martes, septiembre 19, 2017

Dios nos salve, patria sangrada

En ese momento, metida en mi manía de leer en el transporte público, yo también tenía serias dudas sobre si Snape en verdad era un infiltrado fiel a Dumbledore o un doble agente de Voldemort. Mientras tanto, en la radio que el motorista llevaba a todo volumen, atravesando esa colonia obrera en uno de los municipios que los periódicos ponen en la lista de los más violentos del país, los comentaristas hacían la charla matutina sobre el nuevo despliegue de efectivos militares y policías que el gobierno realizaba ese día para volver seguro el centro de San Salvador y la incipiente campaña electoral que será el ambiente de fin de año. El repentino bloque de silencio que cayó pesadamente a mi alrededor y la atmósfera que rápidamente se había puesto densa, hicieron que sacara mi nariz del libro y viera a los dos tipos muy jóvenes que acababan de subirse al microbús, cubriéndose el rostro con sendas pañoletas y llevando cada uno una pistola con la que apuntaban en panorámica a todos, como si fueran a sacar una fotografía y estuvieran midiendo el espacio.
Uno de ellos le dio las indicaciones pertinentes al motorista: que no subiera a nadie más, redujera la velocidad  y fuera en línea recta sin parar ni acelerar. Luego, sin dejar de mover su pistola, el otro soltó:
- Sabemos que aquí va más de algún familiar de los mierdas de la veintidós, así que les llevan el recado: no nos gusta meternos con la gente trabajadora como ustedes (menos mal, pensé), nosotros también somos iguales a ustedes, pero si esos mierdas se siguen metiendo con la gente de aquí abajo, si siguen asaltando, todos van a pagar.
Asombrosamente, el público permanecía impertérrito ante el sermón, todos en silencio y mirando hacia el frente, como si ignorar aquello que estábamos viviendo hiciera que los dos tipos armados de pronto desaparecieran, pero no desaparecieron. En el breve silencio que hizo el elocuente y armado orador, se escuchó el eslogan: "El Salvador seguro" y a continuación y en detalle, los denodados esfuerzos gubernamentales por garantizar nuestro derecho a una vida plena y segura, en la impecable y bien modulada voz del locutor.
Nuestro orador en el pasillo del microbús no tenía una voz tan elegante, pero la pistola en su mano garantizaba nuestra total atención.
- Celulares en mano -dijo - Quiero ver todos los celulares y si vemos algo sospechoso, aquí mismo lo bajamos.
Todos se apresuraron a mostrar sus teléfonos. No estaba segura de si esa mañana habría puesto en mi cartera mi desfasado clon de dudosa procedencia, que siempre se queda trabado, o lo habría dejado como siempre, en algún lugar de la casa - una vez me lo encontré dentro del refrigerador y juro que no tengo idea de cómo llegó allí - el caso es que todo había sucedido tan de repente, que no tuve ocasión de memorizar el párrafo donde me había quedado ni ponerle un marcador al libro y no quería perder la página, ni abrir el libro por completo porque se podía dañar, así que hacía una extraña maroma para revisar mi cartera y mantener mi dedo en la página y párrafo correspondientes, mientras el tipo de la pistola me miraba sin entender y fastidiado, pasaba a tomar el de la señora de la par, para continuar luego con el resto de la fila. Mi búsqueda fue infructuosa pero logré no perder ni el párrafo ni la página y claro, no perder la vida en el intento.
