miércoles, agosto 05, 2020

Agosto

Siempre hay una docena de anécdotas sobre tu infancia que te sabes de memoria en versión de tu mamá o de tu abuela, creo que si quisiera recordar mi propia versión, no podría. Así pues, junto a las anécdotas de aparecidos y fantasmas o las travesuras de la infancia, la anécdota de Agosto es la de La Bajada, que es como se conoce popularmente a la procesión de la transfiguración de El Salvador del Mundo, alias El Colocho, de quien una vez al año se recuerda que es el santo patrono de nuestro país y se le agradecen las vacaciones de agosto que esta vez, en el mundo del apocalipsis post moderno, han pasado más descoloridas que la taltuza desteñida de horror de Don Sagatara.
En fin, que mi mamá y mi tía iban siempre a La Bajada, siempre, siempre, desde hace millones de años... y cuando mi prima y yo, que nos llevamos una semana de diferencia, nacimos a principios de ese año, pues ni modo que se frustrara la salida, así que a pesar de las protestas de mi abuela, ellas arreglaron a nosotras y las maletas, porque cuando andas con un bebé las maletas se multiplican por generación espontánea, a la hermana mayor de mi prima que contaría con unos tres años y en medio de las protestas de mi abuela, subieron a un autobús atestado de quienes desde temprano se encaminaban al centro para ver La Bajada desde los diferentes puntos en edificios, calles, aceras y postes del alumbrado público en los que uno puede acomodarse entre la Basílica del Sagrado Corazón y la Catedral Metropolitana en el Centro de San Salvador, entre cientos de cuerpos de todas las formas, tamaños y olores, regueros de basura, borrachos, ventas de chucherías callejeras, policías, perros callejeros, comida insalubre, sabrosa y barata como toda la comida callejera salvadoreña  y la típica amenaza de lluvia.
Y acá hay tres versiones diferentes, dependiendo de si lo cuenta mi mamá, mi tía o mi abuela, sin embargo no importa cuál escuchés, la frase de inicio siempre será igual: "Y las bajadas fuimos nosotras..." Porque en este país, desde tiempos inmemoriales, los autobuses para el transporte de pasajeros obtienen cero mantenimiento de los empresarios, andan casi por milagro y las más de veces, como en esa ocasión, sin frenos, así que mucho antes de llegar al Centro el dichoso bus volcó, mi pobre prima casi fue aplastada por una marea humana y yo tuve la fortuna de salir disparada debajo de un asiento, sin siquiera interrumpir mi siesta, aunque pasé de mano en mano entre los pasajeros heridos y magullados, hasta que alguien me sacó por una de las ventanillas y así en vez de tamales y café para  los funerales, tuvimos una anécdota que se cuenta en cada ocasión posible.
Hoy en la mañana, mientras escuchaba a mi madre y mi tía hablar por teléfono para contarse la anécdota una a la otra por millonésima vez para conmemorar La Bajada, sonreí pensando en la frase con la que mi abuela cerraba el cuento aunque alguien más lo estuviera contando: "Ya ven, por no hacerme caso" y pensé que El Colocho debe estar bastante aburrido ya de estar tan encerrado y solitario en Catedral.

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