jueves, enero 23, 2025

Desconectada


Hoy hace una semana me desconecté... subí el post de la gaticueva sobre el 16 de enero y de pronto ¡puf! mi celular dejó este mundo y no regresó más, además de eso mi computadora, que vino en la bodega de alguna de las tres carabelas de Colón, no conectaba a internet, así que quedé como personaje de algún terrorífico capítulo de The Black Mirror: totalmente fuera del mundo virtual, es decir dejé virtualmente de existir.

El viernes y el sábado no estuvieron tan mal porque estuve fuera de San Salvador, de hecho el sábado recibiendo el Waxakib Batz, el día de la creación del hombre de maíz en la cultura maya, junto con el Consejo de Principales Aj Quij en Tazumal; sin embargo al despertar el domingo comencé a aterrizar en la idea de la desconección digital y a sucumbir a la ansiedad por todos los escenarios posibles: perder citas, no atender clientes, estar incomunicada y todas las cosas terribles que una piensa cuando está ansiosa y se olvida de respirar.

Para el domingo a la tarde ya me había acordado de respirar, así como también de no intentar controlar las cosas que no están en mi posibilidad de acción e iniciar las acciones que puedo, así sean solo pequeños pasos, lo más pronto posible y con el mejor ánimo, de modo que para el lunes a la mañana ya había vuelto al trabajo con acceso limitado a la virtualidad y hoy, una semana después, me entusiasma todo lo que hago fuera de la esclavitud de la pantalla.

He recuperado mi tiempo de lectura de libros, leía bastante en formato digital desde mi celular y volver a la sensación del peso del libro, la textura de la página en los dedos y el recorrido de la vista en las largas líneas de prosa ha sido un placer, comparable con la delicia de hacer los cálculos mentales de las operaciones matemáticas del cierre de caja diario y eso que nunca había sido fan de las matemáticas, o anotar en la agenda amarilla que mi mamá me regaló por navidad, las citas semanales y las ideas que surgen durante el viaje en el microbus. Pero de las mejores cosas ha sido sin duda, dejar de lado el despertador y que mi cuerpo tenga la memoria exacta de la hora a la que me levanto para la meditación y el yoga cotidianos, despertar sin el sonido de la alarma que arranca a tirones la conciencia del territorio de Morfeo ha sido una alegría cotidiana.

Esta semana el tiempo se ha desacelerado y he podido acompañarme un poco más a mí y a mis días, una sensación extraña que hacía demasiado tiempo no tenía: caminar en lugar de correr y por supuesto, disfrutar del paisaje. Claro, he tardado un poco más en contestar algunas cosas, en entregar documentos o en ver informaciones pero el mundo no ha colapsado y he podido hacer lo que tenía que hacer, librándome de paso de la plaga del exceso de información, eso si que ha sido una verdadera vacación para mi mente y entre menos información recibía de las redes, más imágenes se despertaban en mi imaginación, lo cual es bueno ya que estoy en período de montaje y me ha costado mucho menos concentrarme en ello ahora que en otros momentos.

Hasta hace un par de años, tenía la costumbre de dejar un día mi celular apagado y no contestar nada del mundo exterior, costumbre que fui perdiendo por la inercia del trabajo y la ilusión de que es tu deber estar disponible veinticuatro pleca siete, según la cultura de producción y consumo que nos asiste.Esta semana he recordado lo bueno que era estar desconectada de vez en cuando, aún cuando eso implicó también vencer mi aversión a llamar por teléfono, teléfono fijo claro, ya que no tenía el escape de resolver todo por mensajes.Creo que mañana llega el nuevo aparatito y regreso al mundo virtual, nada es para siempre, pero quiero regresar con más conciencia de que el instrumento es él, no yo, y que fuera de la pantalla hay mucha vida y muy intensa por cierto.

