alguien tomó mi usb y no la devolvió, con lo que todo lo escrito en estos años simplemente desapareció y Saimon y Mauri me dieron su enésimo sermón sobre el porqué debo hacer respaldos de mis cosas, en lo que claro, tienen razón.

Al recuperar mis escritos, enteros o a pedazos, me he metido en un nuevo proceso de re lectura y descubro que esas historias de mi tribu familiar, que se han contado y escuchado tantas veces, que ya mis hijos, mi cuñado y todo el que se acerque demasiado a mi familia, terminará aprendiéndolas, terminaron por ser parte de mi mitología personal y tarde o temprano salieron en un libro de cuentos con historias de fantasmas o en el cuento de la joven que se volvió loca a causa del Duende o en dos mujeres en escena, encerradas en su casa, bebiendo café y esperando, o en una triste mujer que aguarda sin esperanza a recuperar un amor perdido. Que una y otra vez los espíritus tutelares de esas apacibles tardes y de las noches llenas de sombras, regresan a mí con sus voces para acompañarme, para recordarme, para continuarme como un eco que viene de antes y sigue en mi voz, perpetuando el linaje de la palabra.


miércoles, febrero 17, 2016

Cartas

En las vacaciones y por una de esas casualidades de la matrix, donde uno anda buscando poesía y se encuentra con otra cosa, encontré las cartas que el poeta Jaime Sabines le escribió a su novia Josefa Rodríguez, novia siete años y esposa cuarenta y seis más... inconcebible en nuestros tiempos de amores tan desechables como pañuelos de papel.
Cartas lejos del despecho de las de Frida a Diego, de la fatalidad kafkiana en las letras a Felice o la desesperación napoleónica de las cartas a Josefina... nada que ver. Estas cartas eran de esos raros lugares, como sentarse a la sombra de un pequeño árbol a la orilla de una poza, a ver cómo cae la tarde sobre el agua quieta. 
Tengo este voyerismo literario, me gusta revisar en la correspondencia y diarios de artistas y escritores, pillar las ideas que serán los gérmenes de la obra. Me encantaron los diarios de Frida y de Anais Nin, me gustan las cartas. Me gusta escribirlas y recibirlas, anacrónica que es una, supongo.
Me gusta ese tiempo de las cartas, ese compás de espera, ese ritmo de vals, donde alguien escribe con caligrafía decente  y ortografía impecable (a mano y sin corrector ortográfico), sobre las cosas cotidianas, sobre las memorables y sobre las sombras y luces de su interior y del paisaje, tener la extensión de la hoja y la imposibilidad de volver sobre sus pasos una vez que se ha comenzado a escribir.
La sensación de escribir está a un universo de distancia de la de teclear. Aún ahora, en plena era digital, sigo escribiendo las primeras ideas, los primeros borradores, las primeras frases, antes de siquiera saber la historia completa, en mis cuadernos. Elegir un nuevo cuaderno para escribir sigue siendo uno de esos placeres en los que puedo invertir un par de tardes de fin de semana.
Así que cuando asomó febrero y comencé a ver los innumerables post de lugares comunes, globitos de corazón y frasecitas insulsas injustamente adosadas a autores desde el Gabo hasta Exupéry, decidí compartir mi vouyerismo literario  y publicar cada día una carta de amor de algún artista, escritor, intelectual o político... alguna vez me he preguntado ¿los grandes villanos de la historia habrán escrito también cartas de amor?
Pensaba en todo este tema de las cartas de amor, mientras cargaba por el portal de Occidente mi vieja máquina de escribir, una Olivetti celeste portátil, que ahora estamos usando en nuestra nueva obra sobre Consuelo Suncín. Con esa máquina  gané mis primeros juegos florales como narradora allá por 1995 o 96... no soy buena para las fechas.
Pensé que me gustaría una carta como las de Sabines, desde un lugar sereno del corazón, donde el amor fuese un  hogar en lugar de una excursión en kayak por rápidos y cataratas... de esas me sacó uno de los vendedores de la mueblería de la esquina, ofreciéndome un combo de cama con mini refri, en cuotas sin intereses, por el día del amor y la amistad... cosas de febrero.  

