miércoles, diciembre 09, 2020

Crónicas del regreso. 24/7 o el vicio del anacronismo

 


Conectados e interconectados, hipertextuales y multitask, sobrecargados y sin un segundo de silencio, la infinidad de esos apéndices de las pantallas, que aún suelen nombrarse como humanos, vegetan en su continuum, levantando ocasionalmente la cabeza, como no entienden lo que ven, vuelven a clavar la mirada en la pantalla y así... veinticuatro, siete, trescientos sesenta y cinco y si se puede uno más en años bisiestos o en la imaginación de quien anhela otro lunes en la semana.

Para mí, que irresponsablemente conservo el anacronismo como vicio y con el agravio de no mostrar culpa al respecto, es demasiado cansado y no puedo concentrarme en ello. Se me va la vista de la pantalla hacia el cielo, o hacia la persona que frente a mí o en la mesa lejos de la mía, cumple como buen ciudadano con el ritual de conexión a la super inteligencia, pero esa no es la confesión más aberrante de esta serie de escandalosos hechos: por lo general tampoco  contesto inmediatamente ningún mensaje, pues tengo algunas costumbres extrañas que me lo impiden, como por ejemplo revisar mi celular tres veces al día en horarios para ello, o silenciarlo y guardarlo después de las ocho de la noche, o apagarlo los domingos... ese tipo de cosas que le pone los pelos de punta al prójimo... ya había advertido al principio del párrafo que admito mi irresponsabilidad social con la eterna conexión 24/7 en la que el ciudadano debe sumergirse con la beatífica sonrisa que produce el saberse parte anodina y totalmente intercambiable.

No es que me muera por interactuar en vivo y carne palpitante con la mayoría de mis congéneres... cuento con detalle a cada una de las pocas personas con las que puedo sostener una conversación inteligente e interesante por más de cinco minutos, lejos de los lugares comunes atiborrados de auto complacencia o fanatismo de hincha dominguero de cualquier denominación, vale decir que estas son también las personas con las que disfruto de las charlas virtuales, con agradecimientos incluidos y de corazón porque no escriben frases ininteligibles, intercalan minúsculas y mayúsculas o finalizan las oraciones con cosas como bb o prinzesa, que como información general, me provoca el inmediato e inflexible deseo de bloquear inmediatamente al emisor. 

El tema es que necesito silencio. Vivo en un edificio de apartamentos en una ciudad que coloquialmente es llamada Soyapánico, comparto el apartamento con otras tres personas y dos mascotas y el edificio con otras siete familias a cual más ruidosa y con equipos de sonido a todo volumen cuya programación oscila entre la amenazante voz de los pastores o la voz tuneada de los reguetoneros, si a eso le sumamos mi permanente ruido interior, saquen cuentas... Una de mis diversiones favoritas de domingo es levantarme más temprano que el resto de los habitantes del edificio y disfrutar de un par de horas viendo las repeticiones de alguna de mis series de sci fi favoritas, con el televisor en absoluto silencio.

De modo que supongo que mi aversión a sumergirme permanentemente en el mar virtual es más que nada aversión al ruido constante, el único problema de ello es que la realidad actual es ruido constante y a todo lo que dé el volumen, pues al parecer el que grita más es el que tiene la razón, o como dice el querido amigo y narrador salvadoreño Armando Molina: estamos rodeados de vociferantes.

¿Y a qué viene todo esto, aquí y ahora en la Gaticueva?... Tal vez sea producto de un airado reclamo que recibo de una conocida a quien tardé una hora en responder un mensaje personal, o a que cada vez que me preguntan por los últimos chismes de facebú, casi que me los invento con tal de no parecer desconectada, o simplemente necesitaba algo nuevo para las crónicas del regreso, vaya usted a saber y téngame paciencia, con seguridad contestaré a su mensaje, wapp o correo, antes de 24 horas... a menos que me escriba en día domingo por supuesto.


miércoles, noviembre 18, 2020

Crónicas del Regreso. La vida virtual


Esa fue la última semana:
Luego de la caminata matutina con el Niche y las cosas que hay que hacer antes del desayuno, hay que correr de la cocina a la sala en nuestro pequeño apartamento, para estar los  que nos ocupamos del proyecto a las ocho en punto sentados a la computadora, haciendo malabares entre las clases de la universidad, lo cotidiano del grupo, la publicidad, la comunicación por correos y redes, con los participantes, que los estrenos estén a tiempo en nuestro canal, que el enlace a la clase de la tarde funcione y llegue a todos, que no se vaya la electricidad por favorcito, que no se vaya... que venga el inter, recoger las imágenes de la jornada porque en el mundo actual la imagen es todo, fuera de la imagen: el vacío, la nada. Y así... ¡Ah, claro! ¡Las cosas de la casa!
Ver a la gente al otro lado de la pantalla estuvo bien para encontrarnos a falta de otra posibilidad, pero al menos para nosotros no será el formato de siempre. Queremos regresar a las calles, a las plazas, a las comunidades y encontrarnos de nuevo con los rostros de curiosidad mientras armamos los telones a la vista de los que pasan y la expectación en las miradas que escuchan que se dice: ¡Tercera llamada, esta es la tercera llamada... comenzamos!
Regresar al Teatro Nacional fue lindo. Pasear entre el camerino y el pasillo tras escena, mientras el corazón te late fuerte y respiras y te conectas con todo antes de salir a escena, sin embargo hace falta ese otro contacto, directo y fulminante, del público en corro a plena luz del día, sin escondites, metidos todos en la historia de principio a fin y los comentarios de los que se van acercando mientras desmontas o cuando vas de salida y los que preguntan ¿Y cuándo van a regresar otra vez? Y no sabes cuándo, pero igual dices: Ahí en otra vez, cuando vengamos, y los que preguntaron te dicen adiós con la mano, tranquilos porque será hasta la próxima vez, cuando volvamos a encontrarnos.
Esa es la esperanza de ahora también, que en el próximo Encuentro, en verdad podamos sentarnos juntos y conversar sobre cómo le hacemos para hacer lo que imaginamos y cómo imaginamos lo que viene después.
Ver a los amigos tras la pantalla fue bueno, pero no alcanza, hay algo anacrónico en mí que quiere esa cosa antigua de sentarse a ver, a escuchar, a hablar, a sentir al otro.
Son casi las ocho de la noche y sigo en la pantalla, es todo un Universo el que hay al otro lado del espejo y si no tienes cuidado te pierdes, así que busco una frase para colocar al final de esta historia, para poder subirla al otro lado de la pantalla, apagar todo y regresar por un momento, al mundo real que se soporta tan poco.
 

