Hace dos semanas, el 28 de junio, La Prensa Gráfica publicó un reportaje: Los abusos que esconde el escenario, donde varias actrices contaban, por primera vez en un medio de comunicación, historias de abuso psicológico, emocional y sexual. Al margen de la idea central de esto, me desviaré un poco para decir que es una de las poquísimas veces que veo tanto espacio dedicado al teatro en un medio de comunicación, el resto del tiempo la producción teatral independiente es invisible en los medios, he ahí el desvío, regreso.
Lo primero fue asombro, si, la mayoría hemos escuchado charlas de pasillo donde dicen que dicen que este o este director, "se pasan" con las actrices y actores jóvenes de sus clases o montajes, pero habían allí historias que al menos yo no conocía y entonces, lo segundo que pasó fue ira: resultaba indignante que mujeres que realizan una labor teatral constante hayan tenido que pasar por esto y seguir en el medio y tener que toparse una vez si y otra también con sus agresores... Y luego, lo tercero, el silencio del medio teatral, tan presto a emitir su opinión ante otras noticias y acontecimientos facebukeros, ese silencio mezcla de estupor, miedo y vergüenza, el mismo que guardan muchas familias salvadoreñas cuando sus hijos e hijas les cuentan que han sido abusados o violados por un pariente cercano.
Como era de esperarse, el artículo ha desatado diversas opiniones y el testimonio de una de las entrevistadas, publicado en su cuenta de facebook, Historias de un domingo. Junto con esto, la renuncia de uno de los señalados por abuso sexual en el reportaje, a través de la cuenta de twitter de la diputada Lorena Peña, quien es además Secretaria de Cultura del FMLN... hasta allí han llegado las cosas. Tampoco voy a detenerme en esto, porque no me interesa establecer un debate hincha-político sobre el tema.
Lo que si me interesó y me dio vuelta en la cabeza durante estos días son las relaciones que establecemos en nuestro teatro, reflejo de las relaciones establecidas en nuestra sociedad, que han permitido y siguen permitiendo los abusos sexuales y forzando el silencio de las víctimas.
Se necesita ser mujer en este país, para comprender qué tan interiorizada puede estar la inseguridad sobre el tener potestad absoluta de nuestro cuerpo, nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestra voluntad y nuestros deseos. En general, la mujer siempre es para alguien más en primer término y luego, tal vez, para sí misma.
¿Se le hacen familiares estas frases?: "el hombre llega hasta donde la mujer permite", "el matrimonio dura lo que la mujer aguanta", de manera sutil es el mismo razonamiento que hace que le pregunten a una víctima de violación cómo iba vestida o qué hacía en ese lugar a esa hora. Es decir, teóricamente se delega en la mujer toda la responsabilidad por la conducta del hombre, como si este no tuviera el menor dominio de sí. Sin embargo, en general, el No de la mujer no es efectivo en la práctica porque "las mujeres cuando dicen que no es para hacerse rogar", es decir, las mujeres siempre quieren decir que si. En todo esto se olvida que el abuso y la violación no se trata de amor o sexo, sino de poder.
Y aquí entramos en otro de los grandes temas de la cultura de violencia que es parte de nuestra construcción social. El ejercicio del poder en El Salvador, desde nuestra fundación, nos divide en víctimas y victimarios y ante esa realidad, todo mundo quiere apuntarse al segundo grupo sin duda, así que en cuanto se accede a una cuota de poder, por pequeña que sea, es aprovechada para distinguirse de sus pares y ponerse a salvo. Esta dinámica atávica nos hace dirimir cualquier conflicto no por la palabra, que demuestra ser inútil, ni por las instituciones, que demuestran no ser confiables, sino por la violencia.
En este punto y en esta sociedad que re victimiza a las víctimas y deja impunes a los victimarios, atreverse a denunciar me parece un acto de profunda valentía por parte de las actrices que lo realizan, pero si esperamos cortar el ciclo, si esperamos cambiar los patrones culturales de violencia e impunidad, es preciso pasar del linchamiento social al uso de las vías legales e institucionales para obtener justicia. Justicia, no revancha, a pesar de la ira y el dolor acumulados en nuestro género por la violencia sufrida en nosotras y en nuestras ancestras, esto puede marcar un cambio. Si no se logra una sentencia condenatoria, se sienta un precedente en el medio teatral para la denuncia por la vía legal de este tipo de situaciones y se respeta la presunción de inocencia que asiste en un estado de derecho como el que queremos construir en nuestro país.
Y la otra cosa que me daba vueltas en la cabeza: esa dizque "zona gris" donde no se sabe si lo vivido es parte de un proceso de enseñanza o producción artística, o un abuso. A diferencia de otros trabajos, los artistas escénicos usamos nuestro cuerpo, nuestra voz, nuestras emociones, como instrumento de trabajo, es decir, somos sujetos y objetos en escena y por más de un siglo el director ha sido en la tierra del teatro, su pequeño dios. Un sabio de nuestro tiempo dijo que con un gran poder, viene también una gran responsabilidad, la responsabilidad no es solo estética sino ética y esto no es moralismo subjetivo o aspaviento mojigato, si no nuestra capacidad de discernimiento respecto al bien y al mal en nuestra conducta, aunque parezca anacrónico en nuestro tiempo.
Creo que el teatro no es solo lo que hacemos en escena para expresarnos, para exorcizar nuestros demonios de forma socialmente aceptable, o para buscar la belleza, es también las relaciones que construimos dentro del grupo y con el espectador. El teatro, ese oficio que nos esforzamos en volver academia para que vean que es "serio", para hacerlo merecer, es como todo oficio, algo que pasa de maestro a aprendiz y es responsabilidad del maestro que el oficio pase de forma responsable y ética, el teatro es la zona de resistencia de nuestra humanidad ante esta realidad que nos pone de cabeza. En este sentido no hay "zona gris" entre usar hábilmente las herramientas de nuestro oficio para hacer y compartir nuestro arte, y usar nuestro conocimiento para abusar de quienes confían en nuestra habilidad como maestros del oficio.
Los tiempos cambian, los usos sociales cambian, las relaciones cambian, si no, seguiríamos rompiendo reglas de madera en las manos de los alumnos porque "la letra con sangre entra". También en el teatro es tiempo de que las cosas cambien y que continuemos dignificando el oficio, pero no solamente en la escena, si no también en relaciones éticas y dignas con los que hacen posible este oficio.
Creo que el teatro no es solo lo que hacemos en escena para expresarnos, para exorcizar nuestros demonios de forma socialmente aceptable, o para buscar la belleza, es también las relaciones que construimos dentro del grupo y con el espectador. El teatro, ese oficio que nos esforzamos en volver academia para que vean que es "serio", para hacerlo merecer, es como todo oficio, algo que pasa de maestro a aprendiz y es responsabilidad del maestro que el oficio pase de forma responsable y ética, el teatro es la zona de resistencia de nuestra humanidad ante esta realidad que nos pone de cabeza. En este sentido no hay "zona gris" entre usar hábilmente las herramientas de nuestro oficio para hacer y compartir nuestro arte, y usar nuestro conocimiento para abusar de quienes confían en nuestra habilidad como maestros del oficio.
Los tiempos cambian, los usos sociales cambian, las relaciones cambian, si no, seguiríamos rompiendo reglas de madera en las manos de los alumnos porque "la letra con sangre entra". También en el teatro es tiempo de que las cosas cambien y que continuemos dignificando el oficio, pero no solamente en la escena, si no también en relaciones éticas y dignas con los que hacen posible este oficio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario