Me gusta junio por gris, me gusta por lluvioso... como hoy, en que la luz de las 5.30 de la mañana apenas daba noticia de que había amanecido y estaba esta llovizna, de gotas pulverizadas por el martillo del viento, hasta volverlas casi rocío, esta llovizna finita, de la que te deja caminar un par de cuadras antes de darte cuenta que estás mojada. No como la lluvia violenta de finales de invierno, donde si te quedas parado un par de segundos, terminas hecho una sopa... esta lluvia hay que aprovecharla, así que me pongo la chumpa y me dejo la sombrilla en casa.
El Niche olfatea el aire mojado y fresco, todo está lavado y acuoso: el concreto de las aceras, la tierra, los portones chirriantes de pura humedad, las hojas del nance que gotean agua y fruta, las gentes que pasan de prisa y con la cabeza baja, esperando que el bus venga pronto, para salir de la lluvia y juntarse a los demás cuerpos enlatados.
Me gustan los lunes... es como si después del silencio de la tarde de domingo, la vida hubiera vuelto a comenzar. Cuando salgo a caminar los lunes no puedo evitar pensar qué nuevas cosas haremos, cómo saldrá todo lo que se ha planeado, qué lugares, qué gentes encontraremos... me gustan los lunes.
La llovizna nos ha puesto silenciosos al Niche y a mí, supongo que él piensa en sus cosas perrunas, mientras yo pienso en mis cosas de humano. En nuestro próximo estreno, por ejemplo. Finalmente creo que encontré la forma de convertir a Hunahpú e Ixbalanqué en el Sol y la Luna, aunque no estaré segura de eso hasta que lo vea montado... suspiro... siempre me pasa esto con los estrenos ¿Qué pasa si esta buena idea no es una buena idea? ¿Qué pasa si las buenas ideas se estancan? ¿Se entenderá la idea?... ¿Quién me mete a mí a hacer teatro?
Suspiro.
Veo el tronco a la orilla del camino, cubierto de hongos en repisa... automáticamente pienso: Coriolus... ¿versicolor? mmm... estoy un poco oxidada en esto. Disipo los nervios recitando los nombres de las plantas en el camino: Tectona grandis... ese es fácil... Sapindus saponaria... alguien lo podó y al pié del árbol, un montón de pacunes, brillantes de lluvia, me miran como cientos de ojillos negros... ojillos... negros... ¡Qué bien quedarían para los títeres! le digo al Niche, mientras me agacho a recoger un puñado de pacunes limpitos y negros.
El Niche me mira y piensa que tiene una humana muy dispersa. Por esta vez, comparto el pensamiento. El mueve la cola y yo sonrío... felicidad invernal de lunes.
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