sábado, abril 04, 2015

Placeres Impíos

Viernes Santo. Luego del café del desayuno, busco una peli de esas donde hay siempre una chica que se enamora de un chico desde el principio y luego pasa algo así como hora y media para que sean felices por siempre, una de esas donde si dejas la pantalla por tres o cuatro minutos no pasa nada y no te pierdes, una como digamos, para dejar en segundo plano.
Despejo la mesa y traigo la tabla y el cuchillo. Le saco la cáscara a los mangos sazones y su olor dulce y ácido me llena la nariz, la pulpa que comienza a ser suave y amarilla asoma en su lisa desnudez y la olla se va llenando de los resbalosos cuerpos, luego, en los huecos que quedan entre uno y otro, pongo la corteza de la canela, los clavos de olor, las diminutas semillas de anís que estallan su fuerte sabor en el fondo del paladar, casi como si las saborearas con la nariz, los trozos de panela van llenando todo, el dulce y amelcochado café de la panela me queda en la punta de los dedos, lamo el índice y tomo el pulgar con los labios y el dulce me llena la boca con su reconfortante calidez que promete que todo va a estar bien, como cuando tenías cinco años y alargabas la mano para recibir un trozo de panela de contrabando, mientras el abuelo la hacía pedazos con una lisa piedra de río.
Con un pequeño rugido apenas perceptible, la corona de fuego se completa en la cocina y la olla descansa con su secreto de miel y fruta, esperando convertirse en conserva.
Saco el pescado del agua y confío en que su descanso subacuático ha sido suficiente para eliminar la sal con que lo conservaron. Su ojo vacío me mira, me incomodan los ojos de los pesacados secos, me hacen sentir culpable de no sé que innombrables faltas, así que corto todo rápidamente en trozos y elimino las cabezas. Mi gata me mira con los ojos entrecerrados desde la mesa de la cocina, a ella tampoco le gustan las cabezas de los pescados. Mientras el aceite estalla en pequeñas explosiones al recibir cada relleno de pescado,ha llegado el tiempo de los tomates que aguardaban puestos en macabra línea al lado del cuchillo. Rojos trozos que van a parar a la licuadora junto con las demás verduras y especies, cada vez que parto tomates pienso siempre en sangre, siempre.
La salsa tardará en espesarse lo que tarden los trozos de papas en ablandarse dentro de ella. De momento coloco la tapa y siento el aroma del anís invadiendo la casa.
La primer película romántica ha terminado hace rato y la segunda va como va todo en la vida a veces, por inercia... tampoco es que uno no sepa que al final el chico y la chica serán felices para siempre, pero esto de dejarse llevar por los finales felices cuando una no quiere complicarse la vida es sumamente reconfortante. Una cascada de arroz blanco y dos pizcas de sal coronan ese pensamiento mientras voy por dos tazas de agua para cocerlo.El agua forma un pequeño géiser mentras cae sobre el arroz frito y lo hace saltar. La segunda chica de la segunda película, que por esta vez no es rubia, parece estar muy confundida sobre si el chico es o no el indicado. "Da la vuelta y vete lo más lejos posible", le digo, pero no me hace caso.
Entonces busco la torta que traje desde el inicio de semana para que estuviera lo suficientemente dura. Una torta blanda no saca buenas torrejas, decía mi abuela. Saco los huevos con cuidado para ponerlos junto a la batidora, siempre recuerdo a mi abuela en estas circunstancias, era capaz de cubrir una docena de torrejas con solo tres huevos batidos con el tenedor, era increíble cómo lograba esponjar los huevos batidos de esa manera, no soy capaz de hacer una proeza semejante, me digo con desencanto mientras casco el quinto huevo y dejo cada cascarón con su yema dentro, como extrañas margaritas extraterrestres, aguardando a que trate de esponjar lo más posible, dentro de mis limitadas posibilidades, las respectivas claras.
Saco el dulce de mango del fuego, el olor a dulce y especias inunda la casa cuando levanto la tapa y yo extraño tanto a mis abuelos que tengo que sonreír mientras me dedico a voltear torrejas y ponerlas a escurrir sobre las servilletas... ¡La miel! Lleno la olla con un tercio de agua, vuelco el azúcar, una pizca de panela y las especias y recuerdo una bebida chalateca que se llama temperante y que se hace casi de las mismas cosas de las que estoy haciendo la miel de torrejas. Me prometo agarrar la mochila e ir a Chalate un día de estos, no a trabajar, a caminar, entonces me pregunto si será seguro caminar allá. Últimamente en este país parece que no hay ningún lugar seguro donde caminar.
La chica de la segunda película ha resuelto todos sus problemas existenciales y se ha quedado con el chico. Dejo que corra la siguiente película, total, ver cine banal nunca ha matado a nadie. Casi todo está resuelto, ahora es cuestión nada más de recoger, limpiar, separar las semillas para el huertito y darle las cáscaras a las lombrices. Los platos salados ya están. La miel hierve y dispersa su aroma suave, casi tímido y ahogo en ella a las torrejas, una por una.
Tiempo en la cocina en este Viernes Santo: cuatro horas, nada mal para un Viernes Santo de placeres impíos.

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