martes, agosto 30, 2011

Diario de Harry. ¿Para qué sirve?

El trabajo para ganarte la plata con qué pagar las facturas, la comida diaria, el bus donde te podés morir en un estornudo, todas esas cosas que dice la tele que son necesarias para sentirte habitante de este paisito resquebrajado, celular incluído y si tenés suerte y te sobraron un par de pesos, un par de horas de olvido en algún bar para hablar de cómo arreglaríamos en dos patadas las cagadas del prójimo en la política nacional y si es posible, mundial.
Las cucharas para el jarabe, la ropa para la vergüenza que heredamos del edén, los lápices para mordisquear el borrador, los zapatos para guardarnos los pasos, las sábanas para arrugarlas, las compus para creer que lo real es lo virtual, las llaves para no encontrarlas... nos hemos acostumbrado y nos han acostumbrado a que todo, absolutamente todo tiene el sagrado deber de servir para algo, de ser utilitario, pero ¿y el teatro? nos preguntan ¿para qué sirve el teatro? y antes de considerar dar algo de plata para algo tan escandaloso como el teatro, tratan de asegurarse que sirva para algo, que genere algo, que sea políticamente correcto, que se le puedan colgar los adjetivos de moda, que se edite a Shakespeare y a Moliére por incorrectos, que se suavicen palabras y discursos, que se pongan en "lenguaje de género", que se saquen las palabrotas de los títeres de Lorca y la crueldad de Cervantes y que el escandaloso teatro se vuelva dócil como el refrigerador, inofensivo como una tostadora y que al igual que las otras cosas a que nos hemos acostumbrado, "sirva para".
Y entonces para acabar de complicar todo aparece la risa, cosa incontrolable y peligrosa, ya lo dice entre otros, Marjane Satrapi: "No hay arma más subversiva que la risa" y el ser humano, que se deshumaniza a velocidad tecnológica y pierde su capacidad de reír en proporción directa con el estrés cotidiano, desconfía de la risa como de cualquier animal salvaje... y tiene toda la razón, y de nuevo pregunta: ¿no puede ser algo más serio? ¿y para qué sirve?
Y uno no tiene más que pensar en para qué le sirvió a los primeros hombres, que además debían estar muy ocupados en no convertirse en presas de temibles depredadores, el pintar bisontes y cazadores o el explicar en un cuento, ante la comunidad reunida alrededor del fuego, el porqué del sol y de la lluvia, o para qué sirven tantos y tantos cuadros, partituras, poemas y libros incorrectos quemados en las hogueras de la Inquisición, del Tercer Reich o de los conquistadores y puritanos en tierras de América, para qué sirven tantos artistas encarcelados o censurados por incorrectos. ¿Para qué diablos sirve el arte? seguramente no para lo mismo que una silla, pero a lo mejor sí para lo mismo que un cuchillo o que un atardecer en un acantilado y seguramente no le sirve lo mismo al artista que a quien recibe la obra de arte, del mismo modo que el grito no sirve igual a quien grita que a quien lo escucha, ni lo escucha igual a un metro que a diez metros de distancia. A mí escribir me sirve para no cometer asesinatos en serie y el hacer teatro me ayuda a mantenerme lejos de creerme en la razón absoluta, cosas muy útiles para mis vecinos y creo que para nadie más, no tengo otra respuesta, así que le pregunté a Oliverio, que siempre tiene palabras cuando a mí me faltan y aquí les paso esta respuesta, a ver si sirve:

Lo que esperamos

Tardará, tardará.

Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.

Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces...
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.

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