jueves, octubre 15, 2020

Crónicas del Regreso. Volver

Como en un  distópico salón de recuperación de adicciones o el salón absurdo de El Viejo y La Vieja, me paro y avanzo hacia el podio, delante de un salón lleno de sillas vacías, por eso no tengo verguenza de decirlo:
Mi nombre es Jennifer Valiente, soy artista escénica y tengo ocho meses de no estar en un escenario.
Alrededor hay silencio y no sé si eso me asusta o me reconforta.
Ahora podría hacer  un flashback, por aquello de que tengo la manía de mezclar técnicas y habría un rótulo que podría decir algo así como: hace ocho meses, o hace seis meses o hace cuatro meses... da igual, cuando te colocan en una jaula, llega un momento donde llevar la cuenta del tiempo es un ejercicio de puro onanismo y estás demasiado cansado para ello.
El tema es que cuando la realidad se descascaró y dejó ver lo mal repellada que estaban las paredes, hubo un tiempo de negación, El Tiet y yo hicimos algunas cosas por internet, era algo así como: no se preocupen, haremos esto para mientras podemos regresar a encontrarnos con el público, que será pronto. No lo pensamos, simplemente lo experimentamos y como experimento estuvo bien, pero cuando has tenido todo, resultan insatisfactorios los placebos, así que dejamos lo de inter y nos dedicamos a lo que podíamos dedicarnos para mantener vivo el espíritu y llevar comida a la mesa: clases en línea, escribir, leer y aprender, investigar, ensayar y soñar con que tarde o temprano los proyectos que se quedaron congelados en el tiempo, pudieran abandonar su témpano.
En medio de las noticias falsas, verdaderas y siempre cambiantes, de la realidad inestable y escurridiza y de las arenas movedizas de la política en nuestro país inventado, se quedaban siempre rebotando las preguntas: ¿Qué se hace ahora? ¿Habrá espacio en este nuevo mundo para el teatro? Porque en el otro apenas lográbamos meterlo como una cuñita entre las cosas "importantes".
Fuimos de los primeros en parar y de los últimos en regresar y a pesar de todo, desde este lado de la realidad no preocupaba tanto cuándo iban a abrir los teatros, de todas formas los teatros son tres o cuatro espacios, muy poco accesibles y donde el público no siempre llega; para nosotros al menos, sigue siendo más importante pensar en cuándo podremos llegar nuevamente al espacio público y comunitario: a la plaza, a las calles, a las canchas, con la gente de las colonias y las comunidades, donde está nuestro trabajo.
Esta nueva crisis no trajo necesariamente nuevos males, simplemente nos dejó al decir de Inés: "desnudos como gusanos" y nos obligó ver la precariedad de siempre y cada vez más acentuada, en la que el teatro hace el esfuerzo inhumano de sobrevivir en estas tierras donde las condiciones de producción y difusión de tu arte no cuentan con un soporte real de la sociedad e instituciones y aún en medio del encierro y meses de paro laboral, recibíamos solicitudes dar nuestros servicios de forma gratuita a instituciones públicas y privadas.
Y luego, un día, descubrimos que nuestros proyectos sobrevivieron a la glaciación y nos comenzamos a mover, al principio totalmente entumecidos, tratando de ubicarnos en este nuevo pedazo de la realidad... Tanteando, tanteando continuamos y ahora estamos a una semana de volver al teatro, sin saber muy bien por dónde nos llevará la marea, pero como uno de los grandes aprendizajes de este tiempo ha sido fluir, esta vez vamos con la corriente y aunque seguimos creando en la precariedad, tal vez este tiempo nos haya dado la oportunidad de mirar bien, de mirar otras perspectivas y generar otras opciones que se vayan alejando de las instituciones que no funcionan más. 
 

miércoles, septiembre 02, 2020

Aventuras de la Gata Negra

 La Gata Negra no es solamente un personaje principal de Los Cuentos de Gatos, para quienes no la conocen, es la gata de casa, según nuestros cálculos ronda los catorce años si no es que un pelín más, tiene muy mal carácter y hace siempre lo que le da la gana, como vigilar el huerto y tomarse el agua de los plantines de Mau, entre otras cosas...


Hace una semana las correrías fueron interrumpidas por una uña malévola, encarnada en la pata de la Gata y ante su negativa a extender la pata, hubo que llevarla al veterinario. Para su mala fortuna, dado lo peligroso de una operación gatuna de esa envergadura (peligroso para el pobre veterinario que se atreviera a tocarla), hubo que anestesiarla por completo y asunto solucionado... bueno, casi...



