sábado, julio 18, 2015

Tour

El centro de San Salvador: sus hermosos y descuidados edificios, desde lo gótico a lo art noveau, su fabuloso cementerio a la vuelta de la esquina, sus ventas de libros usados con tesoros a dos dólares,  sus calles atestadas de vendedores, su inmenso Mercado Central donde podés hallar lo inimaginable al más bajo precio, sus personajes entrañables, extravagantes, anodinos o ezquizoides.
Las prostitutas en las bancas de la Plaza Cívica, delante de las que se desgañita un pastor evangélico prometiendo premios y castigos... ¿y detrás de la puerta número tres, qué tenemos? ¿el infierno por los pecados?... ¡se lo ganó, se lo ganó, se lo ganó!... Para después cantar con voz casi afónica, una canción que promete consuelo para los que sufran mucho, con alegría y callados.
El centro de San Salvador, su café de los años cincuentas, con mesas de los años cincuentas y ventanal por donde no puede verse paisaje, porque ya no hay paisaje, únicamente el vendedor de cd's pirata que pone una nueva ronda de Van Damme combinado con Rambo en dupla de rudos, permanencia voluntaria de a dos por la cora. El centro de San Salvador y sus calles atestadas de vendedores. Me gustan los ventanales, te permiten ver a la gente sin acercarte.
Guardo mi viejo celular en un lugar donde no sea visible, para que no me vayan a dar un susto por gusto los mareros. Lo pienso un poco al salir del café, pienso si tomar un bus por las ocho cuadras que separan el café de los Hospitales, pero me gusta caminar, aún aquí, me gusta caminar. Camino.
No es solo un verso que puse en uno de mis poemas, en verdad la gente aglomerada me produce algo de asco, no me lo tomen a mal, tampoco me gusta que me toque gente desconocida, eso siempre me asusta y luego me quedo por horas con esa sensación de una mano extraña tomándome del brazo sin permiso, me froto con la otra manga, me lavo las manos, nada, la sensación de repugnancia tarda en irse. No me gusta que me toque gente desconocida.
Camino. Las dos primeras cuadras de la peatonal han ido bien, he caminado lo más lejos posible de los vendedores y esquivo a las personas que se acercan demasiado, un amigo me dijo una vez que era gracioso verme caminando por la calle, seguro que sí, como una especie de personajito de video juego esquivando cosas que le lanzan.
Falta una cuadra para salir de la peatonal. Esta cuadra es fea, no hay mucho espacio y los vendedores siempre te salen al paso. Camino lo más a la orilla que puedo, pero la chica insiste en tomarme del brazo.  Aparto el torso, me tuerzo, levanto el brazo, la esquivo, sus dedos me rozan, yo retiro el brazo muy rápido y ella, que tiene la intención de seguirme, se para en seco y me mira ofendida, como si fuera una obligación que yo permita que me tome del brazo y me jalonee para ver cosas que no quiero comprar.
Yo quisiera explicarle que no quiero que me toque, pero seguramente no me entendería, así que camino rápidamente y salgo de la cuadra. Me froto el brazo con la otra manga.
Camino y pienso que a la próxima tomaré el bus. De pronto la iglesia del Sagrado Corazón asoma y me quedo viendo un momento su fachada puntiaguda, pienso en pasar a ver los ventanales y la nave central, un momento, solo para olvidar el caos alrededor. Subo los escalones. Pienso que es una lástima que mi cámara este aún en reparación. Saco de la mochila mi libreta y mi lapicero negro. Escribo.

sábado, julio 11, 2015

Ninpha o la desidia del desencuentro

(Comentario sobre la obra de teatro de Jennifer Valiente)

