lunes, agosto 08, 2011

La feria de agosto

Viernes 5

El ritual de las fiestas agostinas es ir a la feria de Don Rúa, una especie de Babel sobre asfalto al borde de los edificios del centro de gobierno, donde hormiguean cientos de gentes con ropas de domingo.
La incursión comienza en la calle cerrada del Instituto Nacional de los Deportes, donde te reciben los vendedores de celulares que te ofrecen chips de teléfono como ofrecerte dulces, con lo fácil que resulta, con cero registro por parte de las telefónicas y con algo de ingenio para ponerlos dentro de los penales, se convierten después en las voces anónimas de las extorsiones, asesinatos y otras plagas que nos acompañan; de paso pensé también en las maravillas de la portabilidad numérica, pero me detuve en ese punto porque me di cuenta que estaba desvariando.
Entre las pupusas de a cora y los humildes carruseles movidos a pura fuerza de brazo, fuimos subiendo la cuesta, pasan varios travestis con camisas de licra en colores que inducen al vértigo y pulcros delantales, cargando cántaros o canastos con fruta o cd's pirateados, nadie los mira mal ni se mete con ellos, son parte del paisaje. Allí en la cuesta se alternaban los puestos de dulces, con sus maravillosas naranjas partidas por la mitad y cristalizadas en azúcar, las blanquísimas marquetas de conserva de coco y las tusas de colores que esconden panelas en miniatura, las manzanas con su capa de azúcar coloreada de rojo y luego todas las frituras, amalgama de olores, colores y sabores que sabotean cualquier intento premeditado de dieta.
Luego están los tipos que te invitan a jugar juegos donde parece que se gana fácil, pero ya sea tirando al blanco, derribando con un pelotazo tres botellas delante de una red o adivinando dónde está la bolita, se comprueba que no siempre las cosas son lo que parecen, como bien lo sabe cualquiera que lea la sección de noticias nacionales. Ver trabajar a los timadores de feria es un todo un espectáculo donde se combina la habilidad de palabra, el gesto y la ilusión.
Llegamos a los circos, con los hombres al micrófono anunciando el programa de la función y llamando insistentemente: "pase, ya vamos a comenzar, ya vamos a comenzar" y así por media hora hasta reunir una docena de personas para arrancar con el espectáculo, mientras, en una de las tarimas a la entrada de uno de los circos, media docena de chiquillas entre diez y quince años, atraen las miradas con su ropa ajustada y sus movimientos de perreo, la carpa se va llenando y el sol del mediodía muerde bravo, así que hay que buscar sombra y cerveza.
Damos la vuelta por la zona de las ruedas "más chivas" como le oí a un niño al pasar, donde están las máquinas llegadas del norte, las colas crecen y el ruido de las ruedas se confunde con los gritos de los que están arriba y por supuesto, las risas de los que están abajo, delicia esa la de reírse del apuro del prójimo.
Bajo la enorme carpa que cobija los chupaderos el calor no cesa, pero al menos se está a salvo del sol, la mesera tiene una comprensible cara de agotamiento, a esa hora comienza el movimiento allí y tres jóvenes recién salidos de la adolescencia hablan bravuconerías y pequeñas hazañas junto a una docena de envases vacíos, madrugadores ellos. El dj va anunciando los videos y animando a que hagan peticiones, aparece un video de cumbia salvadoreña, al mejor estilo de los ochentas, con una casa elegante, un carro lujoso y una chica guapa con poca ropa, nada que ver con la canción, luego aparece un video de regetón de algún neoyorkino que no conozco, con una casa elegante, un carro lujoso y varias chicas guapas con poca ropa, nada que ver con la canción y luego otro video de bachata, con una casa elegante...
Vamos de salida por las mismas calles estrechas, en un puesto suena una cumbia del grupo Bravo y en otro los meros Tigres del Norte, pasan en patrulla cinco policías, el último se deja ganar por el ritmo del corrido y sigue la música con la cabeza mientras tararea la canción, pero vence rápidamente la tentación, se recompone y vuelve a asumir su papel de autoridad; pasan familias: el papá, la mamá, dos o tres niños y si es niña, con un largo y vaporoso vestido de princesa, de los que se encuentran desde tiempos inmemoriales en el mercado central, las niñas se agarran los faldones del vestido, "el estreno de la fiesta", para no enlodarse y mientras sortean envases vacíos, ventas y borrachos, saludan con la mano a los policías que se reparten de tres en tres por todas las esquinas, sonríen pensando en lo bien que se miran y en que van caminando por la calle vestidas de princesas.
A medida que nos alejamos, todo se confunde en una sola bulla: la de la feria de agosto.

1 comentario:

Diana dijo...

A los jovenes madrugadores me uní en un tiempo, aunque no en las ferias, que más dá al fín y al cabo "curiosidad de jovenes invensibles", me gusta mucho su descripción F. Diana