El pobre Saimon tuvo que estar en el cuidado post operatorio, los mareos, la despertada y vuelta a dormir y despertada. La verdad lo pasamos muy mal durante un par de días.



Hasta que finalmente y disfrutando de la nueva movilidad de su pata restaurada, la Gata Negra volvió a las andadas, totalmente recargada y con su mal genio intacto y claro, exigiendo compensación en yogurt y otras golosinas, por daños y perjuicios a su íntegridad gatuna.



Y colorín colorado, esta breve gaticueva, ha terminado.

jueves, agosto 20, 2020

Cuando la muerte

Muchas veces he dicho aquí y en otros lados, que tenía catorce años cuando conocí a Federiquito. Era una cría entonces, pero en la biblioteca del colegio ya me había enfermado de libros... cortos recreos en la biblioteca, siempre muy cortos para tantos libros, para tantas historias y sucede que cuando una tiene catorce años se enamora con todo y para siempre y  allí estaba en la biblioteca este muchacho con corbatín, sonrisa un poco triste y un poema verde que era como estar hablando dormido y al leerlo en voz alta, por encantamiento uno quedaba soñando con la luna, como esos sonámbulos que decía mi abuela que había que agarrarlos quedito de la mano y llevarlos con cuidado a acostar, sin despertarlos, porque si despertaban de golpe se quedaban para siempre en el mundo de los sueños y la gente decía que se hacían locos.

Y así, página a página, yo iba leyendo esos poemas donde había gente que se enamoraba pero que no eran de amor, o tal vez si, porque con cada párrafo yo suspiraba y con cada suspiro me iba quedando enamoradísima de él y estaba este poema que me ponía muy triste aunque me imaginaba que tenía música alegre por dentro, el poema pues, porque yo no podía tener ninguna música alegre por dentro mientras lo leía, más bien tenía algo así como arena de desierto.


VIÑETAS FLAMENCAS

MEMENTO

(Caña y Soleá de Triana)

Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.

Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.

Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.

                                          ¡Cuando yo me muera! 


y al final volvía a leer el nombre: Federico García Lorca y quise saber dónde vivía para escribirle una carta diciéndole lo mucho que me habían gustado sus poemas y que me declaraba su admiradora, pero en la biografía reseñaba que lo habían matado un 18 de agosto de 1936, en su país pero lejos de su casa, con gente que no conocía, en una de las tantas guerras que inventan los hombres para hacerse daño y fue una suerte que no hubiera nadie más en la biblioteca, solo la hermana que estaba en la entrada, porque esta fue una de las tantas veces que los libros me han hecho llorar de pena, al imaginarlo tan solo, muriendo lejos de su casa, después de haber escrito sobre su muerte.

Yo no lo sabía entonces, pero además de escribir sobre el amor, a los poetas les da por escribir sobre la muerte, la suya o las ajenas, y por alguna razón eso también te enternece, quizás porque presientes que alguna vez podría ser sobre uno mismo.

miércoles, agosto 12, 2020

Escribo

 

Escribo. No sé si mucho o poco. Escribo una página todos los días como un ritual que me permite respirar a falta del escenario. Muchas veces escribo sobre temas que no tienen nada que ver con la Peste, ni la Crisis, ni el teatro... ninguna de las cosas de actualidad sobre las que supuestamente deberíamos escribir... la Peste está demasiado próxima, se desdibuja, se desenfoca totalmente, como cuando colocas algo justo frente a tu nariz, imposible para mí escribir sobre ella ahora. Su hedor me sofoca. Los cronistas del siglo XIV debieron estar alejados, en los castillos de los señores, para poder escribir, pero yo voy y vengo en las comunidades donde la gente tiene miedo de ir al hospital, miedo de decir que se enferma, porque enfermarse es culpa o muerte. Entonces te llaman, aconsejas a las familias qué hacer con el enfermo, cómo cumplir la cuarentena, cómo aplicar los tratamientos y a la semana siguiente haces la visita de seguimiento en las casas y ves cómo la vida persiste indefectiblemente. Eso de momento no se escribe, se deposita sobre la piel no más.

Curiosamente escribí mucho, lo hice el primer mes de encierro, pero fue porque me había empachado con todo el terror que quisieron meterme a cucharadas hasta el gaznate. Cerré fuertemente la boca y desde la televisión, desde la compu, desde las interminables e inentendibles cadenas nacionales me tapaban la nariz, me atenazaban las quijadas y continuaban metiendo su porquería a cucharadas. Entonces tuve que vomitar poesía, tres días. Tres días de palabras para evitar la necrosis y luego los largos días de corregir para que la belleza lograra asomar sus muslos en medio del terror y el odio de su inmundicia propagada a través de frases estúpidas y fusiles. Ocupé todo el primer mes en ello. Cuando pude terminarlo lo leí solo una vez más y regresé a la ficción de mi narrativa.

Luego todo fue el desierto.

La repetición de los días. El Encierro. Quince días. Quince días. Quince días interminable, como la roca de Sísifo. El miedo y el ansia de poder cubriendo las cosas con su miasma. Tu lucha minúscula en medio del mar de miedo para proteger a los tuyos de perder la cordura. Callarse para evitar la lapidación. Proscritos los abrazos. Proscrita la capacidad de cuidarse a sí mismo. Proscrito el propio sentido común. Proscrito el disenso. Herejes por todos lados. Herejes. Hogueras de insultos para los Herejes. Condenación social eterna como el miedo que marchita lo poco que de humanos habíamos conseguido. El Gran Hermano saliendo de los libros, todos los manuales de propaganda fascista como en documental 3D. Cuando el destino nos alcanzó nos encontró colgados de las pantallas.

