Martes a la tarde, camino con paso apurado las ocho o nueve cuadras que separan mi trabajo del local donde ensayamos y hacemos taller con el grupo. El laboratorio de entrenamiento actoral está llegando a un lugar muy interesante, la yuxtaposición del texto de Edward Albee y la partitura de movimientos sacada de secuencias del cotidiano, está produciendo cosas estupendas, ahora, si todo va bien, haremos diferentes montajes y experimentaremos cómo varían los significados de los personajes cuando variamos sus relaciones o el contexto en la escena... si, estoy entusiasmada.
A propósito camino tres cuadras sobre la primera calle poniente, donde el humo te ahoga, lo que es preferible a entrar en la peatonal, con esa primera cuadra encerrada por láminas aqua, que la han vuelto un paso aún más estrecho y asqueroso, lleno de basura, orines y excrementos.
A continuación te esperan otro par de cuadras con el asedio de los vendedores, que te jalonean para ofrecerte su mercancía, mientras haces lo imposible por evitar que secuestren tu brazo, y si se te ocurre pedirles que te suelten, prepárate para la violencia verbal.
Así que resueltamente entro al imperio del humo, para luego buscar la Calle Arce.
Cruzo por el pasaje Montalvo, con sus peleterías de principios del siglo pasado y sus tiendas de baratijas chinas que se desbaratan en un abrir y cerar de ojos y de pronto, un chiquillo de unos diez años corre para alcanzarme. Instintivamente, paso mi mochila hacia adelante y la apreto contra el pecho. El chiquillo me alcanza, sonríe y hace esa pregunta que escucho decenas de veces y no sé cómo responder, debido a que tengo más mala memoria que mis personajes:
- ¿Se acuerda de mí? - Afortuadamente no me da tiempo para responder - Mire, ¿porqué este mes no vimos teatro?, me reclama.
Entonces respiro. El chiquillo es uno de los cientos que atendemos cada mes en nuestro proyecto de "Niños al teatro". Un invento que surgió de la insistente solicitud de algunos profesores y directores entusiastas, de centros escolares del meritito caos del centro, que no podían pagar pero querían ver teatro y de la buena voluntad y solidaridad de los miembros del Tiet, que rascamos de dónde podemos, para llevarles atención teatral cada mes. Buscamos apoyo institucional, claro que sí, pero como de costumbre, la única respuesta fué el silencio o el "ellos no están dentro de la zona de atención", así que decidimos hacerlo por nuestra cuenta.
El primer mes fué intenso. Chicos que habían tenido poquísimo o ningún contacto con el teatro, o con el arte en general y no sabían cómo entrarle al asunto; profesores y padres que no saben o no les interesa saber que el arte puede contribuir al desarrollo humano integral de los chicos, sin necesidad de ponerles una nota. Ahora, cinco meses después de haber comenzado este otro experimento, siempre nos preguntan qué van a ver el siguiente mes.
- Si - me disculpo - es que hubo pausa pedagógica y no pudimos traerlos al teatro.
- ¿Y ahora? ¿vamos a ir?
- Si, vamos a ver malabares y títeres en la biblioteca
- ¿Con el elefante rosado? (un personaje)
- No, con otro amigo
- ¿Y voy a ir yo?
- Eso vamos a coordinar con los profesores.
- Dígale que lleve a cuarto, a cuarto dígale - me dice, mientras regresa a uno de los puestos de la peatonal - ¿Y el Gigante (otro personaje)?
- En su casa
- Dele saludos, dígale que cuándo va a llegar - me grita y agita la mano diciéndome adiós.
Apenas me despido, cuando otro chico más pequeño, con una canastilla de ganchos y chucherías me dice:
- ¡Primavera! ¿usté es la Primavera, veá?
- Si...
- ¿Y el Gigante? ¿va a venir?
- ¿Vos también vas a ver el teatro?
- Si, yo los vi ¿no se acuerda?... ¿lo van a dar otra vez?
- Si, vamos a dar otra cosa
- ¿Los piratas? (los personajes de En un Lugar de La Mancha)
- No, otra cosa
- ¿El qué?
- Ahí vas a ver
- Yo voy a ir, ahi los voy a ir a ver, ahi me mira cuando vaya
- Bueno
- Vaya, salú... y también agita la mano y sigue caminando, cuadra abajo.
Lo miro un momento, mientras pienso en lo mucho que me entusiasman los experimentos teatrales. Luego, sigo rápidamente, subiendo cuadras, hacia donde espera nuestro laboratorio.
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