Luego de hacer un último recordatorio respecto al mensaje que alguien de los presentes supuestamente debía entregar sobre temas de territorialidad, los tipos se bajaron en la siguiente parada y la gente que estaba allí ni siquiera se mosqueó, es más, uno de los señores que acompañaba a su hija colegiala a abordar el bus, se quedó con cara de: estos bichos... Cotidianidad, pensé yo, mientras miraba a la señora mayor de la par, que me veía con el terror en su rostro pálido y un ligero temblor en el labio de abajo. Me cambié el libro de mano y  le puse mi mano libre sobre la suya, que temblaba quizás un poco más que su labio, la miré intentando calmarla pero no le dije nada, ¿qué podés decir en esos casos? Al parecer lo entendió, porque soltó un hondo suspiro y su mano dejó de temblar.
El silencio se quedó, humillante y pegajoso, como una sucia sombra sobre todos. Yo pensé que podía soltarle la mano a la señora, para volver a meter mi nariz en el libro y enterarme si Dumbledore hacía caso de las sospechas sobre Snape. En la radio, a la que el motorista acababa de bajar el volumen, los dos comentaristas estaban invitando a los oyentes a entrar en su página de facebook y contestar la pregunta del día: ¿Piensa usted que el despliegue del ejército en el centro de San Salvador mejorará la seguridad? ¿Si o no? ¿Usted que piensa?
Habíamos pasado solo una parada más después que nuestros oradores se bajaron y entonces, a la siguiente parada, volvió a subirse otro par, esta vez sin pañuelos en las caras, pero sin que les faltaran pistolas en las manos, volviendo a apuntarlas en recorrido panorámico, desde el motorista
hasta el último de los pasajeros, antiguos y que recién abordaban el microbús. Y entonces, otro de los chicos, más jóvenes que los anteriores, retomó el discurso, recordándonos que ya nos habían quitado los celulares y que si volvían a tener una incursión no deseada en sus territorios, continuarían las represalias de este o de otro tipo.
El público, claro, volvió a comportarse: todos en completo silencio y viendo hacia el frente, algunos con evidente frustración, otros con clara desidia. La mujer en el asiento atrás de mí, se atrevió a hacer un gesto de disgusto y recibió un insulto personalizado mientras le apuntaban, calculé desde mi ángulo de visión, a la cabeza. Y luego, a la siguiente parada, también se bajaron ante la impasible mirada de los vecinos.
El silencio se condensó en el microbús, con el profundo tufo de la desesperanza. La señora junto a mí volvió a tomarme la mano, de nuevo estaba temblando. Una guapa mujer al otro lado del pasillo se recargó contra la ventanilla, mientras apoyaba el codo en el vidrio y se detenía la frente con la mano, como si fuera un peso demasiado grande de llevar, el motorista y el hombre que iba en el asiento junto a él, eran un bloque gélido que miraban hacia el frente como si no existiera nada más alrededor. Yo pensé que a la próxima debía llevarme un marcador de página para cuando perdiera el ánimo de leer. En ese momento, los comentaristas en la radio hacían una pausa sobre el despliegue de seguridad en el centro de San Salvador e iban a corte comercial. La impecable y bien modulada voz del locutor había comenzado a decir de nuevo: El Salvador seguro... pero antes que siguiera enumerando los denodados esfuerzos gubernamentales por garantizar nuestro derecho a una vida plena y segura, el motorista apagó de golpe la radio.

