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Los pasillos del portal son el espacio social de la tarde. Las señoras del pan y los vendedores de pequeños chunches usados se colocan a los lados y dejan que los peatones circulen al medio para curiosear, comprar minucias de a dos coras o charlar.
La señora del chuco está junto a la señora de los tamales, no sé de quién de las dos es el canasto de pan, pero es muy buena idea. El lugar siempre está atestado de trabajadores en la tarde, como una especie de cafetería al aire libre, hay bancas y banquitos en la acera y en la calle y todo el mundo conversa sobre política en el mismo tono que si lo hicieran sobre la final nacional de fútbol.
Cuando la conocí llovía fuerte, como llueve siempre en el paisito. Todo el mundo se había acomodado en el pasillo, hasta los viejos músicos que con sus destartalados instrumentos tocan boleros en el Parque Libertad.
Por tal hacinamiento había que pasar si quería llegar a la parada de microbús, pero el tráfico era lento. Justo antes de los lustra botas estaba ella, una anciana de quien era imposible decir la edad, pero por todas las arrugas de su rostro y su cuerpo menudo, encogido por el tiempo, sabes que tiene muchos años.
- ¡Cómpreme los dos últimos! - me dijo mientras me extendía dos vigésimos de lotería - estos son los suyos, ya va a ver.
Sonreí interiormente ante esta aseveración. Mi madre dice que tengo su misma suerte, es decir, nunca nos sacamos nada, ni aunque estuvieran rifando una patada.
Hice revisión mental de mis fondos y saqué los $1.25 del vigésimo, sin ver siquiera el número lo eché en cualquier lugar de mi cartera y seguí avanzando, con paciencia, hasta la parada del microbús.
Al jueves siguiente volvía por los viejos caminos del portal de Occidente, cuando me saludó con la mano y me dijo como si eso hiciéramos siempre:
-¿Y hoy no me va a llevar?
-Vaya - dije yo, porque me es difícil decirle que no a lo cotidiano.
Cuando le dije que había perdido el otro vigésimo, me miró con cara de reprobación:
- Vaya mama, ahí se le fue el premio...
Y ahí comenzamos a platicar.
Cada jueves a la tarde nos vemos. Ella no sabe cómo me llamo, yo tampoco sé cómo se llama ella, debe ser que entre gente que se conoce, tales cosas como el nombre son minucias.
- Ayer que pasé no la vi.
- Ay mama, andaba con mi hijo en el hospital y ahí va a perder uno todo el día.
Tiene un hijo "grande" con retraso mental, es el menor, le ha tocado cuidarlos a los dos porque el papá no soportó la presión del hijo enfermo y se fue.
- A saber para dónde, él me dijo que para el Norte, pero a mí me dijeron después que lo habían visto con otra mujer por Ciudad Delgado, a saber.
Así que de lo que tenía guardado comenzó a vender billetes de lotería y a dejar a su hijo encargado para que lo cuidaran.
- Pero la mayor es alentada, ella me ayuda, pero hoy como ya tiene ñeto, anda ocupada, ya le toca criar otra vez.
- A pues ya es bisabuela usted.
- Si mire, la cipota menor le salió con eso, yo ya le dije que se ponga seria con ella, si no el otro año le va a llevar otra panza y ahí se va a estar criando. Mire yo, ella hasta que ya se fue con el esposo ya crió, porque yo una panza así nomás no se la iba a aceptar. Pero hoy estos tiempos están tremendos usté... y hoy tiene terminación ¿solo uno me va a llevar?
No me dejo tentar. Sé que mi suerte no me da para tanto. Agarro el vigésimo, hoy ya veo los números porque, quien quita... y camino a la parada del microbús.
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