lunes, mayo 02, 2016

Confesiones de esta máscara


"Las emociones, en efecto, no siguen un orden fijo.
Antes bien y al igual que las partículas del éter,
prefieren revolotear con libertad y flotar
eternamente trémulas y cambiantes"

Y. Mishima
Confesiones de una máscara




Salgo de la oficina con la misma prisa que de pequeña salía de la escuela, apurándome todo lo posible para llegar a ver Mazinger Z. Pero ahora no voy a ver tele. 
En el micro, milagrosamente encuentro un asiento e inmediatamente saco la novela policíaca que estoy leyendo, cortesía de uno de mis dealers literarios que sabe de mis debilidades más oscuras, como mi vicio por las novelas policíacas, por ejemplo. Tardo el doble leyendo en inglés que cuando leo en español, pero vale la pena cada página: una detective salvadoreña en Nashville, a cargo de un caso donde el principal sospechoso es un guatemalteco liado con el narcotráfico, según la policía de Atlanta.
En la radio milagrosamente no suena regetón, Carlos Vives canta "La tierra del olvido" y yo levanto la cara del libro para que una sonrisa me llene el rostro, mientras mi pensamiento se tele transporta a los 41°23'20” de latitud Norte  y 02°09'32” de longitud Este sin razón aparente, debe ser por esa frase que dice: "como me mueves el alma, como me quitas el sueño, como me robas la calma..."
¡Al fin en casa! Dejo las mil y un cosas que llevo encima, me cambio la camisa, tomo la laptop y salgo corriendo al taller, tendré un par de horas para trabajar sobre mi máscara.
Ayer por la tarde el taller estaba lleno de música, de bromas y gente yendo  y viniendo, pegando cosas, taladrando, pintando. Hoy el espacio vacío me espera, con la máscara seca en la mesa. Pongo la lista de música, desde Héroes del Silencio hasta M. Maisky, desde Soda Estereo hasta Pat Metheny... hundo los dedos en la masilla, es como el barro, un barro seco y blanco que extiendo con delicadeza sobre el papel, luego me mojo los dedos, solo un poco, lo suficiente para que deslicen con ternura, mientras acaricio la masilla para alisarla. 
Poco a poco la máscara va siendo un mundo blanco, es decir, silencioso. Las máscaras en blanco siempre me han parecido impregnadas  de silencio, dispuestas a escuchar lo que les digas luego, cuando tomes los pinceles y el color. Dejo la máscara quieta y silenciosa. Me lavo las manos mientras el cello de Maisky deja morir la suite no. 1 de Bach. Mientras me limpio los ojos, pienso que esa cosa siempre me hace llorar, algún día voy a tener que ponerla en escena con algo.
Tomo el agua y disuelvo el pegamento blanco, con las manos, la única forma de saber si está en su punto es hacerlo con las manos. Siento las viscosidad del pegamento aguado, navegando entre los dedos como un pez extraño. Está en su punto ahora. Pongo la última capa de papel en nuestro árbol mientras Bunbury canta "Con nombre de guerra". Las puntas de los dedos colocan el papel y luego las manos viajan sobre él alisándolo. 
Tacto y sonido. Milagrosamente la multitud de voces que  me habitan guardan silencio. No hay ruido en mi cabeza. Respiro. Toco. Escucho. todo es perfecto, en paz.


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