jueves, septiembre 07, 2017

Teatros y Molinos

Tal vez divago, chocheo podríamos decir, pero a veces me da por salirme del torbellino cotidiano y cuestionar muy seriamente mis intenciones, es decir, preguntarme porqué diablos hago.
Hacer teatro es una especie de deporte extremo en cualquier lugar del planeta y en cualquier circunstancia, riesgoso para quienes por elección o fatum se han ubicado fuera del gran cartel. Hacer teatro de grupo es, dentro de esto, una especie de rafting maratónico, porque si bien el actor pone su cuerpo y espíritu en el escenario, pone además su propia persona, su ego, en el trabajo de grupo, en el que se ve en escena y el que permanece anónimo muchas veces, tras las bambalinas del área técnica o de producción, y cuando la corriente es rápida hay que tener cuidado de no resultar estrellado contra un muro o perder completamente el rumbo de tu balsa. Hay muchas cosas en las que ponerse de acuerdo y hay que tener la capacidad de ser críticos a la hora de saber si es que quiero decir o hacer algo, o ganar una discución por el bienestar del grupo o para hacer ronronear a mi ego.
La velocidad y la sobre exposición de nuestros días tampoco ayudan mucho. Hay que aparecer permanentemente, hay que ofrecer algo permanentemente, so pena de desaparecer, sobre todo en medios tan precarios como el nuestro, pero el teatro es algo vivo y delicado, que se gesta la mayoría de veces entre el silencio y el caos,  y a este bicho extraño le disgustan demasiadas miradas antes de tiempo, cuando su caparazón no está listo para lanzarse al ruedo, cuando aún no sabe qué es, o si quiera, si es. Entonces lo único que desea es que nadie se acerque, que le dejen entrenar hasta el trans cansancio, o escuchar en su cabeza las mil voces que puede tener ese personaje, o intentar una y otra vez, hasta desentrañar el verdadero sentido de esa frase, sin distaer su energía en aparecer bonito o bonita en la fotografía, o pensar si es el que más trabaja o no en el grupo, o si es el mejor en esto o aquello. Recordar una y otra vez, como decía el bueno de Stanislavsky, que hay que buscar amar al teatro en uno y no a uno en el teatro. Preguntarse muy en serio, una y otra vez, qué quiero hacer: ¿Hacer Teatro o hacer pose?
Y luego repetirse esa frase que muchas veces le da risa a los aprendices cuando se las digo, esperando que lo comprendan: no hacemos turismo cultural, hacemos intercambio cultural. Tratamos de encontrar al Otro, con su historias, con sus formas de hacer, procurando (aunque uno suene muy trekkie) apreciar la Infinita Diversidad en Infinitas Combinaciones. Lo importante no es el viaje físico (aunque nos cueste mucho aceptarlo), lo importante no es la búsqueda del reconocimiento (aunque nuestra naturaleza anhela el reconocimiento), lo importante es el viaje creativo, el proceso artístico, el descubrimiento de ese utópico actor sagrado y teatro sagrado que soñaban otros antes de nosotros y que  tal vez existe dentro nuestro, esperando a que su espíritu sea compartido con los que comparten nuestro teatro.
Es fácil perderse en la ruta, es fácil olvidar porqué uno tomó la decisión vital de escoger este tipo de teatro y no otro, es fácil sucumbir ante el cansancio, la precariedad, la competencia, el sin sentido, el desmesurado culto a la auto imagen. Es mucho más cómodo elegir el resultado al proceso, lo mediático a las horas y horas de entrenamiento, de búsqueda, de cuestionamiento, de conciencia. Pero cuando uno lo encuentra, ese momento de total lucidez, esa conección con el creador de Arte en vos, esa campana de vacío que para el tiempo, entonces uno sabe, aunque nadie más se entere de ello, que ha valido la pena.
Divago, tal vez soy una cosa en extinción alzando mi mudez ante impasibles molinos de viento. Ciertamente divago, pero necesito de vez en cuando, sobre todo cuando el torbellino cotidiano de lo que me rodea parece más fuerte que mis voces interiores, preguntarme porqué diablos hago lo que hago y asegurarme que no he perdido el camino, que todavía busco mi teatro.

