sábado, agosto 23, 2014

Mortalidad


A la dança mortal venid los nascidos
que en el mundo soes de qualquier estado;
el que non quisiere a fuerça de amidos
facerle e venir muy toste parado.
Pues ya el freire vos ha pedricado
que todos vayais fazer penitencia,
el que non quisiere poner diligencia
por mi non puede ser más esperado

(Danza Macabra. Teatro medieval)


La semana pasada ha sido la semana de la muerte, desde la muerte mediática de Robin Williams, que impacta porque ha sido y seguirá siendo uno de mis comediantes de referencia, siguiendo con la muerte de Sarbelio Henríquez, que duele por  lo repentina, por sus 29 años, por todos los proyectos que faltaban, por su sonrisa inconfundible, por toda la gente que lo echa de menos; hasta la tristeza compartida por la muerte de la madre de mi querida amiga Ana Mercedes y la más reciente, la de ayer, de Mamá Mariíta y sus 108 años de vivencias y el amor profundo de su familia, esas muertes de nuestros mayores que llenan el corazón de tristeza pero que se aceptan como parte esperada de la ruta de la vida.
Y entre tanta muerte, que no son las estadísticas diarias, impersonales, frías, de la violencia nuestra de todos los días, sino fechas que marcan la partida de quienes han sido parte de nuestras historias personales, uno vuelve a caer en la cuenta que somos, como nuestros ancestros lo sabían, un grano de polvo cósmico en la inmensidad del universo, del tiempo, de la vida, aunque los ancestros digan también que el tiempo y el espacio no existen.
La vida viene a ser entonces un álbum de momentos, en el que minuciosamente coleccionamos historias para poder revisarlas entre nuestro último suspiro y el paso a lo desconocido que tanto nos incomoda, digo yo que por falta de confianza;  y nada define tanto nuestra humanidad como ser conscientes de nuestra propia mortalidad.
La muerte es esa forma nuestra de medir la vida, la urgencia que rige nuestros apetitos y desesperanzas y por mucho, el ángel guardián del arte. Personalmente creo que fuera de excusas, hacemos arte para distraernos de nuestra mortalidad y para tal vez, en una de esas, despistar a Las Parcas, que son nuestras mejores musas desde el gran Nezahualcóyolt  hasta las sombrías barracas de Terenzín; hacemos arte como memoria de lo irrecuperable y como olvido de nuestra mortalidad, como luz cenital sobre lo que sería si fuéramos inmortales, como intento de ser más grandes que nuestra limitada vida.
Cada quién lidia con la muerte con el capote que mejor maneja. Yo por caso, evito los funerales, no opongo resistencia a la tristeza y escribo cualquier tontería que se me venga a la cabeza, como digamos, esta entrada de blog. Porque aunque uno sepa que la vida y la muerte son alternancias, una espiral con ciclos que acaban para volver a comenzar, esa sensación de mortalidad, el transitar entre lo efímero y saber que cada momento se habrá ido para siempre, es lo que nos permite buscar la poesía de las cosas  para extraer  la inmortalidad que anhelamos, o en palabras del poeta-rey de Texcoco:

¿Con qué he de irme?
¿Nada dejaré en pos de mi sobre la tierra?
¿Cómo ha de actuar mi corazón?
¿Acaso en vano venimos a vivir,a brotar sobre la tierra?
Dejemos al menos flores
Dejemos al menos cantos    

Nezahualcóyolt.-                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

sábado, agosto 16, 2014

99 monos

Mi compusita tronó del todo y no puedo usarla, así que hoy tengo puntos y apartes, pero me muero de la preocupación por saber si mi pobre compañera de aporreos verbales será capaz de salir de esta. En fin, que hay que escribir la entrada de esta semana.
He vuelto a mi viejo vicio de leer en los buses y gracias a Ana Mercedes, he vuelto a una idea que hizo que tenga límites personales como llevar la basura en mi bolso hasta encontrar un basurero, no comprar en los puestos de las aceras y otras tantas que  en ocasiones abandono por estos apuros y pesares en los que la ley de la selva en la que vivimos nos hace pasar. Leo "El millonésimo círculo" de Jean Shinoda Bolen y leyendo recuerdo a la querida Consuelo Tomas, genial poeta  panameña que conocí cuando le dábamos forma al proyecto Carromato, que luego ha sido aprovechado por tantos colegas centroamericanos. Consuelo me explicaba lo de la Masa Crítica: el cambio no llega de golpe, el cambio llega cuando un número considerable de individuos se comprometen a cambiar  de manera consciente sus patrones de conducta y forman una masa crítica que cataliza los cambios.
Recuerdo que ese pensamiento puso a resonar algo en mí, pero fue hasta un par de años después, en una de estas conversaciones sobre Evolucionismo, con encarnizadas intervenciones darwinistas, lamarckistas y weismannistas, ignorando la cizaña de la transcriptasa inversa, que alguien citó en broma la Teoría de la Resonancia Morfogénica y la mitad de los charlantes se echó a reír como si les hicieran cosquillas, yo pregunté y alguien me presentó a Rupert Sheldrake como un biólogo trasnochado rayando en médico brujo. Aún así insistí y leí la Teoría de los campos mórficos:
"La resonancia mórfica es un principio de memoria en la naturaleza. Todo lo similar dentro de un sistema autoorganizado será influido por todo lo que ha sucedido en el pasado, y todo lo que suceda en el futuro en un sistema similar será influido por lo que sucede en el presente. Es una memoria en la naturaleza basada en la similitud, y se aplica a átomos, moléculas, cristales, organismos vivos, animales, plantas, cerebros, sociedades y, también, planetas y galaxias. Así que es un principio de memoria y hábito en la naturaleza".
Es decir, para que se produzca un cambio, un número considerable de individuos debe cambiar  y alcanzar un nivel crítico que modifique al conjunto entero. En "El millonéismo círculo", Jean Shinoda Bolen lo pone de esta manera: "La conducta de una especie cambia cuando las modificaciones dentro de ella alcanzan un nivel crítico, es decir, cuando se manifiestan en un número exacto de sujetos; a raíz de ello, el comportamiento y los hábitos de la especie entera experimentan una transformación".
Y para ilustrarlo, agrega el cuento de Ken Keyes Jr.: "El mono, Macaca Fuscata, fue observado en su estado salvaje durante un periodo de mas de 30 años. En 1,952, en la isla de Koshima, los científicos empezaron a proporcionarle a los monos patatas dulces, que dejaban caer en la arena.
A los monos les gustó el sabor de aquellas patatas, pero hallaban poco grata la arena. Una hembra de 18 meses de edad, llamada Imo, vió que podía solucionar el problema lavando las patatas en el océano. Le enseñó el truco a su madre. Sus compañeros de juego también aprendieron éste nuevo método y también se lo enseñaron a sus madres respectivas.
Esta innovación cultural fue aprendida gradualmente por varios monos ante la mirada de los científicos. Entre 1,952 y 1,958, todos los monos jóvenes aprendieron a lavar las patatas para que fuesen más sabrosas. Sólo los adultos que imitaron a sus hijos aprendieron ésta mejora social. Otros adultos continuaron comiendo las patatas sucias de arena. Entonces, sucedió algo asombroso.
En el otoño de 1,958, cierto número de monos lavaba sus patatas. Supongamos que cuando el sol salió una mañana, había 99 monos en la isla Koshima que ya habían aprendido a lavar las patatas dulces. Supongamos también que aquella mañana, el mono número 100 aprendió a lavar las patatas. Aquella tarde, todos los de la tribu de monos lavaron sus patatas antes de comerlas. ¡La suma de energía de aquel centésimo mono creó una masa crítica y a través de ella, una eclosión ideológica! Lo más sorprendente observado por los científicos era que la costumbre de lavar las patatas cruzó espontáneamente el mar.... ¡Las colonias de monos de otras islas y el grupo continental  empezaron también a lavar su patatas!. Poco a poco, más y más monos fueron aprendiendo el nuevo comportamiento, y un buen día, súbitamente, toda la colonia estaba lavando las papas. Pero lo más sorprendente fue que a partir de ese día, los monos de otras islas, sin contacto con los anteriores, también habían aprendido a lavar las papas, incluso los monos deTakasakiyama, en pleno territorio de Japón".
No sé si los modelos experimentales de Sheldrake sostienen con firmeza su teoría, si la acogí por mi afinidad con las revoluciones personales o si soy un mono más en este experimento, pero si probamos tantas otras cosas ¿Porqué no? ¿Qué es lo peor que podría pasar si un día, en lugar de seguirme quejando por lo mal que estamos, dejo de tirar la basura por la ventanilla del bus, comprar cachadas en las aceras, evadir impuestos, aceptar sobornos, poner la conveniencia por sobre la ética? ¿Qué pasa si hago los cambios de lo que no me gusta como funciona a un nivel individual y luego se lo enseño a quien tengo más cerca? Tal vez no pasa nada, tal vez solo mi entorno personal mejore o tal vez me doy cuenta que una golondrina hace verano cuando a pesar de todo vuela,  ya habrán otras golondrinas que se sumarán hasta quebrar el antiguo paradigma y hacer que surja uno nuevo... ese es un pensamiento verdaderamente aterrador ¿Y si la revolución comienza conmigo?

sábado, agosto 09, 2014

De vagaciones

Pongo la compu sobre un baúl y comienzo a escribir, no estoy muy segura de qué... la Gata Pina maúlla, ronronea y finalmente se echa sobre el baúl, junto a la compu, creo que los gatos tienen esta especie de simpatía lastimera por lo escritores, será que se nos ve tan desvalidos, mientras intentamos pillar algo que pueda parecer, aunque sea remotamente, una buena imagen o un inicio de historia capaz de distraer un par de minutos a algún aburrido cibernauta sin más que hacer que perder algunos minutos en entrar a esta gaticueva. Pienso en que ese párrafo está completo y habría que poner punto y aparte, pero es inútil, la tecla de punto y aparte de mi fiel mini laptop permanece inservible y teniendo en cuenta que luego de pagar las facturas del cotidiano como cualquier mujer cabeza de hogar (eufemismo políticamente correcto para decir mamá soltera que se encarga de pagar las cuentas), lo que resta va directamente a montar mi próxima idea  teatral (siempre hay una esperando en fila por más que uno haga la buena intención de espantarla), así pues no he logrado juntar la plata para arreglar a mi guerrera maquinita, por hoy van a disculpar el interminable párrafo y los puntos y seguidos... y sigo sin saber por dónde va arrancar esta historia, si arranca alguna vez, porque la verdad no tengo mucho ánimo este día como para inventar historias, debe ser que los últimos días (con intermedio de vacación agostina, que en mi caso fue tomarme vacaciones del género humano) el golpe de naturaleza humana ha sido tal que no salgo del knock out, por más que Harry venga en plan de árbitro y continúe contando hasta cien en espera de que me levante. Y no es que no lo sepa, uno sabe teóricamente que el ser humano, la octava plaga del apocalipsis, es un ser capaz de cualquier cosa con tal de salvar el propio pellejo, conseguir una mejor posición en la vida o lograr un café decente en las mañanas, pero siempre que me dan una puñalada por la espalda, tengo ese momento de total incredulidad y de no entender qué diablos y porqué está pasando, es como si el alma se quedara con la boca abierta y una expresión de desconcierto en la cara, mientras trata de procesar los motivos del lobo, que de seguro siempre los hay. Un amigo me decía hace algún tiempo que debía dejar de andar pitufeando por la pradera de mi burbuja personal y dedicar un poco más de tiempo a entender el mecanismo de sobrevivencia humana, sin embargo ayer, hablando con Romel, me dio una de esas pistas que son como que te cae una luz encima mientras escuchas al coro celestial... y bueno, la luz era más bien crepuscular y las voces eran las de no sé qué conjunto bachatero que habían puesto en la rockola del bar donde desmadejábamos en voz alta el ovillo de la naturaleza humana y los riesgos de la vida moderna, pero en fin, Romel me dice: "lo que pasa es que vos y yo crecimos creyendo que toda la gente es buena como nuestras mamás son y nos enseñaron a ser". Buen punto pensé, pero entonces ¿cuál es la solución? ¿El desengaño total? ¿El abandono del ideal y la consecuente zambullida en la garduña nuestra de cada día? Mmm... demasiado duro para mi Quijote interior que rezongaría un siglo si lo dejara sin molinos de viento. Debe haber algo más, algo en el espíritu humano que lo lleve más allá del hombre siendo mordido, comido, digerido y eructado por el hombre, no puede tratarse únicamente de ver quién cruza primero la línea de meta. La tormenta que estallaba sobre nuestras cabezas amortiguó el sonsonete desabrido de la enésima bachata, que por cierto se parecía a todas las que la precedieron, mientras llegábamos a la terrible conclusión de que no podíamos ir en contra de nuestras enseñanzas de infancia y que lo único que quedaba era sacudirse el polvo, aprender las lecciones que la vida nos enseñaba y continuar en nuestro viaje de caballeros andantes, en el camino que habíamos elegido. Puede ser duro el viaje, pero son hermosos los paisajes, son memorables las aventuras, nos aguarda ese segundo de gloria y quien sabe, alguna vez, hasta nos podemos ganar una Ínsula... así pues... ¡a la carga! ///  p.d. hablando de quijotadas, la próxima semana arrancamos nuestra Temporada Didáctica de La Balada de Anastasio Aquino, lléguense.  http://eventos-escenarioytiet.blogspot.com/2014/07/temporada-didactica.html