 

miércoles, febrero 03, 2016

La Suerte

Foto de www.skyscrapercity.com
A las 4.15 de la tarde, el portal de Occidente ha dejado de ser el asqueroso espacio que es antes de las 7 de la mañana, ahora están abiertas todas las puertas de los negocios de electrodomésticos, ferretería y la Foto Flores, donde todo el mundo se tomó fotografías tamaño carnet, antes de la era fotográfica digital. Mi abuela dice que por allí estaba el elegante almacén París Volcán, donde ellas iban atraídas por las vitrinas, a suspirar por medias tan finas, como yo nunca iba a ver. Cada vez que nos contaba algo, siempre parecía que habíamos llegado muy tarde.
Los pasillos del portal son el espacio social de la tarde. Las señoras del pan y los vendedores de pequeños chunches usados se colocan a los lados y dejan que los peatones circulen al medio para curiosear, comprar minucias de a dos coras o charlar. 
La señora del chuco está junto a la señora de los tamales, no sé de quién de las dos es el canasto de pan, pero es muy buena idea. El lugar siempre  está atestado de trabajadores en la tarde, como una especie de cafetería al aire libre, hay bancas y banquitos en la acera y en la calle y todo el mundo conversa sobre política en el mismo tono que si lo hicieran sobre la final nacional de fútbol.
Cuando la conocí llovía fuerte, como llueve siempre en el paisito. Todo el mundo se había acomodado en el pasillo, hasta los viejos músicos que con sus destartalados instrumentos tocan boleros en el Parque Libertad.
Por tal hacinamiento había que pasar si quería llegar a la parada de microbús, pero el tráfico era lento. Justo antes de los lustra botas estaba ella, una anciana de quien era imposible decir la edad, pero por todas las arrugas de su rostro y su cuerpo menudo, encogido por el tiempo, sabes que tiene muchos años.
- ¡Cómpreme los dos últimos! - me dijo mientras me extendía dos vigésimos de lotería - estos son los suyos, ya va a ver.
Sonreí interiormente ante esta aseveración. Mi madre dice que tengo su misma suerte, es decir, nunca nos sacamos nada, ni aunque estuvieran rifando una patada.
Hice revisión mental de mis fondos y saqué los $1.25 del vigésimo, sin ver siquiera el número lo eché en cualquier lugar de mi cartera y seguí avanzando, con paciencia, hasta la parada del microbús.
Al jueves siguiente volvía por los viejos caminos del portal de Occidente, cuando me saludó con la mano y me dijo como si eso hiciéramos siempre:
-¿Y hoy no me va a llevar?
-Vaya - dije yo, porque me es difícil decirle que no a lo cotidiano.
Cuando le dije que había perdido el otro vigésimo, me miró con cara de reprobación:
- Vaya mama, ahí se le fue el premio...
Y ahí comenzamos a platicar.
Cada jueves a la tarde nos vemos. Ella no sabe cómo me llamo, yo tampoco sé cómo se llama ella, debe ser que entre gente que se conoce, tales cosas como el nombre son minucias.
- Ayer que pasé no  la vi.
- Ay mama, andaba con mi hijo en el hospital y ahí va a perder uno todo el día.
Tiene un hijo "grande" con retraso mental, es el menor, le ha tocado cuidarlos a los dos porque el papá no soportó la presión del hijo enfermo y se fue.
- A saber para dónde, él me dijo que para el Norte, pero a mí me dijeron después que lo habían visto con otra mujer por Ciudad Delgado, a saber.
Así que de lo que tenía guardado comenzó a vender billetes de lotería y a dejar a su hijo encargado para que lo cuidaran.
- Pero la mayor es alentada, ella me ayuda, pero hoy como ya tiene ñeto, anda ocupada, ya le toca criar otra vez.
- A pues ya es bisabuela usted.
- Si mire, la cipota  menor le salió con eso, yo ya le dije que se ponga seria con ella, si no el otro año le va a llevar otra panza y ahí se va a estar criando. Mire yo, ella hasta que ya se fue con el esposo ya crió, porque yo una panza así nomás no se la iba a aceptar. Pero hoy estos tiempos están tremendos usté... y hoy tiene terminación ¿solo uno me va a llevar?
No me dejo tentar. Sé que mi suerte no me da para tanto. Agarro el vigésimo, hoy ya veo los números porque, quien quita... y camino a la parada del microbús.

