martes, abril 19, 2016

Atrapasueños

Sábado. A la caída de la tarde, los almendros de río pasan a toda velocidad a lo largo de la carretera, ellos corren, como nosotros, silenciosos luego de la presentación. Apoyo la cabeza en el vidrio y me dejo invadir por la modorra del viaje. Cierro los ojos.
En medio de la claridad de la mañana, Jorge canta esos cantos hermosos y antiguos de las tribus del norte de América, el aromático humo de estas hojas que no había visto antes de hoy, llena el espacio entre nosotros y él me rocía agua, la abuelita agua, dice, yo sostengo el manojo de plumas multicolores, alegres y livianas como los espíritus de todas las cosas, pedimos por que las cosas buenas lleguen, porque los sueños se cumplan. Yo pido en silencio por su sueño, por el de Jorge, porque es un buen sueño crear un lugar donde los niños puedan aprender a amar a la tierra y a la poesía.
Abro los ojos y la carretera sigue allí, incansable. A lo lejos una enorme ceiba presume sus hojas nuevas y extiende los brazos como si pudiera abarcarlo todo en ellos, todo el azul que se va tiñendo de naranjas y lilas al fondo, como chispas. El abuelo fuego, pienso, y sonrío mientras cierro los ojos.
Los actores del Tiet, en el escenario, dan cuenta del retiro forzoso de El Quijote. Uno de ellos dice: "y como todos están inmunizados, ya nadie cree en esto de correr aventuras"... en la fila atrás de mí, un chiquillo de cinco años se levanta de su butaca y dice fuerte y claro: "¡yo si! ¡yo si creo, yo creo!". Una sonrisa me invade el rostro porque yo también creo. Y cuando los cuentacuentos deciden ir a rescatar al Quijote del asilo, los chicos en la sala lo celebran y uno más pequeño le pregunta ansioso a su mamá: "¿Y se salva?". "Si, que no ves que ya lo van a salvar, para allá van". Las mamás siempre saben qué contestar. 
Luego, la profesora nos pide una foto con los chiquillos, es la primera vez que ven teatro y nos preguntan lo que siempre nos preguntan: ¿Y van a venir mañana?.
Abro los ojos. A las últimas chispas de luz las barre el viento, a la tierra la invade la oscuridad y a la carretera, rápidos faroles que corren desesperados. Las carreteras son tan largas. El grupo dormita abrigado de cansancio y de sueños que se van cumpliendo por gotitas.
Por la ventana veo la oscuridad y tomo con dos dedos el atrapasueños que llevo al cuello. Lo compró en ese changarrito de antiguedades a la vuelta del Teatro Nacional. "Escogé uno", me dijo y tomé este: verde, amarillo y rojo. Lo llevo siempre, igual que siempre nos las arreglamos para acompañamos a ocho horas de diferencia. El, soñador igual que yo, tenía también presentación hoy, allá al otro lado del charco. Sonrío pensando en que seguramente le habrá ido bien, le escribiré a la mañana. Me  llevo el atrapasueños a los labios y lo beso, como hago siempre que tengo ganas de besarlo a él y pienso que ya pronto será el próximo abrazo, seis meses, un parpadeo.
Cierro los ojos y la sonrisa se queda, igual que los sueños, abrigadita en el alma.

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