domingo, enero 01, 2023

La última y nos vamos

31 de diciembre. No soy de ir a los centros comerciales. Mucha gente junta me provoca una especie de alergia mental y si quiero un café prefiero llevar mi termo desde casa y sentarme bajo un árbol con buena sombra y mi cuaderno de apuntes, o ir a alguno de mis cafés habituales.
Así las cosas hoy estoy en uno de los centros comerciales más antiguos de San Salvador, cumpliendo uno de mis rituales personales: buscar el postre de fin de año.
Buscar el postre de fin de año viene siendo una excusa para venir temprano a alguno de estos lugares y poner a prueba mi alergia a los humanos, cuando los comercios comienzan a abrir y el flujo de personas no resulta intimidante.
Cumplida la excusa me queda una hora y poco más antes de regresar al ritual doméstico, así que busco siempre un lugar con buena ubicación para ver a la gente que pasa, me pido un café que me sirven en un caso de cartón y dejo que la vida pase como telón de fondo para pensar sobre ese extraño invento humano que es el tiempo. Este día en particular no me produce la agitación que veo a mi alrededor y resulta agradable sentarse tranquilamente a ver cómo el mundo gira en espiral.
No hago una lista de propósitos para año nuevo, los deseos que descubro en mi alma van germinando poco a poco y he
aprendido que a veces, a despecho mío, no son programables y atienden su propio ritmo.
Dejo que todo se deslice fuera de mi burbuja: los regulares de este quiosco de café que desean un feliz año a la cajera, los que vienen de prisa por lo que van a comprar, los que compran porque se supone que es menester comprar algo en estos días, los que se frustran por no encontrar exactamente lo que habían pensado y las parejitas de rigor que esperan a que dé la hora para escaparse al cine, ese público espacio íntimo donde cada vez aguardan menos sorpresas.
Unos minutos antes había entrado en el café que está a mitad del pasillo, donde estuvimos hace tres años con Carlos y Rolo, de camino al velatorio de Erick, regularmente hago una estación con café acá, pero esta vez no me quedé porque no había pay de limón, el aire acondicionado estaba demasiado frío y este año ha fallecido Carlos. Quizás eso me dio por pensar que  cada año de los últimos seis, he estado despidiendo amigos, bellos amigos como diría R., que me han acompañado a escribir y hacer teatro.
Así que voy y me siento en esta breve terraza con el café negro de siempre y el club de los amigos muertos, Gata Negra incluida. Aunque palabras como muerte, mal y tristeza, dichas sin filtros ni hastags, resulten malas palabras en nuestro mundo de 4.5 por 4.7 pulgadas, son palabras que aún conservan cierta belleza imperecedera y antigua, como los riscos y los marmóreos ángeles de los cementerios.
Con mi mano en la tibieza del vaso de cartón pienso en este diverso grupo de hombres que me enseñó de muchas maneras cómo hacer títeres, escribir literatura, danzar, actuar y asumir mi oficio de directora de teatro, así pues R., Casti, Erick, Aníbal, Alejandro y Carlos son también parte de mi teatro y de mis libros, tanto como la Gata Negra lo es de los cuentos de gatos y su impronta surgirá de vez en cuando en alguna frase, en un movimiento, textura o imagen. Cuando se hace y se habla teatro y literatura, se hace y se  hablan también vidas, amores,  muertes y locuras, es por eso que a través de nuestro tiempo compartido mi vida se hizo más rica y más plena, eso también es algo para agradecer en un lugar que muchas veces resulta tan árido. Nuestra naturaleza como nuestro arte es lo efímero, pero el principio de conservación de la materia-energía nos recordará que nada se pierde.
Por muy buena que se haya puesto la bohemia siempre llega el momento de la última y nos vamos, eso es parte del encanto perecedero de la noche y decir adiós es un dolor tan dulce, aunque no lo digas desde un balcón, que vale la pena decirlo de vez en cuando. Lo cierto es el adiós, así que levanto mi café y me despido. La tristeza, que se ha quedado sentada a la mesa viendo como me levanto, se queda ahí mientras me alejo y me dice adiós con la mano.

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