martes, julio 18, 2017

Voyeur



A las cuatro y quince hay tanto ruido dentro como fuera de ese café estrecho a la orilla de la primera calle poniente. La gente sale del trabajo, como salen los escolares de las clases que les aburren,  pero la gente no va todavía a casa,  van a buscar el café de la tarde.
Tengo suerte porque mi café y yo encontramos una mesa para dos: mi libro y yo. El café entonces resulta una suerte de excusa para pasar una hora leyendo, consciente de las miradas que se dirigen al libro, ese raro objeto en tiempos de chat.
Las mesas se van llenando, pero nadie se atreve a romper mi concentración, mientas me zambullo en una página tras otra del libro de poesía que Sergio Inestrosa me dejó cuando vino a  presentarlo, peregrino de regreso a su tierra, al paisito por el que suspira desde su San Francisco. Así pues, nadie me pregunta si puede sentarse y continúo en mi cita literaria.
Levanto la cabeza y  veo en la mesa de enfrente a los dos señores de cincuenta y tantos, que vienen usualmente a este café. Uno se queda sentado, reservando el espacio y el otro va por los cafés. Siempre saben qué pan llevarle al otro, cuando se turnan en ese oficio de cuidar el espacio en la mesa e ir por el café. Lo sé, porque los observo cada vez que vengo aquí…  creo que los escritores y los  teatreros tienen eso en común: somos voyeurs por motivos profesionales y porque nos encanta, siempre observando las vidas ajenas, a ver si se encuentra alguna historia o algún personaje interesante. Como la mujer  que entra con su delantal lleno de encajes y sus más o menos cincuenta y cinco años empacados en un cuerpo rollizo y rebosando maquillaje por los ojos, se pide un café negro y una semita alta y se sienta por media hora a reírse con su celular, o a putearlo, según sea el día.
Los señores cincuentones se han acomodado uno frente a otro. Lentamente endulzan el café, mientras sonríen por algún comentario y procuran que sus manos no se toquen al tomar el pan. La charla hoy es serena, a veces el señor más serio, el que casi siempre se queda en la mesa guardando el espacio, se mira realmente triste y el otro señor, el que se ríe de forma contenida y va casi siempre por el café,  le habla animadamente  y lo mira con ternura, solo cuando cree que nadie  inclusive el señor serio, se da cuenta. Hoy la charla es serena  y se escurre en la confianza con que fluyen las palabras, todo el tiempo que estos dos señores deben tener de conocerse; entonces imagino que se encontrarán cada semana para tomar café y charlar, quien sabe desde hace cuántos años, cuando aquí no existía este café, sino otro más elegante, en los bajos  del  gran hotel que se derrumbó  en el terremoto que sacudió a San Salvador en el ochenta y seis y sepultó consigo a su dueño.  Pienso que a veces soy un poco como mi abuela, contando el tiempo desde una desgracia a la siguiente.
La mujer rolliza del delantal cargado de encajes termina de reírse con su celular y se levanta para atravesar con paso lento el salón. Pienso cómo debió ser ese café que nunca conocí, esa ciudad que apenas me presentaron, cuando vi desplomarse el  gran  hotel frente a mis ojos mientras danzaba aturdida con la tierra, todo como si estuviera en una película. Pestañeo y guardo el libro, apuro lo que queda de mi líquida excusa para ocupar la mesa. Los señores cincuentones se han levantado y el que casi siempre va a traer el café, le abre la puerta al otro con un gesto gracioso, el mismo gesto gracioso de siempre. Los veo al otro lado del cristal, despidiéndose con la mano en alto y un gesto de cabeza, para irse luego en sentidos opuestos y sin voltear a ver.
Chequeo una vez más la hora. Los lunes no hay ensayo después del trabajo, así que los lunes generalmente son como un mínimo domingo de una hora para espiar otras vidas dentro y fuera de los libros.

miércoles, julio 05, 2017

El teatro de la calle

Martes a la tarde, camino con paso apurado las ocho o nueve cuadras que separan mi trabajo del local donde ensayamos y hacemos taller con el grupo. El laboratorio de entrenamiento actoral está llegando a un lugar muy interesante, la yuxtaposición del texto de Edward Albee y la partitura de movimientos sacada de secuencias del cotidiano, está produciendo cosas estupendas, ahora, si todo va bien, haremos diferentes montajes y experimentaremos cómo varían los significados de los personajes cuando variamos sus relaciones o el contexto en la escena... si, estoy entusiasmada.
A propósito camino tres cuadras sobre la primera calle poniente, donde el humo te ahoga, lo que es preferible a entrar en la peatonal, con esa primera cuadra encerrada por láminas aqua, que la han vuelto un paso aún más estrecho y asqueroso, lleno de basura, orines y excrementos.
A continuación te esperan otro par de cuadras con el asedio de los vendedores, que te jalonean para ofrecerte su mercancía, mientras haces lo imposible por evitar que secuestren tu brazo, y si se te ocurre pedirles que te suelten, prepárate para la violencia verbal.
Así que resueltamente entro al imperio del humo, para luego buscar la Calle Arce.
Cruzo por el pasaje Montalvo, con sus peleterías de principios del siglo pasado y sus tiendas de baratijas chinas que se desbaratan en un abrir y cerar de ojos y de pronto, un chiquillo de unos diez años corre para alcanzarme. Instintivamente, paso mi mochila hacia adelante y la apreto contra el pecho. El chiquillo me alcanza, sonríe y hace esa pregunta que escucho decenas de veces y no sé cómo responder, debido a que tengo más mala memoria que mis personajes:

- ¿Se acuerda de mí? - Afortuadamente no me da tiempo para responder - Mire, ¿porqué este mes no vimos teatro?, me reclama.

Entonces respiro. El chiquillo es uno de los cientos que atendemos cada mes en nuestro proyecto de "Niños al teatro". Un invento que surgió de la insistente solicitud de algunos profesores y directores entusiastas, de centros escolares del meritito caos del centro, que no podían pagar pero querían ver teatro y de la buena voluntad y solidaridad de los miembros del Tiet, que rascamos de dónde podemos, para llevarles atención teatral cada mes. Buscamos apoyo institucional, claro que sí, pero como de costumbre, la única respuesta fué el silencio o el "ellos no están dentro de la zona de atención", así que decidimos hacerlo por nuestra cuenta.
El primer mes fué intenso. Chicos que habían tenido poquísimo o ningún contacto con el teatro, o con el arte en general y no sabían cómo entrarle al asunto; profesores y padres que no saben o no les interesa saber que el arte puede contribuir al desarrollo humano integral de los chicos, sin necesidad de ponerles una nota. Ahora, cinco meses después de haber comenzado este otro experimento, siempre nos preguntan qué van a ver el siguiente mes.

- Si - me disculpo - es que hubo pausa pedagógica y no pudimos traerlos al teatro.
- ¿Y ahora? ¿vamos a ir?
- Si, vamos a ver malabares y títeres en la biblioteca
- ¿Con el elefante rosado? (un personaje)
- No, con otro amigo
- ¿Y voy a ir yo?
- Eso vamos a coordinar con los profesores.
- Dígale que lleve a cuarto, a cuarto dígale - me dice, mientras regresa a uno de los puestos de la peatonal - ¿Y el Gigante (otro personaje)?
- En su casa
- Dele saludos, dígale que cuándo va a llegar - me grita y agita la mano diciéndome adiós.

Apenas me despido, cuando otro chico más pequeño, con una canastilla de ganchos y chucherías me dice:

- ¡Primavera! ¿usté es la Primavera, veá?
- Si...
- ¿Y el Gigante? ¿va a venir?
- ¿Vos también vas a ver el teatro?
- Si, yo los vi ¿no se acuerda?... ¿lo van a dar otra vez?
- Si, vamos a dar otra cosa
- ¿Los piratas? (los personajes de En un Lugar de La Mancha)
- No, otra cosa
- ¿El qué?
- Ahí vas a ver
- Yo voy a ir, ahi los voy a ir a ver, ahi me mira cuando vaya
- Bueno
- Vaya, salú... y también agita la mano y sigue caminando, cuadra abajo.

Lo miro un momento, mientras pienso en lo mucho que me entusiasman los experimentos teatrales. Luego, sigo rápidamente, subiendo cuadras, hacia donde espera nuestro laboratorio.