Lya Ayala






Jennifer Valiente, dramaturga y actriz



Jennifer Valiente es para mí una mujer de múltiples facetas. Misteriosa y fascinante. Escribiré sobre ella en la introducción de este comentario, porque para ver a la Ninpha, tenemos que ver a la mujer que la creo.Inicia su trayecto por el teatro y para el teatro en la Universidad Nacional en 1998, pero es cuando funda en 2005 El Taller inestable de experimentación teatral Tiet, que Jennifer empieza darle cuerpo a su mundo: el teatro como actriz, dramaturga, directora. Ella es todo. Se desplaza, salta, recita, gesticula. Ella es incansable. Ha formado parte de proyectos teatrales en Payasos sin Fronteras, Teatro Libre, teatro Luis Poma, T-Atrio, El verbo en la ventana, entre muchos en los que ha sido invitada. Ha escrito guiones para radio.
Jennifer transita hacia un mundo complejo con su obra, su seudónimo Harry Castel nos habla de ello, escribe cuentos sin parar y los publica en el Suplemento Cultural 3000, cada sábado. Castel es una voz masculina en una voz fuerte femenina. Jennifer cuenta que esa voz la asume en la universidad cuando alguien le comentó que escribía “como hombre”. Y es que Jennifer Castel o Harry Valiente, puede entrar y salir sin problema del diálogo de teatro al diálogo del cuento. Ya les dije, ella es todo.
Jennifer también viaja, como si supiera que caminar por calles nuevas, mirar cielos nuevos le trae a su obra esa plasticidad que podemos ver. A Jennifer artista la podemos apreciar mejor cuando se le deja libre en las calles nuevas. Su diario de trabajo cuenta de las múltiples aventuras-trabajo, sueños-trabajo. Siempre avanzando, siempre haciendo desde escenografías, hasta muñecos en sus talleres.
Jennifer al abarcarlo todo, la biología, por ejemplo, también es madre, sus hijos la acompañan en su labor, también son artistas: músicos y actores.
¿Premios? Por supuesto, también, los tiene. Todos, les recuerdo que ella logra abarcarlo: entre algunos de ellos les mencionaré Juegos Florales de Chalatenango en 1996, con sus Diez cuentos de Adentro; Juegos Florales de San Salvador en 1996, con sus doce relatos, Del más Allá. Ganadora en la VII Bienal de Dramaturgia “La escritura de las diferencias” (Italia-Cuba, 2014). Primer lugar en narrativa. Certamen Francisco Gavidia, Universidad Francisco Gavidia. 1997. Primer lugar en poesía (compartido). Certamen Alfonso Hernández, ASTAC en 1997.
Junto a Ninpha está Santa María de la espera, otra de sus obras, donde la mujer es el centro. Acompáñenme a conocer a esta Ninpha, que como su autora lo abarca todo, lo inunda todo.

COMENTARIO EN TRES ACTOS

Los personajes nos hablan de sus dolores

Él y Ella son los personajes principales de la obra de teatro que Jennifer Valiente nos revela en esta nueva obra suya: Ninpha.
He querido iniciar este breve comentario, delineando a un Él y una Ella para que nos trasladen con sus personalidades neuróticas a un diálogo potente y clarificador.
Él y Ella se expresan sobre la guerra, sobre los recuerdos que ese drama colectivo fermenta en la vida de las personas. En Ninpha los personajes habitan el pasado, inevitablemente, la guerra los retrae al pasado, a lo que pudo ser; pero no fue. A las múltiples posibilidades de un futuro que los marca y los frustra.
Parecen hablar solos, los monólogos nos los describen; a él hondamente cansado y frustrado de la vida; ella, buscando las razones para sobrevivir a la desidia de él.
Los diálogos no permiten el respiro, son rápidos, llenos de expresiones cotidianas, reales. El ambiente de esas conversaciones entre ambos es triste, lóbrego. Además, los silencios, hay muchos, los personajes nos hablan con sus silencios.
Y es aquí donde Ninpha atrapa, en el círculo de la conversación desesperada de ambos personajes.Ante todo debo señalar que el ritmo de los diálogos es insinuante, es rápido, donde él y ella disponen sus frustraciones, sus sueños no realizados. La contraposición o la yuxtaposición de las dos voces convierten este precioso texto en un deleite para aquellos que gustamos de los diálogos ágiles, agrios, suspicaces.

La trama hacia el desencuentro

El punto central o hilo conductor de Ninpha son las cigarras, esos insectos que perseguirán al personaje femenino, durante todo el trayecto de la obra, para brindarle cierto hilo de esperanza que podemos ver a ratos, pero que inevitablemente se diluye.  Las cigarras en Él devienen en sangre fría, en desaliento, en desasosiego, en orgullo y cansancio de la vida.
Es la crisis de los cuarenta o la crisis de no saber asumirse como adulto, escuchamos decir a la voz en una voz secundaria, que escucharemos en el fondo de la trama.
¿Cómo se muestra la trama en Ninpha? Diálogos, sí. Cartas, también, donde la voz de Ella, pícara y misteriosa, le escribe  un amigo. Es decir, hay un flasback continuo, que nos refiere a través de las cartas a  otra trama que se teje dentro de la trama principal.
Ahí  Ella es el sueño, la melancolía, la esperanza y el amor; pero es, ante todo, la verdad. Ella se desnuda en la trama secundaria.

Escenario y luces

A nuestra dramaturga hacer bailar a sus personajes le es imprescindible, porque es en el movimiento del cuerpo donde se expresa aquello que no logra la palabra. En este sentido. Jennifer Valiente abarca todo aquello que el teatro es: diálogo, movimiento, gesto.
Y luces, en Ninpha el juego de las luces para ambientar los sentimientos, las sensaciones nos acompaña, el juego es completo. Nos envuelve desde todos los ángulos.

El desencuentro (epílogo)

El final de la obra es un diálogo completo sin estructura que separe escenas, el simbolismo se incrementa: papeles, calendarios, maletas. Jennifer no deja  nada al azar, conmueve con su tragedia y sus cigarras.

Los efectos finales de luz, voz en off, silencios, terminan de cerrar el círculo para los espectadores. Ninpha es la guerra y la posguerra salvadoreña vista por los ojos de una pareja. Es la esperanza y la desesperanza en pugna. Y al vernos, nos vamos a querer hundir en el sonido de las cigarras.


Lya Ayala. Escritora, periodista y editora salvadoreña. Ejerce la investigación y docencia en la Universidad José Simeón Cañas (UCA)

sábado, julio 04, 2015

Rejas

En este lugar seco y polvoso, el sol de las cuatro de la tarde muerde tanto como el sol de las dos de la tarde. Un par de árboles carcomidos y viejos, como la reja de la entrada, hacen lo posible por mostrar un verde deslucido, mientras dos gatos callejeros se cobijan la fatiga en la sombra del contenedor de basura, que puebla de moscas el parqueo donde espero, junto a la reja de entrada. Afuera hay un rótulo desteñido que pone: Centro de Rehabilitación de Mujeres, para el motorista del ruidoso bus en el que vine y para todos los demás es Cárcel de Mujeres.
Yo sigo esperando, como en los últimos quince minutos y como seguiré esperando por otros cuarenta y cinco minutos más, a que venga el funcionario que debe entregarme los cuentos y poemas que las internas enviarán al certamen literario que estamos organizando como parte de las actividades de mi trabajo.
Me gusta mi trabajo.
Mientras tanto, hay dos mujeres esposadas, sentadas en la pequeña grada de entrada, alcanzo a escuchar por los comentarios que acaban de llegar de su audiencia por tráfico de drogas, están rodeadas por cuatro policías, que para matar el tiempo conversan entre ellos, de pronto una de las mujeres le pregunta a uno de los policías cuánto gana al mes, el policía da una cantidad que no alcanzo a escuchar, la mujer da una carcajada y le dice:
- ¡No maje, eso lo hago yo en una semana!
El policía se revuelve incómodo un momento y luego le dice entre dientes:
- Pero a mí no me han dado doce años, maje. Y según vos, tu marido te va a estar esperando porque no lo quemaste. Ya ha de tener otra y vos aquí, por pasmada.
La mujer mira para otro lado. Todos callan.
Uno de los custodios llama por la reja de entrada y toma los papeles de la audiencia, las mujeres pasan a registro antes de ingresar. Los policías regresan a un transporte donde hay ocho más y parten.
Mientras sigo esperando, un amago de brisa mueve levemente las hojas del deslucido árbol de mango en el patio. Llegan otros cuatro policías. Una jovencita está esposada a una mujer de más o menos cuarenta y cinco. La mujer mira a todos lados, nada parece importarle mucho y de vez en cuando habla con la chica, que no deja de mirarse las muñecas: la que tiene esposada y la que no.
Una vendedora de café y pan dulce ha llegado a la reja. Los custodios y policías se turnan para comprar. Los policías que están cuidando a las mujeres se acercan de nuevo con sus vasos de café, el aroma golpea directamente la nariz. La mujer mayor mira sin querer el vaso de café y luego mira a cualquier otra parte, una sonrisa sarcástica tuerce su boca, no imagino de qué puede sonreír, pero como dicen las señoras: cada quien sabe lo suyo.
Al fin les reciben los papeles. Las mujeres vienen de que les dicten sentencia. Cuando han entrado al registro, la mujer policía le cuenta todo a uno de los custodios, mientras los demás escuchan.
- Diez años les han dado a cada una. La bicha diecinueve años tiene, imagínese, diecinueve y diez que va a pasar aquí, ya va a ser mujer cuando salga, aquí va a dejar de ser bicha...
Los policías que la acompañan asienten con la cabeza. Ella moja el pan en el café, mastica y habla.
- Y la mujer es la nana...
Uno de los custodios la mira sorprendido, me cuesta creer que un custodio pueda sorprenderse, pero imagino que siempre conservamos algo de fe en la humanidad. La mujer policía continúa, como tratando de convencerlo.
- Ella la metió al business... con cuatro entregas las agarraron, la bicha llevaba la mitad de las extorsiones... ¿bien jodido, veá?
El pan dulce se ha terminado. Los policías acaban el café de un trago y se suben al microbus donde vinieron. La reja principal se abre para verlos salir.
A mi me llaman ¡al fin! para darme el paquete de cuentos y poemas de las internas. Más tarde, en el bus de regreso a casa, no puedo sacarme de la cabeza la pregunta de la policía: ¿bien jodido, veá?. Pues si, se supone que los traes al mundo, los crías y los cuidas, tratas de que no se metan en problemas, pero no se supone  que los pongan presos por que te ayudaban a extorsionar... así que sí, bien jodido, en verdad.