lunes, julio 18, 2011

Cuentos

Vuelvo a revisar mi último trabajo de escribidora en estos días y me doy cuenta que aún falta un cuento más, justo cuando me daba por satisfecha y creía que ya había terminado ese ciclo.
Hay cuentos que comienzan por una imagen, una frase que uno pesca yendo por la calle, un par de personas vistas en la acera de enfrente mientras estás tras la ventana del café donde acostumbras sentarte a ver pasar la gente.
Estos cuentos sin embargo, no nacieron de pronto, ya estaban allí, me acompañaron durante mucho tiempo, algunos de ellos los escuché muchas veces en las noches de los ochentas, en la oscuridad de los cortes de luz a causa de las tormentas, los postes volados con bombas o las sequías que menguaban el embalse del Cerrón Grande, construido el año en que nací. A la sombra de la vela, mi abuelo contaba cuentos de miedo, de una forma en que tenías que voltear a ver si en realidad no había algún espíritu además de nosotros en la sala, yo soñé alguna de esas noches con cadejos y espíritus que se aparecían bajo la forma de figuras blancas y mudas; nos fascinaban esos cuentos, pero más que nada nos fascinaba la forma en que él los contaba, habían historias que conocíamos muy bien luego de escucharlas docenas de veces, pero queríamos que mi abuelo las contara una vez más y sentir cómo la piel se te erizaba al escucharla. En esas noches descubrí el hechizo de contar historias.
Habían historias de todo tipo: mi abuela contaba historias sobre nuestra familia, mi mamá me leía cuantos y contaba cosas de cuando trabajaba en Ilobasco, mi tía contaba historias y así, la casa estaba constantemente llena de cuentos sobre cómo funcionaban las cosas en el mundo, sobre los antepasados, sobre los espíritus que eran tan reales como cualquier otra cosa sobre la tierra. Allí nacieron esos cuentos y se quedaron revoloteando, sueltos por muchos años, porque mi abuela me dijo una vez que no iba a escribir nada hasta que ella y todos los tíos abuelos estuvieran muertos y yo que siempre le hice caso a todo lo que me decía, dejé que las historias continuaran su revolotear por ahí, hasta que en el fin de año de 2010 caí en la cuenta que mi abuela, mi abuelo y todos mis tíos abuelos hacía algún tiempo que se habían marchado al lugar de donde vinieron sus historias y entonces, con mucho pesar por algo que sentí que se había ido para siempre, comencé a escribir para traerlos de nuevo a mi lado.
Pienso que quizás esta última historia que creo que falta es resistencia a terminar o quizás algo que en realidad se me queda en el tintero, bueno, no lo sabré hasta que no lo termine, así que ahí vamos...

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