Muchas veces he dicho aquí y en otros lados, que tenía catorce años cuando conocí a Federiquito. Era una cría entonces, pero en la biblioteca del colegio ya me había enfermado de libros... cortos recreos en la biblioteca, siempre muy cortos para tantos libros, para tantas historias y sucede que cuando una tiene catorce años se enamora con todo y para siempre y allí estaba en la biblioteca este muchacho con corbatín, sonrisa un poco triste y un poema verde que era como estar hablando dormido y al leerlo en voz alta, por encantamiento uno quedaba soñando con la luna, como esos sonámbulos que decía mi abuela que había que agarrarlos quedito de la mano y llevarlos con cuidado a acostar, sin despertarlos, porque si despertaban de golpe se quedaban para siempre en el mundo de los sueños y la gente decía que se hacían locos.
Y así, página a página, yo iba leyendo esos poemas donde había gente que se enamoraba pero que no eran de amor, o tal vez si, porque con cada párrafo yo suspiraba y con cada suspiro me iba quedando enamoradísima de él y estaba este poema que me ponía muy triste aunque me imaginaba que tenía música alegre por dentro, el poema pues, porque yo no podía tener ninguna música alegre por dentro mientras lo leía, más bien tenía algo así como arena de desierto.
VIÑETAS FLAMENCAS
MEMENTO
(Caña y Soleá de Triana)
Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.
Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.
Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.
¡Cuando yo me muera!
y al final volvía a leer el nombre: Federico García Lorca y quise saber dónde vivía para escribirle una carta diciéndole lo mucho que me habían gustado sus poemas y que me declaraba su admiradora, pero en la biografía reseñaba que lo habían matado un 18 de agosto de 1936, en su país pero lejos de su casa, con gente que no conocía, en una de las tantas guerras que inventan los hombres para hacerse daño y fue una suerte que no hubiera nadie más en la biblioteca, solo la hermana que estaba en la entrada, porque esta fue una de las tantas veces que los libros me han hecho llorar de pena, al imaginarlo tan solo, muriendo lejos de su casa, después de haber escrito sobre su muerte.
Yo no lo sabía entonces, pero además de escribir sobre el amor, a los poetas les da por escribir sobre la muerte, la suya o las ajenas, y por alguna razón eso también te enternece, quizás porque presientes que alguna vez podría ser sobre uno mismo.
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