jueves, enero 16, 2025

Las Malas Palabras


Vivo en un país que al decir de un poeta nacional, se lo inventó él y en verdad no existe, de cuando en cuando se lo vuelven a inventar, pero para ser sinceros le pasa como a alguna gente: no se parece mucho a como sale en la foto. Cuando me acuerdo escribo, a veces de cosas de las que uno no debería acordarse, como que  hoy jueves dieciséis de enero hace treinta y tres años, edad crística y si los cálculos me asisten, a mí que tanto me cuestan las matemáticas, se firmaron en Chapultepec, México, los Acuerdos de Paz entre la guerrilla salvadoreña y el gobierno de El Salvador de ese entonces, esto por su puesto es de mala educación recordarlo ahora y mucho más decirlo, de modo que solo lo escribiré, ya que las palabras han perdido su peso y se olvidan apenas dichas.

Muy temprano en la mañana, mi termo de café y yo nos sentamos en el Parque Cuscatlán, frente al gran muro que hace las veces de monumento y donde hay miles de nombres que alguna vez pertenecieron a las personas que murieron en la guerra. Guerra es también una mala palabra entre nosotros: a alguna gente le da picazón en el cuerpo y se revuelven incómodos como si no supieran donde poner su sensación de culpa o de vergüenza o vaya usted a saber; a otros les provoca escozor en los ojos porque es ahí donde se guarda la tristeza cuando ya no cabe en los bolsillos, algunos más voltean los ojos y los ponen en blanco por el exceso de bilis que da el saber que este planeta existía y que sucedieron cosas antes de su llegada a él y se las perdieron, qué le vamos a hacer, siempre nos toca perdernos algo, a mí por ejemplo me da rabia haberme perdido el Woodstock del '69 pero trato de vivir con ello.

El Monumento a la Memoria y la Verdad tiene solo ochenta y cinco metros de largo, no llega ni a los cien porque creo que ya les mencioné que somos de memoria corta, no lo recuerdo, el caso es que por eso solo cupieron treinta mil nombres apretaditos, si le ponían más se rebalsaba como las calles del centro de nuestras ciudades en julio, así que aunque algunos llevaron las manos llenas de nombres que era lo único que les quedó de sus personas amadas, ya no se pudieron poner porque no hubo dónde y tocó lo que toca acá casi siempre: que se fueran de regreso para la casa solo con los nombres y vieran dónde los ponían, escondiditos eso si, porque aquí los nombres de los asesinados también son malas palabras y de los desaparecidos ya ni se diga, por cierto, desaparecido también es mala palabra. Creo que para este post debí haberme conseguido una de esas alcancías para poner monedas por cada mala palabra.

Cuando te fijas en las líneas de nombres, en algunas hay tres o cinco que comparten uno y dos apellidos ¿Quién queda para recordarlos? El muro tiene toda la buena intención de ser un lugar de Memoria y Verdad, aunque no estoy segura si estas son también malas palabras actualmente, me parece que sí, pero es solo un muro y quien recuerda soy yo, mientras saboreo la calidez del café y escucho como la calle Roosvelt, si es que todavía se llama así, se va llenando de tráfico. Recuerdo la imagen de la firma en los televisores, las plazas llenas de gente en las conmemoraciones de la paz, recuerdo cuando se podía hacer teatro en las plazas y calles, recuerdo a quienes me contaron que esperaban que les dijeran adónde estaban las tumbas para poder ir a enflorar, recordar es a veces, una mala palabra.

Estoy por guardar mis cosas e irme, cuando ha llegado al muro un hombre de cabeza cana y andar decidido pero pesado, con ropa que no es nueva sino limpia y se ha quedado buscando en el muro como quien busca una lápida conocida en el cementerio. Vicio de escritora y gente de teatro es ver vidas ajenas, así que recojo mis cosas y me voy tan lento como puedo, para ver cómo el hombre que ha encontrado el nombre que recuerda, ha sacado de su bolso rectangular, de lona verde, una cinia anaranjada y un rollito de cinta transparente, corta el tallo de la flor lo suficiente como para ponerle la cinta y pegarla junto al nombre que para su fortuna, está al final de la línea de nombres. Habría querido acercarme un poco para  ver el nombre y recordarlo yo también, pero el hombre se ha puesto a hablar con el nombre, o la deidad o él mismo, no lo sé, así que camino para salir del parque, porque aunque crean que me dedico solo a la vagancia, también tengo otras cosas que hacer. ¿Quién recuerda? Nosotros recordamos, aunque recordar sea a veces, también una mala palabra.

