«Cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, debe ser la verdad» A. C. Doyle.-
En el ininterrumpido despiste tempo-espacial que cotidianamente habito, reconozco que no recuerdo si esta frase se la escuché primero a Mr. Spock o se la leí primero a Mr. Holmes. Sí recuerdo que debía tener unos diez años o algo así y mi Tía Menche llevó nuevos libros a su biblioteca casera, cuando nuestras casas estaban conectadas por el patio y yo iba regularmente a rondar sus libros.
Fue entonces que aparecieron esos volúmenes nuevos, unas doscientas cincuenta páginas cada uno, dos, tamaño carta, interior de papel de empaque y exterior de cartoncillo brillante, ilustrados a color, con letra grande, el título de "Aventuras de Sherlock Holmes" y el subtítulo: Biblioteca Juvenil. En ellos, un ex militar que había estado en lugares lejanos y exóticos compartía sus habitaciones (lo decía así: sus habitaciones) en el 221B de Baker Street en un lugar extrañísimo llamado Londres, donde siempre o había neblina o estaba lloviendo, con un detective aficionado al violín y que de tanto en tanto fumaba una pipa, recordar que era una edición para jóvenes menores de dieciocho años por favor.
Sin embargo, algo de las adicciones no mencionadas de Holmes habría calado, pues no pude soltar los libros hasta que los terminé creo que en una semana o algo así; hacía la tarea casi en automático, por esa manía mía de hacer las cosas en cierto orden y luego corría a buscar los libros que me habían abducido por completo y leía hasta que muy a mi pesar algún adulto me obligaba a cenar, ver tele o socializar con los chicos que jugaban en el pasaje.
Los libros nuevos son siempre una maravilla, pero estos me enseñaban palabras apasionantes que no conocía: método científico, deducción, lógica, abducción, criptografía, análisis de escritura... ¿En serio podías saber cómo era alguien con solo ver su letra? Además del atractivo de un crimen a resolver, un criminal a atrapar utilizando los métodos e instrumentos de la ciencia y la superior inteligencia del Señor Holmes, sospecho que mi creencia de que lo inteligente es sexy debe haberse desarrollado ahí. Cada historia me volaba la cabeza, bueno, obviamente lo amé y todavía me entusiasma recordarlo porque fue una de las tantas cosas que me llevó a escribir narrativa, nada como contar una buena historia.
Los libros fueron leídos un par de veces y una vez que terminé no pude parar, siguiendo a lo largo de los años una línea de migas que me llevó al detective Dupin y los crímenes de la Rue Morgue, la señora Christie y sus ambientes, el género negro por un lado y por otro el sci-fi con los viajes espaciales, las leyes de la robótica, los enlaces químicos y la física cuántica, La Serie de la Fundación y el terror del mundo futuro... para cuando volví a levantar la cabeza de los libros, estaba por tomar un bachillerato en ciencias para poder continuar con eso en la universidad.
Doyle y sus personajes me mostraron la maravilla del pensamiento lógico y el método científico y lo apasionante de seguir una línea de pensamiento para explicar hechos que en un primer momento parecen increíbles y como muchos autores, me proporcionó un lugar seguro hacia donde evadirme cunado la realidad parece insoportable.
El finde recién pasado, en estos findes de confinamiento donde hay tiempo y espacio para curiosear por la televisión, me encontré con una adaptación a serie de la BBC sobre el mítico Sr. Holmes que ya había visto por encima pero que me resistía a ver por temor a que hubieran hecho cualquier cosa con el texto como a veces sucede en el medio visual, sin embargo para mi sorpresa, estaba tan bien resuelta, que reconocí de nuevo el placer de los libros de mi infancia.
Sir Arthur Ignatius Conan Doyle cumple este día, 7 de julio de 2020, noventa años de su trascendencia a la Historia y por eso quise agradecerle a él, a Sherlock Holmes y al doctor Watson por ser tan buena compañía durante este viaje.
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