lunes, julio 25, 2011

Diario de Jen. Volver visible lo invisible

Es una frase que he leído mucho respecto al teatro, puesta en artículos, discursos, clases y citas ¿cómo volver visible lo invisible? ¿cómo hablar de aquello que por "la buena educación" hay que callar?
Cuando Harry estaba escribiendo Santa María de la espera, más que escribirla era pelearla: a veces la gritaba, a veces la vomitaba, a veces simplemente se quedaba atascada sin querer salir a la pantalla y Harry venga insistir, insistir y meterse en el lodo para darle un empujoncito y sacarla de dónde estaba, sin pizca de la buena educación por supuesto. Como la vida sabe cosas que nosotros desconocemos y el universo a veces se confabula a nuestro favor, el primer libreto de la obra se perdió en las infames aguas virtuales por obra y gracia de un virus de computadora que arrasó con todo lo que pudo a su paso. Para ese entonces yo había hablado ya con Rubidia Contreras para que hiciera el papel de María y Harry estaba al borde de un colapso, depre incluída, por la pérdida del texto. Así pasaron casi dos meses, hasta que se convenció que era inútil tratar de rehacer algo perdido y volvió a comenzar, esta vez teniendo en cuenta al elenco para reescribir la pieza.
Eso fue uno de esos billetes de lotería cósmicos que al principio no reconoces. Ahora que veía a los actores, todo fluía de nuevo y el escenario se comenzó a llenar de espíritus, aunque Harry y yo nos peleamos bastantes veces en este proceso, porque yo me dejaba llevar por el entusiasmo y comenzaba a montar en mi cabeza y hacerle indicaciones que no le venían en gracia, las discusiones también fueron provechosas para ambos.
En el tiempo de la guerra mi abuela era rezadora, por la situación del país casi todas las semanas tenía algún rezo, una novena de difuntos o alguna cadenilla para pedir un favor, allí conocí todas esas oraciones que la gente repite sin reparar en la belleza de las palabras que las componen, allí las mujeres cantaban con voces destempladas mientras los hombres hablaban afuera y los niños aprendían qué se hace cuando la gente se muere. Esos pedazos de la realidad se fueron concretando en las páginas, las imágenes de los santos tan cotidianas, los espíritus que siempre estaban presentes en las conversaciones, como si fuera lo más normal vivir con fantasmas, la gente que se quedó esperando en silencio, invisibilizada por la política partidaria y la necesidad de creer que somos una sociedad sin cicatrices, entonces entendí cómo se hacía visible lo invisible.
La gente va y viene según uno lo necesite, aunque uno no lo entienda en su momento. De esa forma y por esos vaivenes quedó conformado el actual elenco de Santa María de la espera y la pequeña gira que terminamos recientemente, es de las cosas que me hacen pensar que todo está donde debe. Luego de la presentación se siente en la gente la necesidad de hablar, así que hablamos, como dice María: -"hasta de lo que no se quiere decir". Y la gente habla de lo que nos duele como país después de tanta espera, a veces incluso con lágrimas y recuperamos todos, ellos y nosotros, nuestra memoria, nuestra capacidad de duelo, le ponemos nombres y rostros a esa frase genérica de "las personas desaparecidas durante el conflicto armado". Volvemos a hacer visible lo invisible.

lunes, julio 18, 2011

Cuentos

Vuelvo a revisar mi último trabajo de escribidora en estos días y me doy cuenta que aún falta un cuento más, justo cuando me daba por satisfecha y creía que ya había terminado ese ciclo.
Hay cuentos que comienzan por una imagen, una frase que uno pesca yendo por la calle, un par de personas vistas en la acera de enfrente mientras estás tras la ventana del café donde acostumbras sentarte a ver pasar la gente.
Estos cuentos sin embargo, no nacieron de pronto, ya estaban allí, me acompañaron durante mucho tiempo, algunos de ellos los escuché muchas veces en las noches de los ochentas, en la oscuridad de los cortes de luz a causa de las tormentas, los postes volados con bombas o las sequías que menguaban el embalse del Cerrón Grande, construido el año en que nací. A la sombra de la vela, mi abuelo contaba cuentos de miedo, de una forma en que tenías que voltear a ver si en realidad no había algún espíritu además de nosotros en la sala, yo soñé alguna de esas noches con cadejos y espíritus que se aparecían bajo la forma de figuras blancas y mudas; nos fascinaban esos cuentos, pero más que nada nos fascinaba la forma en que él los contaba, habían historias que conocíamos muy bien luego de escucharlas docenas de veces, pero queríamos que mi abuelo las contara una vez más y sentir cómo la piel se te erizaba al escucharla. En esas noches descubrí el hechizo de contar historias.
Habían historias de todo tipo: mi abuela contaba historias sobre nuestra familia, mi mamá me leía cuantos y contaba cosas de cuando trabajaba en Ilobasco, mi tía contaba historias y así, la casa estaba constantemente llena de cuentos sobre cómo funcionaban las cosas en el mundo, sobre los antepasados, sobre los espíritus que eran tan reales como cualquier otra cosa sobre la tierra. Allí nacieron esos cuentos y se quedaron revoloteando, sueltos por muchos años, porque mi abuela me dijo una vez que no iba a escribir nada hasta que ella y todos los tíos abuelos estuvieran muertos y yo que siempre le hice caso a todo lo que me decía, dejé que las historias continuaran su revolotear por ahí, hasta que en el fin de año de 2010 caí en la cuenta que mi abuela, mi abuelo y todos mis tíos abuelos hacía algún tiempo que se habían marchado al lugar de donde vinieron sus historias y entonces, con mucho pesar por algo que sentí que se había ido para siempre, comencé a escribir para traerlos de nuevo a mi lado.
Pienso que quizás esta última historia que creo que falta es resistencia a terminar o quizás algo que en realidad se me queda en el tintero, bueno, no lo sabré hasta que no lo termine, así que ahí vamos...