En el desierto pareciera no haber vida, pareciera ser una extensión desolada donde nada podría sobre vivir; sin embargo, si te acercas lo suficiente, podrás ver extrañas formas de vida, seres que han desarrollado gruesas pieles, hábitos nocturnos, que han modificado su metabolismo y que, incluso, han desarrollado extrañas formas y espinas.
Cuando el desierto florece, es algo asombroso.
Artísticamente hablando, el teatro salvadoreño sobre vive en el desierto. Una o dos oportunidades de formación técnica, escasos espacios con formas de programación muchas veces incomprensible, una burocracia contaminada de amiguismo y dificultades, sin presupuesto para becas, fondos concursables o cualquier incentivo a la producción. A pesar de todo, el teatro salvadoreño florece de formas hermosas.
Una de ellas son los nuevos espacios independientes, no están financiados con fondos del estado, ni de fundaciones privadas, ong's, universidades o importantes capitales empresariales. Surgen porque hay artistas osados que ponen sus ahorros, su tiempo, trabajo y energía en buscar y acondicionar un espacio para volverlo una sala que pueda albergar teatro y danza, espectáculos que no cuentan con un público masivo, que no están subvencionados y por lo tanto, siempre son un riesgo para todos los grupos y gestores.
Este mes, con nuestro espectáculo "El Matrimonio Forzoso", hemos visitados dos espacios independientes que han surgido en San Salvador. La Galera Teatro, esfuerzo de un actor y director teatral y Escenarios, iniciativa de teatristas y bailarines. Espacios que no son subvencionados, que están sostenidos por el constante trabajo de sus gestores, que no disponen de grandes presupuestos para publicidad, pero que trabajan de forma solidaria con los grupos, sobre un porcentaje de la taquilla, entre 30% y 40%.
En un medio difícil como el nuestro, se encuentran siempre formas de combatir gigantes. La experiencia de estar en estos espacios alternativos ha sido un reto para nosotros, que trabajamos poco en salas fijas. El rédito económico no ha sido abundante, pero la experiencia ha sido sumamente enriquecedora para nosotros y nos anima a seguir en el camino.
sábado, septiembre 12, 2015
sábado, septiembre 05, 2015
Irse
Viajar no es lo mismo que irse.
A veces, cuando la violencia física y económica arrincona, cuando no hay posibilidad de
lograr el desarrollo de nuestro potencial, alcanzar una vida digna o al menos
asegurar la sobre vivencia de uno mismo y de las personas amadas, no queda más
que irse.
Los que se van, se van de muchas maneras: en la oscuridad de
la madrugada, con miedo y viendo hacia todas partes para asegurarse que nadie
los ve; al amanecer, después de haber vendido y empeñado todo para darle el dinero
al coyote, no todo el dinero, únicamente lo necesario para comenzar el viaje;
al atardecer, quedándose más tiempo que el autorizado por la visa; a cualquier hora del día, caminando, sobre una
balsa improvisada o sobre una patera que no se sabe si aguantará el viaje.
Tampoco ellos saben si aguantarán el viaje, pero hay que
irse.
Irse a otro lugar, donde casi nunca se es bienvenido, donde
siempre habrá alguna mirada, alguna voz, alguna ley, alguien, que te recuerde
que no eres de allí, que jamás serás de allí, que no te quieren allí, que debes
esconder tu nombre, tu origen, tu acento, tu idioma, tus costumbres, tú, para
lograr que te acepten.
Irse y dejar atrás el paisaje, la familia, el país que no te
abrigó, que no te protegió, que no pudo garantizarte tener una vida, que te
exportó a cambio de remesas, que simplemente se olvidó de ti.
Irse y olvidarse de ese paisaje, de esa familia, de ese
país, olvidarse, olvidarse, hasta que ni tú te acuerdes de ti y pienses que ya
eres otro, ese otro que es mejor ser para ese nuevo lugar.
Irse pensando en volver, un año y otro y otro, hasta que
volver sea la parte mitológica de tu historia.
Irse sin saber si se llegará, conservando las heridas
coleccionadas en el camino, las físicas y las otras, las que no se reconocen ni
ante uno mismo. Irse y ser violada, abandonado, asesinada, mutilado, ahogada.
Irse y llegar por poquito y que te bauticen deportado. Irse
y llegar a la cárcel y de allí al avión, al bus, a la frontera y volver a irse
y así, otra vez, otra vez, otra vez.
Irse y no llegar. Irse y perderse. Irse y caminar en un
desierto sin fin, en un rio desbordado sin fin, en un alta mar sin fin, en un furgón claustrofóbico
sin fin, en un asfixiante sótano sin fin, en una muerte sin fin porque nadie se
entera de tu muerte y te esperan, meses, años, te esperan y se preguntan si te
perdiste o simplemente los has olvidado.
Irse y terminar en primera plana de un periódico, en una
fotografía que da la vuelta al mundo, convertido en una bandera que pierde sentido entre hinchas
de diferentes bandos, por ilegal, por pobre, por refugiado, por hambriento, porque tuviste que huir, porque
eres de uno de esos lugares de donde no es bueno ser, porque si, porque así
funcionan las cosas.
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