miércoles, enero 31, 2018

Inducción del buen ciudadano

Imagen de Steve Cutts

 El buen burócrata dijo entonces:
"Si, hijo mío, el salario... el salario sagrado debe resguardarse a cualquier costa, nada hay más importante que él, excepto la migaja de poder que en ocasiones se recibe de la mesa de las personas importantes. Si el salario nos hace mover la cola, por la migaja de poder debes sin duda pararte en dos patas y hacer cabriolas, rodar extasiado por el piso y cantar loas a las bondades de los poderosos. También debes tener cuidado con pensar, no necesitas pensar, necesitas el salario sagrado, pensar no solamente es accesorio, está mal visto y puede ser francamente peligroso. Si aún así no puedes evitarlo, guárdate tus pensamientos para tí".
Dijo el buen burócrata, haciendo un gesto de asco que deformó su abundante papada. 
"Mueve la cola, siempre, pero asegúrate de que tu voz solo se oiga cuando te lo dicen, una palabra mal colocada, un tono de voz destemplado, incluso medio decibel de volumen fuera del siseñornoseñor susurrado con voz dulce y melancólica, pueden ser peligrosos cuando estás delante de los poderosos, guárdatelo para  los de la cola al otro lado del mostador o del escritorio, para los que pueden escucharte vociferar mientras extienden tímidamente el documento de turno, no te olvides de demostrarles quien lleva la sartén por el mango en el ínfimo reino de tu migaja de poder. Delante de los poderosos siseñornoseñor, con leve inclinación de cabeza, leve, si la agachas mucho perderás la perspectiva y no sabrás si están afilando la guillotina delante de tí.
Pero el salario sagrado, hijo, el salario sagrado que debes ya en cuotas repartidas entre todos los que te venden la ilusión de felicidad a plazos, ese debes cuidarlo con uñas y dientes, debes afilarte los colmillos y ensayar delante del espejo la sonrisa con la que esconderás el puñal para enterrar en la espalda del colega, porque en el campo de escritorios no hay amigos, entiéndelo, todos son negociables, pero sacrificables son solo los que se rigen por las reglas y hacen bien su trabajo ¡deshazte de ellos en cuánto puedas! No dejes que metan sus narices en tus negocios, ni que propaguen las escandalosas ideas de mover la herrumbe de la maquinaria.
Haz favores a quien pueda devolvértelos, decididamente haz favores a los poderosos, todos los que puedas, cualquiera que sea su naturaleza, aunque su poder sea transitorio, a veces esto es una lotería y no sabes qué tanto durará en su lugar la cabeza del que manda de momento.
Y mantente en la sombra... no te olvides, toda cabeza que sobresalga será cercenada, hazte ducho en el rumor para que la marea se haga cargo, si alguien te señala niégalo todo, sobre todo si tienen razón, síguelo negando y haz que lo nieguen en coro, en canon, en sordina, a voz en cuello, por los diarios, en el programa radial de la mañana y en las conversaciones de cama. Sobre todo, no tomes responsabilidad si es que puedes evadirla y si te ves enfrentado a ella, recuerda las palabras mágicas: "eso no está en mis funciones", "hablaré con el sindicato" o "no sé" acompañado del gesto que manifieste sin duda que no hay esperanza que alguna vez lo sabrás.
Medra por años en la sombra, alimentándote del ocio de la mañana y del café de media tarde, hasta que alcances la dorada jubilación y con los buenos contactos logrados puedas recontratarte por los siglos de los siglos".
Amén - pensé- mientras el buen burócrata paseaba su panza beata entre los escritorios y de vez en cuando nos miraba, atentos a la sabiduría que emanaba de sus labios delgados y sin color.
"Siempre guarden un as bajo la manga, averiguen cosas, nunca digan todo lo que saben, hasta el rumor más pequeño puede resultar útil alguna vez... pero eso lo veremos mañana, cuando les comparta algunas cosas sobre el delicioso oficio de trepar. Ahora son las tres de la tarde y es hora de mi café".
Dijo y sin ponernos más atención nos dio la espalda, mientras admirábamos sus cuarenta años de sobrevivencia en el servicio. A lo lejos todavía lo escuchamos murmurar: "El sagrado salario... la migaja de poder... todo tiene su precio, todo..."