jueves, enero 02, 2025

El Tiempo


Es sin duda una medida humana, por eso en el calendario gregoriano se acaba de inaugurar el año 2025 después de Cristo, ayer 1 de enero, mientras habrá que esperar la primer luna nueva del año a finales de este mes para recibir el año nuevo chino Serpiente de Madera y no es sino hasta la segunda semana de febrero, cuando estaríamos recibiendo un nuevo cambio de cargador en la cuenta maya Haab, 13 Iq si llevamos la cuenta de las tierras altas... así que podemos unirnos a Marc Lachieze-Ray  y afirmar la inexistencia del tiempo, o creer en la eternidad como Kundera y tomárselo con calma, este día por la mañana preferí lo segundo.

El tiempo me parece benevolente y hasta simpático en días como hoy, cuando puedo comenzar lento la mañana... las mañanas lentas y largas son mi debilidad: un espacio para meditar y estirar el cuerpo y luego tomar un desayuno de una hora mientras ves la serie de turno, aunque la serie de turno sea El Cuento de La Criada y te espante ver que cada vez hay menos distancia entre la ciencia ficción y la realidad, de modo que al parecer terminaremos escribiendo crónica en lugar de ficción.

De cualquier manera, tomarme mañanas largas es una de mis maneras favoritas de desobedecer el imperioso mandato actual de producir para consumir, o pensar en producir y consumir y además, morir en el intento como héroe del sistema de consumo, lo que me recuerda a esa peli "El precio del mañana" (In time), donde el reloj biológico de las personas se detienen a los veinticinco años y a partir de entonces para conservar vida y bienes es necesario pagar con tiempo, el tiempo es la única moneda y lo que claro, algunos tienen de sobra y otros van en el día al día... ¿Qué decía yo sobre la poca diferencia entre la realidad y la ciencia ficción?

No tengo muchas ganas de salir. Actualmente en El Salvador, los espacios públicos para el ocio parecen ser exclusivos de quien pueda pagar por ello y en nuestra cultura donde lo esencial es mostrar la fotografía más que vivir el momento, salgo a los lugares y me parece que estoy en un capítulo de The Black Mirror... Si, la ciencia ficción es mi afición y la realidad es muchas veces mi aflicción.

Como sea, la luz silenciosa de las siete de la mañana inunda la sala con beatitud y cuando la cerámica celeste y tibia de la taza se aleja de mis labios, puedo ver las volutas de humo olorosas a café y descanso. Dejar quieta la mente es un privilegio, no hay necesidad de pensar en lo que hay que hacer para llegar a fin de mes o en lo que se cocinará para el almuerzo, ni siquiera hay interés en tratar de completar el trabajo pendiente del treinta y uno a mediodía, conocer las opiniones desaforadas de los internautas o dejarse arrastrar por la marejada de noticias que permanece amenazante afuera. El celular está apagado y se quedará así toda la mañana para conservar el bienamado silencio. Veo la taza en mis manos, le doy un beso de amargor delicioso y suspiro, no hace falta que exista el tiempo.

Para quienes nos dedicamos a la parte creativa de la vida, el ocio puro y duro es un lujo, no tenerlo por mucho tiempo es agotar tus reservas de energía, así que esta mañana me he ocupado de recargarme y puedo decir que funciona: en esta mañana disipada, vinieron a mí las imágenes que necesitaba para mi nuevo montaje teatral de 2025, un par de buenas ideas para mis talleres de plantas medicinales y auto cuido y el recuerdo de un libro que quiero escribir. Al mediodía me estiré como mi buena maestra la gata Tifa me ha enseñado y poco a poco he ido aterrizando. Mañana regresaremos  al laburo y le escamotearemos la eternidad a la vida.