miércoles, junio 21, 2017

La edad de la inocencia



Era 1997, creo.  En el 90, con “La misma sangre” de Carlos Velis, me había contagiado del virus teatral. Desde entonces había visto  todo el teatro que había podido, había entrado al mítico Taller de Teatro Universitario de la UES, de la mano de Roberto Salinas pasaba de enamorarme del Lorca poeta al Lorca dramaturgo y me había encantado la presencia de  Isabel Dada y  Dorita de Ayala.
Estaba por ese entonces iniciando un taller sobre análisis de texto con Filánder Funes, en el tercer nivel del Teatro Nacional, el texto era de Shakespeare y entonces llega uno de los colegas de Teatro Universitario y me dice que un director llamado Roberto Salomón necesita actrices para hacer de hadas en su montaje de Sueño de una noche de verano… de Shakespeare. Si, fue un dilema… que terminó conmigo en el patio de Actoteatro, escuchando las indicaciones de Eunice Payés y creyendo que nunca más tendría la oportunidad de trabajar con Filánder Funes, pero bueno… eso es otra historia.
El tema es que más o menos un mes después de eso, estábamos todos, jovencísimos y boquiabiertos, en el escenario de la Gran Sala. Hay algo mágico en llegar a un escenario, es como si de pronto  llegaras a un mundo nuevo y en ese mundo nuevo, pudieras ir a cualquier parte. Durante toda la temporada parecíamos ratones en casa nueva, yendo y viniendo, conociendo esa casa encantada que se llamaba Teatro Nacional.
En uno de los ensayos generales llegó Isabel. Isabel Dada, esa hermosa señora del teatro. Y allí la conocí y luego la volvía a encontrar en Radio Clásica, en la Fundación María Escalón de Núñez, en  muchos otros espacios donde se hacían actividades culturales en los noventas y como no, en el teatro, siempre en el teatro.
Curiosamente mi primer pensamiento sobre Isabel no es el teatro. Es más bien esa cualidad de inocencia que siempre me admiró, desde la primera vez que hablé con ella. No era esto de desconectarse del mundo y ser ingenuo, más bien era el creer que el mundo es un lugar donde a pesar de los peligros encontrarás gente buena y seguramente, después de la batalla, todo estará bien. Ya fuera contando sobre sus peripecias para hacer teatro, el criar a sus niños sola, el Maestro Barbero, o el comentar lo cuesta arriba que podía hacerse un proyecto teatral en este país, Isabel conservaba la inocencia detrás de sus fabulosos ojos y cuando te tomaba la mano en la conversación, después que vos también le contabas lo difícil que podía ponerse todo, estabas segura que sí, que al final, todo estaría bien.
Luego me viene a la cabeza también su voz, cuidada en el decir, cuidada en el recitar. “Si la poesía no se escucha bella, no le llega esa belleza al público, no lo toca”, me dijo una vez cuando me la encontré en  Radio Clásica y hablábamos de la declamación y de su programa de poesía “Homenaje a la vida” y de la Academia Shakespeare. Esa cualidad de inocencia también era búsqueda de la belleza, era una clase de cortesía que te atrapaba, un compromiso con el oficio… era  una cosa que recuerdo de los señores del teatro: Isabel, Tony Perdomo, Irma Elena Fuentes, Paco Campos, Eugenio y tantos que emprendieron viaje en este país sin memoria… no sé, algo que quizás es de otros tiempos.
Urd, Verdandi y Skuld, hilaron, hilaron, hilaron al pie de Yggdrasil… Las Nornas usaron tijera afilada justo hace una semana, porque también partieron Marta Alicia Aragón, actriz de la generación de Bellas Artes y Max Herrera, músico del Bachillerato en Artes del Cenar. Partidas para las que no hubo pañuelos blancos en los medios de comunicación. Vuelos en bandada en nuestro paisito donde parece que no paramos de despedirnos.
En un arte efímero, hecho con una vida hecha de sueños, donde al terminar la función no quedan libros ni cuadros que inmortalicen la obra, donde todo desaparece con el cierre del telón una y otra vez después de cada función, al final nos queda eso: el recuerdo de los ojos de Isabel, de su mano, de su voz educada, de sus personajes engañando el tiempo en las tablas. La memoria del trabajo de Marta Alicia Aragón, que según me comentan era impresionante sobre el escenario del Teatro Nacional, la sonrisa cálida y las notas de la guitarra  de Max Herrera en noches y noches de bohemia y  “vos sabés, lo que es tener un amigo, que derrame lágrimas por vos…” con las voces del público acompañando.  Después, cuando se apagan las luces y se disuelve el eco de los aplausos, todo es silencio.
Bendito silencio.