Por fortuna las palabras. Por fortuna la belleza para desafiar al miedo. Por fortuna recordar el teatro. Recordar, de momento solo esa esperanza, la de la memoria. Respirar. Respirar sin mordaza. Cuidarse, cuidar, cuidarnos sin pedir el permiso de los poderosos. Abrazar, el acto más revolucionario de estos tiempos. Poco a poco, en la maraña del bosque encontrar a otros  hartos del miedo. Mudos que recuperan el habla. ¡Milagro! ¡Milagro! Salir de la avalancha, maltratado pero entero. Salir. Confiar de nuevo en tu cordura y dejar pasar la turba enloquecida de miedo. 

Por fortuna las palabras. Respirar. Por fortuna la inútil belleza. Por fortuna la risa y los abrazos. De momento escribo, solo eso.

miércoles, agosto 05, 2020

Agosto

Siempre hay una docena de anécdotas sobre tu infancia que te sabes de memoria en versión de tu mamá o de tu abuela, creo que si quisiera recordar mi propia versión, no podría. Así pues, junto a las anécdotas de aparecidos y fantasmas o las travesuras de la infancia, la anécdota de Agosto es la de La Bajada, que es como se conoce popularmente a la procesión de la transfiguración de El Salvador del Mundo, alias El Colocho, de quien una vez al año se recuerda que es el santo patrono de nuestro país y se le agradecen las vacaciones de agosto que esta vez, en el mundo del apocalipsis post moderno, han pasado más descoloridas que la taltuza desteñida de horror de Don Sagatara.
En fin, que mi mamá y mi tía iban siempre a La Bajada, siempre, siempre, desde hace millones de años... y cuando mi prima y yo, que nos llevamos una semana de diferencia, nacimos a principios de ese año, pues ni modo que se frustrara la salida, así que a pesar de las protestas de mi abuela, ellas arreglaron a nosotras y las maletas, porque cuando andas con un bebé las maletas se multiplican por generación espontánea, a la hermana mayor de mi prima que contaría con unos tres años y en medio de las protestas de mi abuela, subieron a un autobús atestado de quienes desde temprano se encaminaban al centro para ver La Bajada desde los diferentes puntos en edificios, calles, aceras y postes del alumbrado público en los que uno puede acomodarse entre la Basílica del Sagrado Corazón y la Catedral Metropolitana en el Centro de San Salvador, entre cientos de cuerpos de todas las formas, tamaños y olores, regueros de basura, borrachos, ventas de chucherías callejeras, policías, perros callejeros, comida insalubre, sabrosa y barata como toda la comida callejera salvadoreña  y la típica amenaza de lluvia.
Y acá hay tres versiones diferentes, dependiendo de si lo cuenta mi mamá, mi tía o mi abuela, sin embargo no importa cuál escuchés, la frase de inicio siempre será igual: "Y las bajadas fuimos nosotras..." Porque en este país, desde tiempos inmemoriales, los autobuses para el transporte de pasajeros obtienen cero mantenimiento de los empresarios, andan casi por milagro y las más de veces, como en esa ocasión, sin frenos, así que mucho antes de llegar al Centro el dichoso bus volcó, mi pobre prima casi fue aplastada por una marea humana y yo tuve la fortuna de salir disparada debajo de un asiento, sin siquiera interrumpir mi siesta, aunque pasé de mano en mano entre los pasajeros heridos y magullados, hasta que alguien me sacó por una de las ventanillas y así en vez de tamales y café para  los funerales, tuvimos una anécdota que se cuenta en cada ocasión posible.
Hoy en la mañana, mientras escuchaba a mi madre y mi tía hablar por teléfono para contarse la anécdota una a la otra por millonésima vez para conmemorar La Bajada, sonreí pensando en la frase con la que mi abuela cerraba el cuento aunque alguien más lo estuviera contando: "Ya ven, por no hacerme caso" y pensé que El Colocho debe estar bastante aburrido ya de estar tan encerrado y solitario en Catedral.