martes, enero 26, 2016

Diálogos matutinos


Las 5.15 de la mañana. Hace frío y está oscuro, pero los dos suéter más grandes que mi talla, hacen que mi natural friolento deje de tiritar y se avenga a salir a la caminata matutina con el Niche.
A esa hora, una colonia obrera como esta ya ha cobrado vida: los autobuses están corriendo y la señora del fondo del pasaje va al mercado de mayoreo, para la compra que será su negocio del día, los taxistas están terminando de limpiar los vehículos y la gente que entra temprano o que va lejos, ya está juntándose en la parada.
Salimos a la oscuridad y el frío y caminamos colina abajo. Por el camino encontramos siempre a este campesino. Debe tener unos setenta y cinco años. Es un hombre pequeño, moreno de sol y de cansancio, que camina con su paso tenaz y lento, como si midiera la energía que debe distribuir a lo largo de un largo día, y su cuma agarrada con mano poderosa.
Al principio nos cruzábamos y yo, que tengo por costumbre dar los buenos días a todas las personas con las que me cruzo, tal y como mi abuela me enseñó, le decía: ¡buenos días! y el asentía calladamente y seguía su camino. Los campesinos que trabajan en el cerro no hablan con las personas de la colonia, debe ser que no somos de confianza. Pero hoy le dije buenos días y me ha contestado en un susurro, envuelto el cuello y la cabeza en un trapo para protegerse del frío, encima el sombrero de palma. Ese saludo apenas audible me ha hecho tambalear ¿será que ya soy de confianza?
Lo vuelvo a ver mientras sigo bajando la cuesta. Tal vez llegó aquí en los ochentas, huyendo, como huían todos, de las matanzas de la guerra, en oriente y en la zona paracentral. Filas y filas de gente con un bulto en las manos, con una gallina en las manos, con un niño en las manos, con lo primero que se pudo sacar y agarrar para esconderse en la noche y correr por el camino de polvo hasta encontrar la pavimentada, la calle grande, la que llega hasta San Salvador.
Tal vez llegó aquí en los noventas, después de las inundaciones, o en los dos mil, con los deslaves de los terremotos. Tal vez llegó antes o después, en años y años que se cuentan de una tragedia a otra, en nuestro pequeño país de múltiples muertes, donde todos parecen tomar la calle de polvo y querer llegar a la calle pavimentada, la grande, la que lleva a la ciudad, o a la capital, o hasta al norte, allá donde no lleguen todas estas muertes que nos hacen la vida diaria.
Llegamos a la panadería, el Niche y yo. Huele a pan recién hecho y el panadero, en medio de los hornos que lo hacen ignorar la ola de frío afuera, saca las latas de pan. El panadero también tomó la calle polvosa hasta llegar a la pavimentada y parar en una de estas colonias de la periferia de la capital, donde paran todos los que no pueden o no quieren seguir caminando. Al principio él había seguido caminando, llegó hasta México, de allá lo regresaron, le fue mal y no quiere hacer el intento otra vez, mejor estar aquí, al calor de los hornos, en medio del olor del pan.
El Niche y yo regresamos. Mientras camino en la oscuridad y el frío, pienso en esa imagen: un camino, un camino polvoso por donde caminan dos personajes... esa es una buena primera imagen para una obra ¿qué? ¿un cuento, teatro? ¿quiénes caminan? Hay una mujer de unos cincuenta años que camina y no puede ver... ¿porqué escribo siempre sobre mujeres de más de 35?
Sin darme cuenta llego a mi cuadra. En el murito antes de llegar a nuestro edificio, encontramos como siempre, al anciano campesino, está esperando a un su compadre, con el que suben al cerro. Como siempre, voy a decirle adiós, aunque se que no va a contestarme más que con su enigmático movimiento de cabeza. Pero antes que yo hable, con una voz de siglos me dice:
- ¿Ya viene? Hoy fue y vino luego...
- Es que estaba sola la panadería - le contesto tratando de disimular el asombro, como la cosa más natural del mundo.
- Vaya... que le vaya bien.
Me dice y deja de ponerme atención porque su compadre ha llegado. Yo lo veo por un momento y volteo la cara antes que él pueda ver la enorme sonrisa que se está dibujando en mi rostro. Entonces, pienso para mí, ya soy de confianza.  