viernes, abril 28, 2017

E = mc²

Dicen que el tiempo es relativo... el espacio-tiempo einsteniano y la cuarta dimensión de Minkowsky me viven acosando desde principio de año, a estas alturas necesito semanas de 9 días, días de 48 horas o un par de clones que no se rebelen ante su creador y sean buenos colaboradores, o "proactivos", según está de moda decir.
En medio de todo, decidí quitarle las telarañas a la gaticueva, quizás porque uno necesita hablar con uno mismo de vez en cuando y le tiene miedo al espejo, o quizás por el cariño teñido de costumbre que uno guarda por ciertos no-lugares.o quizás porque no hay otro espacio disponible para ejercitar mi ánimo cronista y mi afición por las confesiones anónimas que llegan de anónimas maneras a seres anónimos al otro lado de la pantalla... esta postmodernidad...
Me sucede que cuando dejo de visitar por mucho tiempo este no-espacio y luego regreso, me encuentro con el desierto: el polvo que se ha acumulado sobre el oficio y las palabras, la arena que reseca los pensamientos y tapa la puertas de la imaginación, el hollín que oscurece cualquier válvula de escape de los sentidos hacia afuera... en fin, que hay que ponerse a hacer limpieza y uno no sabe por dónde comenzar: si ordenar de nuevo todos los temas que se han caído del estante en el último enjambre sísmico o sacar la mugre que se ha ido acumulando sobre el piso hasta dejarlo inmundo, como los alrededores de todas las plazas de San Salvador, si sacudir las palabras que se han cubierto de polvo y hollín,como cuando uno permanece diez minutos en las calles del centro o ante el caos reinante, cerrar todo y dejar un fósforo dentro, en espera que de las cenizas resultantes, resurja algún fénix de ingenio, que se auto rescate del olvido, para ser auto suficiente y estar a tono con los tiempos.
Hay que comenzar por una palabra, o quizás mejor por una frase, pero después de aquello de que esa mañana, después de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se levantó convertido en un monstruoso insecto, le quita a uno cualquier esperanza de escribir algo que pueda ponérsele al tiro a semejante arranque.Tal vez habrá que recurrir al socorrido: había una vez, vieja fórmula infalible, como los tés de manzanilla para el resfriado y la constipación de espíritu, confiemos en lo viejo conocido... por otro lado este no es el día en que usualmente publico, pero en fin, dicen que el tiempo es relativo... "Dicen que el tiempo es relativo..." esa podría ser una buena frase para comenzar. Justo en ese momento, el látigo despiadado del reloj me recuerda que debo dejar la taza de té y salir corriendo como loca para el trabajo, pero antes, abro el blog y lo anoto: "Dicen que el tiempo es relativo..." y salgo de casa como si tanta prisa pudiera salvarme del cotidiano, ya terminaré todo este asunto en cuanto tenga un par de grietas en mi línea de tiempo.

miércoles, enero 11, 2017

De waries, trekkies y comenzar el año con La Fuerza...