miércoles, julio 15, 2020

Otro adiós

Era 1997 y yo estaba saliendo de ese laberinto que son las tesis en la UES, a medio camino entre ordenar los resultados de mi investigación sobre plantas medicinales o tener un soponcio nervioso y justo cuando la beca con la que pude cursar mis estudios universitarios estaba a punto de expirar, por uno de esos milagros que ocurren cuando buenas personas se cruzan en tu camino, llegué a mi primer trabajo formal de medio tiempo, como investigadora etno botánica de una asociación que hasta hace poco desconocía.
Conocí la Asociación de Promotores Comunales Salvadoreños, Aprocsal, un par de años antes, cuando varios biólogos de mi generación íbamos a realizar nuestras tesis en el área de plantas medicinales, la idea era validar con un soporte científico los usos tradicionales más comunes de las plantas medicinales en nuestro país, con la idea de crear un marco normativo para el uso de plantas medicinales como una opción más dentro del sistema de salud nacional, un sueño que hasta el momento se sigue soñando.
Yo recién iniciaba mi experiencia laboral en proyectos puntuales con asociaciones en el ámbito de las tecnologías apropiadas y el desarrollo comunitario, ser parte formal de un equipo de investigación me entusiasmaba tanto como me asustaba y con esa cara fue que conocí a Margarita Posada, desde entonces Directora Ejecutiva de Aprocsal. No soy muy hábil en ambientes nuevos y me gana mi timidez, contando con que en ese entonces llevaba apenas un año en el Taller de Teatro Universitario de la UES, así que tampoco es que pudiera disimular mucho mi susto. Ella debió darse cuenta enseguida, porque sonrió quitándole todo apuro al asunto de una primera reunión de trabajo y poniéndome una mano en el hombro, me dijo:
- No te preocupés, todos somos nuevos en esto pero vamos a ir aprendiendo, hay que hacer lo mejor que podamos porque esto es una gran oportunidad, esto va a ser de beneficio para mucha gente.
Y con ese mismo gesto de confianza, me indicó que me uniera al coordinador del equipo, para que me explicara en detalle lo referente al equipo.
En una sola frase, aquella mujer que acababa de conocer y que ahora era mi jefa, me puso al tanto de que no estaba en un ambiente hostil, que había confianza pero que el trabajo era serio. Esa primera impresión me dio la seguridad para hacer mi trabajo y se lo agradecí mucho.
Trabajé un año en ese equipo de investigación, durante ese año pude conocer muchas comunidades del interior de El Salvador, así como reasentamientos organizados entre el final del conflicto y la firma de los Acuerdos de Paz, recolectamos e identificamos varias especies y documentamos lo usos que las comunidades les daban.
Aprendí mucho de Cristóbal, el coordinador del equipo y de Margarita, no por lo que me dijeran, sino al ver y vivenciar su compromiso hacia las comunidades con las que trabajamos y lo incansables que se volvían cuando era necesario y aunque se tomaba muy en serio el trabajo, se creaba también un ambiente de fraternidad para realizarlo, la intención era siempre ayudar a aliviar la precaria situación de salud que es cotidiana para muchas comunidades.
El proyecto terminó en 1998 y en lugar de buscar uno nuevo, decidí dejar por unos años la ciencia para asumir el teatro a tiempo completo, pero esa es otra historia.
El giro en mi vida me llevó lejos de estas personas, es una lástima que no conserve ninguna fotografía de ese tiempo, pero siempre tenía noticias de Margarita Posada, incansable, como decimos acá: "siempre al pie del cañón", en los esfuerzos del  Foro Nacional de Salud o de la Alianza Nacional Contra la Privatización del Agua, que siguen luchando por estos derechos básicos de todos. La veía en las noticias que me llegaban siempre determinada y seria en los momentos en que había que confrontar, siempre con esa energía de confianza y camaradería con su gente.
Por eso fue impactante enterarme de su muerte hace un par de días, sobre todo porque evidencia como en muchos otros casos que han quedado en la sombra, el caos en un sistema de salud colapsado por las decisiones que se han tomado con más interés de rédito político, que de la conservación de la salud y la vida de la población. Entristece esto, pero tal como lo hizo durante su vida, Margarita sigue inspirando esa lucha tan necesaria por un sistema de salud que más allá del discurso, se preocupe en verdad por  una atención digna a quienes en verdad lo necesitan.

martes, julio 07, 2020

Eliminar lo imposible

«Cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, debe ser la verdad» A. C. Doyle.-

En el ininterrumpido despiste tempo-espacial que cotidianamente habito, reconozco que no recuerdo si esta frase se la escuché primero a Mr. Spock o se la leí primero a Mr. Holmes. Sí recuerdo que debía tener unos diez años o algo así y mi Tía Menche llevó nuevos libros a su biblioteca casera, cuando nuestras casas estaban conectadas por el patio y yo iba regularmente a rondar sus libros. 
Fue entonces que aparecieron esos volúmenes nuevos, unas doscientas cincuenta páginas cada uno, dos, tamaño carta, interior de papel de empaque y exterior de cartoncillo brillante, ilustrados a color, con letra grande, el título de "Aventuras de Sherlock Holmes" y el subtítulo: Biblioteca Juvenil. En ellos, un ex militar que había estado en lugares lejanos y exóticos compartía sus habitaciones (lo decía así: sus habitaciones) en el 221B de Baker Street en un lugar extrañísimo llamado Londres, donde siempre o había neblina o estaba lloviendo, con un detective aficionado al violín y que de tanto en tanto fumaba una pipa, recordar que era una edición para jóvenes menores de dieciocho años por favor.
Sin embargo, algo de las adicciones no mencionadas de Holmes habría calado, pues no pude soltar los libros hasta que los terminé creo que en una semana o algo así; hacía la tarea casi en automático, por esa manía mía de hacer las cosas en cierto orden y luego corría a buscar los libros que me habían abducido por completo y leía hasta que muy a mi pesar algún adulto me obligaba a cenar, ver tele o socializar con los chicos que jugaban en el pasaje.
Los libros nuevos son siempre una maravilla, pero estos me enseñaban palabras apasionantes que no conocía: método científico, deducción, lógica, abducción, criptografía, análisis de escritura... ¿En serio podías saber cómo era alguien con solo ver su letra? Además del atractivo de un crimen a resolver, un criminal a atrapar utilizando los métodos e instrumentos de la ciencia y la superior inteligencia del Señor Holmes, sospecho que mi creencia de que lo inteligente es sexy debe haberse desarrollado ahí. Cada historia me volaba la cabeza, bueno, obviamente lo amé y todavía me entusiasma recordarlo porque fue una de las tantas cosas que me llevó a escribir narrativa, nada como contar una buena historia. 
Los libros fueron leídos un par de veces y una vez que terminé no pude parar, siguiendo  a lo largo de los años una línea de migas que me llevó al detective Dupin y los crímenes de la Rue Morgue, la señora Christie y sus ambientes, el género negro por un lado y por otro el sci-fi con los viajes espaciales, las leyes de la robótica, los enlaces químicos y la física cuántica, La Serie de la Fundación y el terror del mundo futuro... para cuando volví a levantar la cabeza de los libros, estaba por tomar un bachillerato en ciencias para poder continuar con eso en la universidad.
Doyle y sus personajes me mostraron la maravilla del pensamiento lógico y el método científico y lo apasionante de seguir una línea de pensamiento para explicar hechos que en un primer momento parecen increíbles y como muchos autores, me proporcionó un lugar seguro hacia donde evadirme cunado la realidad parece insoportable. 
El finde recién pasado, en estos findes de confinamiento donde hay tiempo y espacio para curiosear por la televisión, me encontré con una adaptación a serie de la BBC sobre el mítico Sr. Holmes que ya había visto por encima pero que me resistía a ver por temor a que hubieran hecho cualquier cosa con el texto como a veces sucede en el medio visual, sin embargo para mi sorpresa, estaba tan bien resuelta, que reconocí de nuevo el placer de los libros de mi infancia.
Sir Arthur Ignatius Conan Doyle cumple este día, 7 de julio de 2020,  noventa años de su trascendencia a la Historia y por eso quise agradecerle a él, a Sherlock Holmes y al doctor Watson por ser tan buena compañía durante este viaje. 

