miércoles, noviembre 09, 2016

Segunda Llamada

El tiempo es un viaje circular, lo recordé cuando vi tus ojos y fue como si no hubieran pasado ocho meses.
No me gustan los aeropuertos, a veces son agobiantes, a veces tienes la impresión que algo se pierde irremediablemente en ellos, pero ayer me gustó esperar en la puerta de salida, una persona anónima entre un mar de gente anónima que espera, para saltar de alegría cuando vi la sonrisa que empacaste en tu maleta. Son mágicas las maletas, sellados contenedores de sueños que se abren con la algarabía de la sorpresa, en esto, son iguales a los sombreros de mago.
El caso es que te abracé  para que tu pecho detuviera la carrera loca de mi corazón. Ese abrazo fue tal y como lo había dibujado detrás de mis párpados: infinito y perfecto, como deben ser las cosas que se anhelan.
La piel tiene memoria, lo recordé al encontrarme con tus manos, sabias como el tiempo, pero eso no voy a contarlo ahora, porque hay cosas que no cuento, para que queden guardadas en la tierra profunda del secreto y germinen solo cuando la luna las toque con su luz azul.

En la mínima soledad de la madrugada, me escabullo a ver cómo el sol va tiñendo de luz las montañas que nos rodean, a nosotros, pequeñas cosas hechas de melancolías y esperanza. Cuando el día llegue pleno a dibujar lo real de las formas, nos juntaremos con otros soñadores a planear cómo quebrar el cotidiano a punta de risas, desde donde quiera que nos toque colocar el escenario.

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