sábado, septiembre 05, 2015

Irse

Viajar no es lo mismo que irse.
A veces, cuando la violencia física y económica  arrincona, cuando no hay posibilidad de lograr el desarrollo de nuestro potencial, alcanzar una vida digna o al menos asegurar la sobre vivencia de uno mismo y de las personas amadas, no queda más que irse.
Los que se van, se van de muchas maneras: en la oscuridad de la madrugada, con miedo y viendo hacia todas partes para asegurarse que nadie los ve; al amanecer, después de haber vendido y empeñado todo para darle el dinero al coyote, no todo el dinero, únicamente lo necesario para comenzar el viaje; al atardecer, quedándose más tiempo que el autorizado por la visa;  a cualquier hora del día, caminando, sobre una balsa improvisada o sobre una patera que no se sabe si aguantará el viaje.
Tampoco ellos saben si aguantarán el viaje, pero hay que irse.
Irse a otro lugar, donde casi nunca se es bienvenido, donde siempre habrá alguna mirada, alguna voz, alguna ley, alguien, que te recuerde que no eres de allí, que jamás serás de allí, que no te quieren allí, que debes esconder tu nombre, tu origen, tu acento, tu idioma, tus costumbres, tú, para lograr que te acepten.
Irse y dejar atrás el paisaje, la familia, el país que no te abrigó, que no te protegió, que no pudo garantizarte tener una vida, que te exportó a cambio de remesas, que simplemente se olvidó de ti.
Irse y olvidarse de ese paisaje, de esa familia, de ese país, olvidarse, olvidarse, hasta que ni tú te acuerdes de ti y pienses que ya eres otro, ese otro que es mejor ser para ese nuevo lugar.
Irse pensando en volver, un año y otro y otro, hasta que volver sea la parte mitológica de tu historia.
Irse sin saber si se llegará, conservando las heridas coleccionadas en el camino, las físicas y las otras, las que no se reconocen ni ante uno mismo. Irse y ser violada, abandonado, asesinada, mutilado, ahogada.
Irse y llegar por poquito y que te bauticen deportado. Irse y llegar a la cárcel y de allí al avión, al bus, a la frontera y volver a irse y así, otra vez, otra vez, otra vez.
Irse y no llegar. Irse y perderse. Irse y caminar en un desierto sin fin, en un rio desbordado sin fin, en un  alta mar sin fin, en un furgón claustrofóbico sin fin, en un asfixiante sótano sin fin, en una muerte sin fin porque nadie se entera de tu muerte y te esperan, meses, años, te esperan y se preguntan si te perdiste o simplemente los has olvidado.

Irse y terminar en primera plana de un periódico, en una fotografía que da la vuelta al mundo, convertido  en una bandera que pierde sentido entre hinchas de diferentes bandos, por ilegal, por pobre, por refugiado, por  hambriento, porque tuviste que huir, porque eres de uno de esos lugares de donde no es bueno ser, porque si, porque así funcionan las cosas.

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