sábado, mayo 31, 2014

De poesías, dramaturgias y otras yerbas

En el alejado rincón de mi geografía imaginaria, está este paisito al que me asomo de vez en cuando, no mucho, porque puede resultar peligroso para el alma, pero sí lo suficiente como para horrorizarme cada vez y comprobar que sigue allí, como un caldo de cultivo de la pesadilla perfecta.
Me asomo a mi país mío que no existe y para quitarme la náusea y el enfado, me pongo a escribir, a imaginar otros mundos posibles sobre el escenario, a construir partituras de movimiento en mi cabeza, a hablar con Fito, con Darío o con Lorca hasta que todo parezca tener un mínimo de sentido como para seguir sin despegar los pies del planeta.
Eso estuve haciendo los últimos seis meses, quitándome el mal sabor de paisito abundante de cadáveres y tristezas... imaginando una habitación y algunas personas en boca de quien poner los gritos que no salen de la mía, lo bueno de escribir es poder encontrar la quinta pata al gato que uno en su momento no logró verle más allá de la cuarta, lo malo es que de momento uno descubre que es mejor expresándose por escrito que cuando habla con otros seres humanos, pero esos son otros veinte pesos de otro cuento... Imaginar otros mundos ha sido de suma utilidad en las últimas dos semanas, cuando a pesar de dar poco crédito a la propia capacidad de sorpresa o a la capacidad del prójimo para desencadenar el desencanto, uno se ve sorprendido, desencantado y hasta con náuseas al ver al susodicho prójimo, en palabras de Aute: "al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión... locos porque nos deslumbre su parásita ambición"...
En fin, luego de que uno termina de darle forma a la idea y la convierte en cuarenta o más páginas, después de haber pasado por las arenas movedizas de las mil y una correcciones, viene este momento de asumir el vértigo de la imperfección, poner punto final y dar el trabajo por terminado, no sin antes volverse loco a pura pregunta: ¿En serio, esto será todo? ¿Se pudo haber perfeccionado más? ¿Será suficiente con lo que se ha corregido? ¿No serán divagaciones de mi mente calenturienta el pensar que tengo esto por oficio? ¿En serio esta idea fué una buena idea? ¿Debería dedicarme a otra cosa? Y luego, la desolación de saber que terminaste y aguardar pacientemente a que vengan y se vayan los días en el desierto, ese espacio de tiempo donde las ideas parecen haberse agotado y lo único que queda es el vacío.
En este punto, es de suma utilidad recuerdar este viejo truco del sabio de Roque:
...
YO RESOLVÍ PARA SIEMPRE EL PROBLEMA DE LA ETERNIDAD,
LOS TEÓLOGOS SON UNOS TARADOS TEMIBLES:
LA RESPUESTA AL PROBLEMA DE LA ETERNIDAD
CONSISTE EN PREGUNTAR UNA VEZ MÁS Y UNA VEZ MÁS: ¿Y DESPUÉS?

Taberna (Conversatorio)
R. Dalton.-

¿Y después?... Seguramente vendrá la próxima idea.

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