domingo, enero 21, 2018

Lo cotidiano

Cuando lo conocí en un caluroso salón en Cuba hace más de diez años, Alejandro hablaba con voz de docente experimentado sobre El Principito y Exupéry, como uno habla de lo que verdaderamente le apasiona. Yo trataba torpemente de entender cómo traducir la narrativa al teatro. Traducir, ese era el término. Pasar de un lenguaje a otro, sin perder la poesía de la palabra.
Las palabras nos han ido y nos han venido desde entonces. Hay personas con las que los correos electrónicos parecen cartas, como si ese tiempo de papel y lapicero no se hubiera perdido, como si las cosas pequeñas y cotidianas lograran conservar su calor en lugar de correr sin sentido delante de nuestros ojos.
Hablar del clima, de la política carroñera de nuestros países desangrados, de las nuevas obras de teatro que se van escribiendo, montando, ensayando, estrenando... hablar de cómo amanece la calle o del aroma que hay en ese restaurante, hablar de temblores de tierra y de temblores internos, hablar de nuevas ideas para escribir nuevas historias, de autores, del rostro de la gente en el transporte colectivo, de la vida que pasa de largo y de la que alcanzamos a afianzar entre los dedos... hablar de cosas cotidianas como el trabajo, describir la oficina y sus paredes cansadas. Hablar y aprender sobre la belleza que hay en las palabras. Hablar.
Hace un par de semanas, Alejandro volvió a darme una lección de belleza sobre las cosas cotidianas:
 
"Recuerdo que cuando mi hermana Leticia me acompañó, un frío amanecer del 2 de septiembre de 2016, a presentar mis papeles para iniciar los trámites ante ANSES, la cola era larga y con forma de bufanda. Había viejitos, madres con criaturas recién nacidas, mujeres solas, hombres fumando y alguna conversación para buscar abrigo. A las ocho salió un guardia y repartió turnos y nos  metimos adentro, calorcito y sillas. Y decíamos con Leti que qué les hubiera costado abrir antes y permitir que todas esas personas no enfermaran. Los empleados ingresaron a las  7:00 ya, toman su mate cocido con criollos. Muy bien. Pero podrían abrir y comenzar a las 8:00.

Esta mañana fui al Banco Provincia de Neuquén, sucursal jubilados. Llegué a las 7:55 y me encontré con una cola  larga, gris, extensa, muda, que doblaba en forma de u sobre la vereda. Todos eran viejos. Todos. En la cola del Anses estaba la vida, con sus heridas. En ésta, la espera de la muerte. "Hoy me pagan la jubilación". "Lo felicito" me dijo la señora detrás mío. Dejas de trabajar y te felicitan: metáfora perfecta de un país muerto hace mucho tiempo. Las puertas abrieron a las 8:00 en punto (esas puertas las puse en mi adaptación de "El Proceso") y  las personas fueron ingresando. Por momentos la cola se detenía. Minutos después  avanzaba unos metros. Nadie habla. Entraste. Una máquina te da  un número. Te sentás. Y esperás. Ya en mi asiento un hombre se avalanzó. No reaccioné a tiempo y nos caímos los dos. Le faltaba una pierna. Vino una guardiana y me retó porque soy un imprudente sin ninguna consideración. Pedí sentidas disculpas e intenté una conversación con el hombre. Así corren las horas sin la crueldad del tiempo que te empuja por el  Leteo. Una joven mujer me da un sonoro beso: "Profesor Finzi, ¿se jubila? Ya  lo atiendo". "¿Usted quién es?".  "Soy Cacciatore, su alumna. ¿No se acuerda de mí? ". "¿Cuando cursó conmigo?". "En 2001"." ¿Y que hace aquí?".  "Me fuí a La Plata detrás de un muchacho, tengo dos hijos. Volví, no pude terminar". "Haga una materia por año. Una, le pido. Nada más". "Pero usted no va a estar y tengo que cursar Europea II". "Es lo mismo". "No profe, no es lo mismo. Acá tiene, firme todos estos papeles y después vaya al edificio de al lado que le van a entregar su tarjeta". Esta vez el beso se lo dí yo. "Vuelva a la Facultad. "
En el edificio de al lado me dieron el número G0027. Cuando llegué al sector iban por el G0010. Luego de atender a cada jubilado el empleado conversaba con el que estaba al lado. Era una conversación muy animada, pero eterna. La conversación es solventada por el Estado Nacional. Hay que escuchar qué temas discutían. Llegó una pareja y se sentó a mi lado.  Como si tuvieran  un  sexto sentido, no bien el empleado conversador terminó con el dueño del G0012, fueron al mostrador. "No podemos ingresar la tarjeta en el cajero porque somos ciegos". "Busque alguien que los ayude"- ¿Quién ayuda a un par de ciegos en Neuquén?
Llegó mi turno. Ya estoy en casa No puedo ingresar mi clave en la computadora. Mañana haré la cola, pero iré más temprano.

Alejandro"

¿No es hermoso cómo los escritores logran atrapar la belleza?