miércoles, junio 06, 2018

Tres

Fue hace ocho o nueve años, el Tiet apenas tenía cinco de haber comenzado su travesía teatral y estábamos hablando con Rubidia Contreras en el Teatro Nacional, después de alguna presentación o conversatorio o algo en lo que nos encontramos y comenzamos a hablar de teatro y terminamos hablando del período del conflicto armado salvadoreño y de repente ella dijo: "habría que hacer algo de eso" y yo dije: "si... si yo escribo ¿vos actuás?" y así, como si fuera la escena final de Casablanca: ese fue el principio de una gran amistad.
Muchas cosas han pasado en estos años, dos obras más llegaron, porque queríamos abordar las memorias del conflicto desde muchas miradas, no solamente desde lo que se acostumbra, sino también desde la población civil que se vio en medio de una guerra que muchas veces no alcanzaba a comprender a cabalidad, desde la nostalgia de lo que se perdió o de lo que nunca fue y desde la amarga decepción e impotencia desde dónde muchas veces vemos nuestro presente. De allí fueron surgiendo los personajes, desde allí fueron hablando, fueron llenando la página en blanco y el espacio vacío.
El proceso ha tenido muchas cosas interesantes: que dos grupos se reúnan alrededor de una misma temática una y otra vez, como dos primos que se encuentran y se miran crecer a través del tiempo, que pudiéramos hablar con los más jóvenes de nuestros grupos y reflexionar sobre nuestra memoria, o sobre nuestro presente, que buscáramos hacer un teatro salvadoreño desde el tema, el lenguaje, los personajes hasta la puesta en escena, que pusiéramos en común nuestros recursos de todo tipo, para poder sacar adelante uno a uno estos tres montajes.
Santa María de la espera está llena de las imágenes de la religiosidad de mi infancia, de la presencia de los muertos, ese pensamiento mágico tan nuestro, donde los vivos y los espíritus conviven como la cosa más normal, donde no se está dispuesto a dejar de esperar El Milagro, porque la esperanza es lo único que hace soportable el cotidiano.
En Ninpha los elementos escenográficos se van simplificando, la nostalgia por el mundo perdido, quizás por el mundo que nunca se tuvo pero que aún así es la pérdida, tal vez la pérdida de la utopía.
Y el vacío de 21, el estar atrapado, la muerte al final de las cosas.
El estreno de 21 será como llegar al final de una etapa del viaje, en el mes de nuestro cumple número 13, es decir, nuestro grupo va entrando a la adolescencia y a ver qué tal nos va con eso. Me gusta la idea de poder juntar estos tres montajes, presentarlos uno tras otro, darnos cuenta de cómo hemos ido creciendo y cambiando en las formas de escribir, de hacer, de ser teatro, cómo ha ido variando también nuestra mirada sobre lo que creíamos y creemos, sobre la realidad que soñábamos y la realidad que vivimos en el cotidiano, sobre lo proyectado y lo cumplido, sobre lo que reflexionamos en la escena. Sobre la vida, pues.
Y en este momento de incertidumbre, en este momento de absoluto vacío y vulnerabilidad que me sucede siempre antes de ver la obra en escena, no puedo menos que agradecer a todos los compañeros de viaje: actores y actrices, directora, productores, coreógrafo... a todos los que se han atrevido a soñar este camino de casi una década que pronto va a llegar a una nueva estación.