Ya fueron los nueve
días. Los sapos con capuchas de fraile caminaron en larga fila llevando velas
para acompañarlo a usted al final del
largo pasillo donde Carlos V lo esperaba, para que le cuente historias de brujos oscuros y blancos asesinos.
Yo pensé que esta tristeza pegajosa que me tapaba los poros cada
vez que me sentaba a escribir de usted, haciendo que el agua se me saliera por los párpados, se
había desprendido como costra de culebra que parece ser pero solo es recuerdo;
pero hoy que me siento a escribirle unas letras para desearle buen viaje, me
empapé de nuevo, cada vez menos tormenta y más llovizna, qué cosa más jodida es
consolarse con el pañuelo del tiempo y poder
escribir.
No me gusta ver los barcos que zarpan llevándose dentro las posibilidades, no me
gusta ir a despedir las promesas a los aeropuertos, lo he intentado y no me
gusta estar en cuartos anegados de tristeza, diciendo adiós de a poco, por eso
le escribo ahora que usted ya ha regresado al mar.
Me alegra que haya podido librarse de la tierra, de su peso
oscuro y sin memoria y que haya podido regresar a su amado mar de tormentas que
lanzan príncipes desconocidos a costas salvajes, para que se transformen en
leyenda; a las claras profundidades del mar a ver cómo se construyen las
paredes de ese castillo fantástico, solo para que caigan tiempo después, quien
quita me lo encuentro un día de estos apurando a los piratas para escapar de
adormilados cocodrilos.
El agua tiene eso, lava todas las injurias y todas las
tristezas, por eso no me pesa que estas palabras vayan empapadas, así le llegan más limpias a dónde
esté tomándose los roncitos (acompañado de un vaso de agua por supuesto), viendo que atardece y recordando lo que se amó.
Gracias por las anécdotas
en la luna y por preguntarme si conocía a Cortázar, a Girondo y a
Rolando Costa. Gracias por los besos
como excusa para escandalizar, por los personajes y las palabras que me regaló para el escenario. Gracias por leer
y sugerir sin lastimar, gracias por lo publicado. Gracias por la última aventura con penaltis de morro y
viaje al inframundo de donde se regresa por pura picardía y necedad.
Yo a usted lo voy a extrañar. Bastante. Pero me alegra que
al fin haya logrado su deseo de dejar la melancolía y con maleta, sombrero de copa y paso sin apuro, haya regresado al mar.
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