martes, junio 02, 2020

Cuentos de Alicia. Primer Aniversario

Hacía un año Alicia había tomado aquella píldora. Le pareció rara y tan amarga que pensó que era veneno, pero le dijeron que todo era por su bien y que iría a un país de maravillas, donde todo lo que le disgustaba desaparecería, así que aunque dudando la tomó,  ahora creía que debió haberlo pensado mejor.
En cuanto la píldora llegó a su estómago cayó por un enorme túnel, le parecía que no iba a terminar de caer nunca, pero la verdad es que nada dura para siempre ni siquiera en los cuentos de hadas, así que al terminar de caer se dio cuenta que estaba frente a un castillo de naipes, en las puertas vio a una alta figura vociferante, al principio creyó que le daba a gritos la bienvenida, sin embargo al acercarse más, la escuchó claramente decir a voces:
- ¿Me amas? ¡Dí que me amas, qué soy lo más hermoso que has visto y que tengo la razón!
- Pe...pero... - balbuceó Alicia - es que... acabo de llegar y no la conozco...
- ¡Tonterías! Soy la mejor y más sabia reina de todo el reino, todos mis súbditos están locos por mí, nunca en toda la historia del reino habían tenido a alguien como yo.
Dijo, volviendo a ver al As de Corazones, que dio un respingo y alcanzó a decir:
- ¡Nunca... nunca hemos tenido a alguien como ella!
Y miró a todos los súbditos, que dieron un respingo y comenzaron a vitorearla.
Alicia observó al As de Corazones, que era el encargado del entretenimiento del Reino. En ese momento pensó que sería un cargo muy importante, pero ahora que lo pensaba en todo ese año no había hecho más que llevar mariachis a la fiesta de cumpleaños de un amigo de la Reina y repetir casi inmediatamente todo lo que ella decía, tal cual lo decía.
Claro, en ese momento, recién llegando, Alicia no podía ubicarse con nada de aquello y la Reina de Corazones gritaba nuevamente:
- ¡Di que soy la mejor del reino!... ¿Porqué te quedas callada?... ¡Que le corten la cabeza!
Inmediatamente cientos de cartas de la baraja salieron del castillo de naipes y corrieron tras Alicia con pequeñas pantallas que usaban como resorteras para lanzarle cuanto objeto contundente se pudiera imaginar. Alicia escapó por poco, mientras pensaba que aquel lugar al que había llegado era de locos y se desesperaba pensando cómo podría salir de allí.
Fue entonces cuando una sonrisa enorme apareció frente a ella y le dijo:
- Ahora no puedes salir... tal vez en dos años si entiendes cuál es el juego... tal vez dentro de cinco... o tal vez nunca...
Rió nuevamente y desapareció.
Luego de un año, Alicia seguía sin saber qué pensar del Gato de Cheshire, excepto que casi siempre se quedaba sin entender lo que decía.
Ahora esperaba que lo dicho por el Gato fuera cierto y ella pudiera encontrar una salida, sobre todo porque no sabía a quién podía preguntarle y había que tener cuidado con eso pues las cartas de la baraja tenía la muy mala costumbre de lapidarte si decías algo que pensaban podía disgustar a la Reina de Corazones y la vociferante monarca solo hablaba para regañar, para alabarse delante del espejo o para decir su frase favorita: ¡Que les corten la cabeza! a quien dijera algo que no le agradaba.
Detrás de la máscara protectora que se usaba en aquel país para resguardarse de la plaga de sonambulismo que azotaba esas tierras, Alicia escudriñó hacia todos lados antes de acercarse al castillo para buscar al Gato de Cheshire, justo cuando vio su sonrisa y avanzó de puntillas para no espantarlo, comenzó a llover el diluvio universal como sucedía cada dos o tres años en el invierno. Alicia escuchó a todas las cartas de la baraja gritando como locas: ¡Es el fin! ¡Habrase visto! ¡Jamás nos había sucedido!
Alarmada, Alicia se asomó sin importarle si se mojaba. Al fondo vio a la Reina de Corazones con un megáfono en una mano y una regadera en la otra, mientras regaba bajo la fuerte lluvia al As de Corazones junto a otros dos o tres ases de la baraja que habían sido trasplantados a sendas maceta y gritaba:
- ¡Corran por sus vidas!... ¡Salten por la borda!
Para luego canturrerarle a las plantas, quizás por aquello que dicen que crecen mejor de esa manera.
Alicia ya no entendía nada, mientras se quedaba parada bajo la lluvia, vio como el castillo de naipes comenzaba a derrumbarse, completamente empapado.

lunes, mayo 25, 2020

Cuentos del País de las Maravillas. III


Alicia entre abrió lentamente un ojo, no fuera a ser que alguna carta de picas la viera y se le antojara encerrarla, desde que estaban a merced de las cartas de picas, uno debía andarse con cuidado. No escuchó nada, así que decidió abrir despacito ambos ojos, cuando  lo hizo vio a otros en la plaza que estaban haciendo lo mismo, pero sin moverse porque nadie sabía si podían moverse o no, aunque ya todos habían contado hasta cuarenta.
Desde que a la Reina de Corazones le había dado por jugar a las escondidas, nadie sabía en el Reino que  habían de hacer o no. Alicia dio un respingo muerta del susto. Desde los anuncios en la plaza la Reina de Corazones gritaba: “Al que no salte…. ¡que le corten la cabeza!”.
Todos saltaban como locos y los que aún tenían los ojos cerrados rodaban por el piso, pues es difícil mantener el equilibrio saltando sin ver. En eso pasó El Sombrerero Loco con un enorme rótulo que decía “¡Alto!” y todos pararon de golpe. Alicia sudaba y resoplaba cuando por los altavoces se escuchó la voz chillona de la Reina de Corazones:
-          Ahora todos en un pie, menos los que su nombre comience con C… Ahora, los conejos saltarán hacia atrás y quienes se llamen Alicia se pararán de cabeza… ¡Todo el mundo caminando en círculos!
Alicia no sabía si debía caminar en círculos mientras se paraba de cabeza y levantó la mano para preguntar, pero una de las cartas de picas pensó que iba a protestar por el juego y le soltó un bastonazo en la cabeza.
-          ¡Ay! – dijo Alicia sobándose el chichón, pero lo dijo tan fuerte que se escuchó en toda la plaza y entonces la Reina de Corazones perdió los estribos.
-          ¿Quién se atreve a quejarse? ¡Que le corten la cabeza!... – Las cartas de picas cayeron encima de Alicia mientras a la Reina de Corazones casi le daba un soponcio al ver interrumpido su juego -  ¡Ah, cuánta ingratitud! – dijo al borde de las lágrimas, mientras el Sombrerero Loco la abanicaba con billetes de a cien y el As de Corazones repetía constantemente en su pequeña pantalla, que la pobre Reina de Corazones tenía razón en todo.
Alicia no entendía nada. Las cartas de picas la llevaban entre empujones a una cajita de fósforos, donde había encerrado también a la Liebre, al Conejo Blanco y a otros cincuenta súbditos  por no aplaudir cuando era debido. En medio de todo el alboroto, Alicia alcanzó a ver un pañuelo que se agitaba en el aire y la sonrisa inconfundible del Gato de Cheshire, que ya antes le había advertido sobre  seguirle la corriente a la Reina de Corazones.