martes, enero 19, 2016

Retazos de memoria

Cuando contamos una anécdota ¿de qué nos acordamos? Cuando recordamos nuestra propia vida ¿Qué pasamos por alto? Cuando hacemos teatro para hablar de nuestro pasado, de nuestro país, de nosotros ¿Qué escogemos iluminar sobre la escena, qué dejamos en la sombra?
Durante varios años,  cada 16 de enero, fecha de la firma de los Acuerdos de Paz, mi grupo de teatro, El TIET, hacía una actividad para conmemorar esta fecha que nos define como país y hay tanto que hablar respecto a nosotros como país.
El año pasado generamos la iniciativa del Encuentro Teatro y Memoria. Queríamos un espacio donde gente de teatro, haciendo teatro en El Salvador, con temas surgidos desde nuestra historia y memoria, pudiéramos compartir nuestro trabajo desde el escenario, desde la escritura y desde nuestra reflexión sobre el hacer.
Los teatristas salvadoreños estamos demasiado ocupados sobreviviendo. Nos arrolla la urgencia de conseguir la próxima presentación, el próximo espacio, el dinero del alquiler, de rascar con las uñas lo necesario para la próxima producción... no hay tiempo, no hay espacio ni ánimo para vernos, a veces pareciera que tememos vernos...
El espacio era también entonces, un lugar donde poder sentarnos y preguntarnos cosas como: ¿Porqué escribiste eso? ¿Cómo lo hacen ustedes, cómo trabajan? Desde los procesos de escritura y montaje hasta las acotaciones... en el primer encuentro nos la pasamos hablando media hora de las acotaciones...
La experiencia fue tan enriquecedora, que quisimos repetirla en 2016. Primera pregunta: ¿Hablar de nuevo de la guerra? ¿Investigar otros temas donde habite la memoria? Y entonces, discutiendo, pensando, una y otra vez, terminamos por escoger a Consuelo Suncín, artista salvadoreña nacida en Armenia, como la protagonista de nuestro II Encuentro. ¿Cómo reconstruir a este personaje a partir de la memoria? ¿Qué dice el teatro sobre ella?
El primer encuentro lo realizamos con nuestros ahorros navideños. Para este segundo encuentro ya no contábamos con un local donde albergar las presentaciones teatrales, además queríamos publicar un libro con las obras leídas en 2015, dramaturgia salvadoreña contemporánea con temas salvadoreños nacidos de nuestra historia reciente, algo que ninguna institución de cultura está haciendo; invitar a otros dos grupos a sumarse a este nuevo encuentro y estrenar una obra sobre Consuelo Suncín, escrita por nuestro amigo y maestro de dramaturgia, Alejandro Finzi, quien se interesó profundamente en el tema cuando nos visitó por primera vez en 2014 para el estreno de su espectáculo para niños "Historias de Glaciares".
Tocamos puertas y ventanas de instituciones culturales, muchas se cerraron en nuestras narices, otras ni siquiera nos contestaron. Al final, Rubidia  nos acogió en el Teatro Municipal Roque Dalton y Demetrio hizo lo suyo en el Teatro Matías para que Alejandro Finzi pudiera ofrecer un taller de dramaturgia a jóvenes teatristas. Juntamos nuestros escasos ahorros, prestamos dinero y bueno, el telón se abrió, el espacio se creó y una vez más pudimos encontrarnos, compartir y reflexionar sobre nuestro oficio.
Como colectivo que hace teatro de grupo desde la periferia, fuera de los reflectores del stablishment, sin el apadrinamiento de una institución, partido político o de los temas de moda de lo políticamente correcto, estamos a contra corriente, en ocasiones es demasiado cansado, casi desesperanzador, pero vemos los resultados: el libro "Cicatrices de la memoria", con dramaturgia salvadoreña contemporánea; las ideas, reflexiones, recuerdos y esperanzas volcadas en los conversatorios, el estreno de nuestra nueva pieza, las relaciones generadas con otros grupos a través del trabajo teatral, en un medio que generalmente es considerado caníbal, por decir lo menos.
Esa idea, la idea de generar un espacio para que exista este teatro que quiere decir y hacer otras cosas, que no es masivo, que va a contra corriente y poder encontrar a otros viajeros que comparten la búsqueda, eso es lo que nos hace resistir, eso es lo que nos mantiene en el camino. Después vendrán otros y tal vez este intento quede relegado a la oscuridad de la memoria, pero tal vez este intento sea una pequeña fuente de luz, como la esperanza de una solitaria estrella en el desierto.