Una vez cada mucho y si la peli lo amerita, voy al cine.
Era la primer semana de año nuevo y Rogue One, el 3.5 de La Saga, que se estrenó para navidad, quizás no estaría por mucho tiempo más en las salas, así que me fui al cine, superando el temor que me infunde Disney, después de ver cómo destrozan historias, la dirección de Gareth Edwards después de lo de Godzilla y sin Jhon Williams en la música.
Salí por un momento de mi burbuja para decirle a la chica de la caja: 
- Rogue One, uno por favor.
Ella abre los ojos como platos y luego de parpadear, me dice:
- ¿Rogue One... dos, verdad?
Pienso que no me ha escuchado y repito con una sonrisa, viéndola a los ojos:
- Uno.
La chica vuelve a parpadear y mira sobre mi hombro, incrédula, luego de dudar un momento, me cobra y me entrega el boleto. Tardo un buen rato en entender porqué se comporta de manera tan rara, hasta que me cae el veinte, claro, la convención social establece que una chica no va al cine sola... bueno, intentaré recordarlo para la próxima.
Falta media hora para la peli, así que voy a buscar algo que pueda comer. Inútil pesquisa en el imperio de la comida chatarra, lo único tragable es un pan blanco y un café negro, como diría mi abuela: de entre lo malo, lo menos peor, aunque el café tiene las mismas propiedades que la cerveza y el agua: nunca se le dice que no.
Entonces, entro a la sala justo para los trailers... y pienso que los guionistas que trabajan con los personajes de Marvel deberían leer los comics antes de escribir los guiones, hay cosas que no pueden hacerse en nombre de la licencia poética.
Junto a mí se sienta un tipo más o menos de mi edad, que también ha venido solo, warie a todas luces, bien... nos vamos sintiendo acompañados, casi al terminar de los trailers llega otro tipo un poco mayor que nosotros, que se queda en el asiento a la salida del pasillo. Tres en línea.
En fin, que la peli comienza y para mi sorpresa, la historia es realmente un 3.5 de La Saga, bueno, más cerca de La Nueva Esperanza que de La Venganza de los Sith, Diego Luna está muy bien, los valores Jedi se mantienen y... un momento... yo conozco a este tipo... sin darme cuenta, lo digo en un susurro:
- Es el maestro Ip Man.
- Si - contesta el tipo junto a mí - el maestro Ip Man es Chirrut Imwe.
- Es lo más adecuado para el último guardián del último templo jedi en Jedha - susurró el tipo al lado del pasillo.
¿En serio? ¿Otros dos waries, que además conocían a Donnie Yen, alias el maestro Ip Man, alias Chirrut Imwe, alias uno de los mejores artistas marciales de Hong Kong? La sesión pintaba bien.
Y bueno, la peli tenía sus momentos tranquis, donde se podía llegar al debate del viaje espacial:
- Estas naves no podrían hacer eso si el doctor Cochrane no hubiera descubierto la velocidad warp, dice mi compañero de asiento.
- Pero el viaje en el hiperespacio tiene un principio diferente que la burbuja de salto warp - indica el tipo del pasillo y yo estoy de acuerdo con él - además creo que Ogeid Argenti descubrió el hipermotor antes que Cochrane descubriera el principio de curvatura...
- Bueno, pero en Trek Nation, Lucas admite que Rodenberry influenció su trabajo, así que algo de crédito debe tener la tecnología warp, digo yo para mediar.
- Pongámonos serios... dice el del pasillo, pero en ese momento la batalla se pone demasiado buena y ya no hay tiempo de hablar.
Y como sucede en los buenos toques de la hermandad negra, estos tres buenos desconocidos se lo pasaron re bien viendo la peli, de tal modo que cuando llegamos a la última escena y vimos de espaldas a la Princesa Leia, el tipo de la par y yo nos tomamos de la mano, anticipando el momento... no lo vi, por la oscuridad de la sala, pero puedo asegurar que también le tomó la mano al tipo del pasillo, era demasiada tensión para un solo ser humano, había que apoyarse en los demás... y, efectivamente, cuando el personaje giró era ella, la Princesa Leia en todo su esplendor como en los buenos tiempos, cuando Obi-Wan Kenobi era nuestra única esperanza.
- Es ella...
- Si...
Y los ojos se nos llenaron de lágrimas.
Los créditos llegaron justo a tiempo porque mi dead line de transporte urbano son las 8:00 p.m. en los dorados tiempos que habitamos. Puse la mano en el hombro de mi compañero de asiento, para despedirme:
- Que la Fuerza te acompañe - me dijo
- Que la Fuerza te acompañe, le dije yo
Nuestro colega del pasillo hizo el saludo vulcano y nos deseó larga vida y prosperidad.
Y los tres desconocidos salieron del cine, altamente satisfechos de su última aventura warsie y sabiendo que "la Fuerza está conmigo, yo soy uno con la Fuerza".