martes, mayo 19, 2020

Crónicas del encierro. La salida

Noche. Mi cama. Estoy escuchando que hay una nueva pareja de geckos en mi ventana, luego que uno de los gatos vecinos asesinara a sangre fría a los huéspedes anteriores en una incursión gatuna a nuestro huerto. Estoy a punto de dormirme cuando recuerdo que mañana puedo salir... tampoco es que lo piense demasiado, así como están las cosas en una de esas se les ocurre que siempre no. Ojalá que no, porque después de un mes de encierro, agotamos nuestro efectivo y hay que ir al banco.
Mañana. La sala... logística para salir: ver si hay un banco del que necesito en las inmediaciones. Cuando vives en la orilla de Soya sale mejor ir al centro pero ahora no se puede,  mi municipio es para mí territorio desconocido, no sé dónde está nada, el teléfono de casa no sirve desde más de un mes y teniendo en cuenta los días que corren y la plata que falta, no he podido comprar uno, así que intento con el chat, afortunadamente contestan y hay que ir a Plaza Mundo, cálculo rápido mientras busco mi dui: puedo caminar por donde es más corto pero más peligroso y andaré yo sola... mmm... no, prefiero caminar los 3 kilómetros de ida y los 3 de regreso por el boulevard, pero aunque caminemos por ahí, hay que llevar un pantalón y camisa que queden mal y no llamen nada la atención ni de militares, ni de mareros, ni de algún tipo. 
Me río de mí misma: en estos momentos me ocupo más de las detenciones ilegales, la probabilidad de violencia mientras voy y vengo y que el dinero que tengo sea suficiente para comprar lo que necesito para el próximo mes, que cualquier otra cosa. Me siento de nuevo teniendo doce años en la guerra. Por una parte la inseguridad y la precariedad ya son territorios conocidos y no amedrentan, por otra parte es feo volver a sentirse así. Termino de recoger las cosas y repaso lo que necesito si me paran los militares: dui, nota hecha a mano porque no tengo impresora ni dónde imprimir, lista de cosas, teléfono cargado rogando a los dioses que no se descargue porque la batería no sirve desde hace rato y bueno... mismo cuento que el teléfono fijo.
Salgo. ¡La dicha mascarilla! Regreso. Salgo.
En la calle gente con sus uniformes de trabajo, caminando hacia el boulevard y de allí hacia donde tengan que caminar. Esto de estar respirando tu dióxido de carbono atrapado en la mascarilla, mientras estás agitado por la caminada, de ninguna manera puede ser sano para tu aparato respiratorio. Paso por el garage de las de las pupusas, que está cerrado desde hace dos meses: según el chambre local, llegaron a traer las cosas hace dos semanas porque la señora necesitaba vender la plancha, la refri y lo que pudiera de ahí, no va a volver a abrir.
Paso por los puestos de militares. Hay un refrán que dice que si nada debe, nada teme, pero parece que ese refrán no aplica si uno vive en Soya, por mi experiencia más bien depende del humor del que se haya levantado quien lleva el uniforme. 
En Antekirta alcanzo a una anciana con un bordón, va despacio, muy, muy despacio, tres pasos atrás de ella va una chica que a pesar de los audífonos está al pendiente, así que me imagino que la acompaña, a distancia prudente claro, cosa que no te vayan a parar. La señora trastabillea y la chica y yo salimos a agarrarla cada una de un codo. Yo siempre de meque:
- ¿Y hasta dónde van?
- A la plaza, dice la señora agarrándose de la chica.
- Ay madre, la hubiera mandado solo a ella.
- Es que es menor de edad y a traer unos centavos voy, hay que llevar documento y es personal, a ella no se lo dan y somos solas, más por eso me la traigo.
- Ah... Tenga cuidado.
- Si, si por eso me la traigo también, que me venga a cuidar, aunque sea a mediodía vamos a llegar - se ríe con pocos dientes.
Me despido y apuro el paso, porque quien quiere estar de regreso en casa a mediodía soy yo. 
Después de dos meses sin trabajar, la cuenta queda a cero y mis últimos sesenta dólares en  mano, mientras calculo rápidamente que si y que no para nuestro hogar de tres humanos y dos mascotas. Salgo y veo al boulevard, ni señas de la señora. Recuerdo algo que leí  sobre que el sector artístico ha sido el primero en entrar y será el último en salir de la cuarentena. Sigo haciendo cuentas.
Camino.

lunes, mayo 11, 2020

Crónicas del encierro. La Mañana

Hay una algarabía de pájaros y esa luz difusa de cuando va amaneciendo, que se percibe tras los párpados cerrados e indica que son algo así como las cinco de la mañana, así que desde ese estado de semi consciencia sonrío, agradezco y hago los estiramientos y respiraciones para volver al mundo de los vivos.
El Niche comienza con esos desesperantes gemiditos especialmente diseñados para que los escuche solo yo, la Gata Negra hace lo suyo subiéndose a la cama, poniendo una pata en mi cara y ronroneando en estéreo... suspiro y me levanto, hago el dinacharya y  pongo la comida en el plato de la Gata Negra, que ya está sentada sobre la mesa de la cocina con su cara de "eres lenta humana, eres lenta". Al fin, cuando le abrocho la pechera y le pongo la cadena, el Niche deja su concierto lloroso en agudo mínimo y mueve la cola. Salimos al pasaje con sus portones cerrados y aprovecho para respirar profundo en el aire solitario de la mañana. Caminamos de un portón a otro del pasaje, subimos y bajamos las gradas hasta el portón cerrado del final y aprovechamos para buscar algún mango que haya sobrevivido incólume la caída desde su árbol. 
Particularmente me encanta este momento donde puedo caminar entre los edificios apiñados uno al lado de otro, con sus apartamentos amontonados que no disimulan el hacinamiento cotidiano de Soya, caminar y respirar en silencio sin ver a ningún ser humano a la redonda, antes que todos despierten y hagan la competencia cotidiana de aparatos de sonido desde las predicaciones apocalípticas hasta el monótono regetón. En la era pre cuarentena lo hacía a las cuatro de la mañana, pero ahora puedo darme el lujo de despertar sin despertador y hacerlo a las cinco.
El Niche tolera mis divagaciones mañaneras, siempre y cuando lo primero que haga al entrar a la casa sea darle su desayuno. La Gata me ve llegar y exige se le abra el chorro de la pila para beber a gusto, ella que no entiende como el Niche puede conformarse con beber de su guacal donde el agua está quieta demasiado tiempo para su gusto.
Después de toda la aventura matutina logro poner el café y preparar la fruta, encender la compu y estudiar los calendarios, el astrológico occidental y el Chol Q'ij, que cada vez se enredan menos en mi cabeza... no sé que haría sin el primer café de la mañana. Escribo mi página de la mañana ¿He dicho que el café es aquí el punto medular?
Los animales aprovecharon mi distracción con el desayuno y se tomaron el cuarto, así que hay que desalojarlos y como siempre, harán como que no es con ellos, así que a veces el desalojo no funciona y me acompañan en el ritual diario de la meditación y el yoga. Para cuando he terminado de bañarme y cambiarme, escucho a la vecina de junto en franco revuelo de cacerolas y regañando a sus gatos, si todo va puntual, le seguirá el vecino de arriba vomitando la mega beba tóxica del día anterior y la vecina de enfrente dará rienda suelta al pastor que nos augura este día un castigo peor que el del día de ayer y así, rota la burbuja de silencio, se encenderán un apartamento tras otro y junto a los que no puedan trabajar ni tener ingresos, me embarcaré en la rutina diaria de ingenio de cómo conseguir lo necesario para sobrevivir al encierro.