jueves, enero 16, 2025

Las Malas Palabras


Vivo en un país que al decir de un poeta nacional, se lo inventó él y en verdad no existe, de cuando en cuando se lo vuelven a inventar, pero para ser sinceros le pasa como a alguna gente: no se parece mucho a como sale en la foto. Cuando me acuerdo escribo, a veces de cosas de las que uno no debería acordarse, como que  hoy jueves dieciséis de enero hace treinta y tres años, edad crística y si los cálculos me asisten, a mí que tanto me cuestan las matemáticas, se firmaron en Chapultepec, México, los Acuerdos de Paz entre la guerrilla salvadoreña y el gobierno de El Salvador de ese entonces, esto por su puesto es de mala educación recordarlo ahora y mucho más decirlo, de modo que solo lo escribiré, ya que las palabras han perdido su peso y se olvidan apenas dichas.

Muy temprano en la mañana, mi termo de café y yo nos sentamos en el Parque Cuscatlán, frente al gran muro que hace las veces de monumento y donde hay miles de nombres que alguna vez pertenecieron a las personas que murieron en la guerra. Guerra es también una mala palabra entre nosotros: a alguna gente le da picazón en el cuerpo y se revuelven incómodos como si no supieran donde poner su sensación de culpa o de vergüenza o vaya usted a saber; a otros les provoca escozor en los ojos porque es ahí donde se guarda la tristeza cuando ya no cabe en los bolsillos, algunos más voltean los ojos y los ponen en blanco por el exceso de bilis que da el saber que este planeta existía y que sucedieron cosas antes de su llegada a él y se las perdieron, qué le vamos a hacer, siempre nos toca perdernos algo, a mí por ejemplo me da rabia haberme perdido el Woodstock del '69 pero trato de vivir con ello.

El Monumento a la Memoria y la Verdad tiene solo ochenta y cinco metros de largo, no llega ni a los cien porque creo que ya les mencioné que somos de memoria corta, no lo recuerdo, el caso es que por eso solo cupieron treinta mil nombres apretaditos, si le ponían más se rebalsaba como las calles del centro de nuestras ciudades en julio, así que aunque algunos llevaron las manos llenas de nombres que era lo único que les quedó de sus personas amadas, ya no se pudieron poner porque no hubo dónde y tocó lo que toca acá casi siempre: que se fueran de regreso para la casa solo con los nombres y vieran dónde los ponían, escondiditos eso si, porque aquí los nombres de los asesinados también son malas palabras y de los desaparecidos ya ni se diga, por cierto, desaparecido también es mala palabra. Creo que para este post debí haberme conseguido una de esas alcancías para poner monedas por cada mala palabra.

Cuando te fijas en las líneas de nombres, en algunas hay tres o cinco que comparten uno y dos apellidos ¿Quién queda para recordarlos? El muro tiene toda la buena intención de ser un lugar de Memoria y Verdad, aunque no estoy segura si estas son también malas palabras actualmente, me parece que sí, pero es solo un muro y quien recuerda soy yo, mientras saboreo la calidez del café y escucho como la calle Roosvelt, si es que todavía se llama así, se va llenando de tráfico. Recuerdo la imagen de la firma en los televisores, las plazas llenas de gente en las conmemoraciones de la paz, recuerdo cuando se podía hacer teatro en las plazas y calles, recuerdo a quienes me contaron que esperaban que les dijeran adónde estaban las tumbas para poder ir a enflorar, recordar es a veces, una mala palabra.

Estoy por guardar mis cosas e irme, cuando ha llegado al muro un hombre de cabeza cana y andar decidido pero pesado, con ropa que no es nueva sino limpia y se ha quedado buscando en el muro como quien busca una lápida conocida en el cementerio. Vicio de escritora y gente de teatro es ver vidas ajenas, así que recojo mis cosas y me voy tan lento como puedo, para ver cómo el hombre que ha encontrado el nombre que recuerda, ha sacado de su bolso rectangular, de lona verde, una cinia anaranjada y un rollito de cinta transparente, corta el tallo de la flor lo suficiente como para ponerle la cinta y pegarla junto al nombre que para su fortuna, está al final de la línea de nombres. Habría querido acercarme un poco para  ver el nombre y recordarlo yo también, pero el hombre se ha puesto a hablar con el nombre, o la deidad o él mismo, no lo sé, así que camino para salir del parque, porque aunque crean que me dedico solo a la vagancia, también tengo otras cosas que hacer. ¿Quién recuerda? Nosotros recordamos, aunque recordar sea a veces, también una mala palabra.

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