la gaticueva
un espacio para las cosas que no caben en otros espacios gaticueva.harryjen@gmail.com
miércoles, junio 19, 2024
El Espacio
martes, enero 02, 2024
El primero del 2024
jueves, agosto 17, 2023
A las cinco de la tarde
El tema es que salí a las cinco de la tarde, ahora si, a las cinco en punto de la tarde y cuando llegué a la salida del centro comercial pensé que ahora si en serio se había desatado el apocalipsis zombie, pero no, era nada más lo que parece ser habitual en esta zona a esta hora: el tráfico imposible donde todos los vehículos permanecen parados como en aquel cuento de Cortázar, el transporte público lleno hasta el rebalse, con racimos de gentes y mochilas colgando de todas las puertas y cuerpos apilados más allá de toda posibilidad de la física newtoniana, además de las hordas humanas caminando en franca desesperación porque resulta imposible o indeseable subirse a un bus o micro a esa hora.
Como mi impulso natural sería caminar, caminé en el pandemonium de la avenida Manuel Enrique Araujo, presidente de la república cafetalera salvadoreña de principios de siglo y asesinado misteriosamente en un banco del Parque Bolívar, con la banda sonora de un concierto de la Banda de los Supremos Poderes. Hice nada más un par de cuadras, hasta que por mi bien o por mi mal me topé con un pequeño café del que Cecy me había hablado, en una de las primeras plazas comerciales de esa zona, que ahora resulta casi imperceptible en medio de los edificios corporativos de las trasnacionales que crecen incontrolables. Así que arteramente y sin esperar a juntarme con mis amigas para conocer los nuevos cotos de caza, entré.
La verdad a esas alturas de la tarde me merecía un café. Había regresado a Mordor a las tres de la tarde, luego de la hermosa ceremonia de Waxakib Batz en el centro ceremonial de Tecpan, que subsiste en el fértil valle de Zapotitán, departamento de La libertad, en el centro del país. Allí nos juntamos Aj Quij del Círculo de Estudios Mayas y del Consejo de Principales Aj Quij'Ab Mayas de El Salvador, para celebrar el día en que según cuentan los abuelos, el abuelo Ixpiyacoc y la abuela Ixmucané, después de consultar el tzité crearon al hombre de maíz. El día que inicia nuevamente la cuenta de doscientos sesenta días del Chol Quij.
Sin embargo, el tiempo pasa y llegar a Mordor me tomará un par de horas, sobre todo si voy a caminar hasta un par de cuadras antes de la Plaza Morazán, en el oscuro corazón de las tinieblas, digo, del centro de San Salvador. Más vale que me ponga a ello cuanto antes y busque una calle tranquila para caminar.
Caminar... pienso que es genial caminar a buen paso y tener tiempo para dejar que lleguen las ideas para lo que falta de los ensayos y la producción de Santa María. Eso me pone de buen humor. Una vez que el rojo del semáforo me deja llegar a salvo a la otra acera, me pongo los audífonos y bajo la Avenida Olímpica, sin tomarme muy en serio su pomposo nombre y cantando la que más me gusta del bueno de Paez, ya llegarán las ideas.
viernes, mayo 05, 2023
9 hojas en el Viento
Esta es una breve colección de poesía que publico a través de la Editorial Tiet, tuve la alegría de que la poeta salvadoreña Cecilia Castillo realizara el prólogo de la publicación. Les comparto uno de los poemas de este libro:
1.
Siéntate aquí alma
Desde la
casa de los colibríes
contemplemos
la vastedad del universo
Muy
pronto nos iremos
mientras
tanto
siéntate
aquí alma
y escucha
cómo giran las estrellas
cómo van
en su camino helado
ispiando
sin cesar por celestes rendijas
a los
humanos
Siéntate
conmigo alma
que estoy
cansada
Cántame
cantos de antes
cuéntame
cómo nacieron las cosas
usa solo
palabras de alma
que hoy
no quiero pensar ni dolerme
por lo
que ha de pasar mañana
Siéntate
conmigo alma
toma con
tus manos mi corazón fatigado
hazme
escuchar tu silencio
hecho de
espacio
y en esta
espiral del tiempo
en que
retornamos
detén un momento
las aguas
y déjame ver los colibríes
que estoy
cansada
Más publicaciones y las actividades del Tiet en
blog-de-escenario.blogspot.com
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jueves, abril 27, 2023
La Casa
En abril, estuvimos realizando cuentacuentos, conversatorios y firma de libros de La Casa, así que para cerrar el mes, comparto con ustedes, uno de los cuentos de esa colección. Para quienes estén interesados en el libro, puede comprarlo en estación Gize Bakery en San Salvador y Casa Flamenco en Suchitoto, o escribirme a asociacion.escenario@gmail.com para actividades escolares con el libro o envíos fuera del país a partir de mayo de 2023. La ilustración es de la genail artista salvadoreña Edith Hernández y los textos de Jen Valiente
Los duendes de la lluvia
En las lejanas tierras de Cuscatlán existieron dos duendes que eran servidores del Señor de las Aguas, eran hermanos y eran gemelos, nadie podía diferenciarlos y todo el mundo les llamaba Los Chaques; además de parecerse en todo cuanto se podía ver por fuera, se parecían en su forma de ser: eran muy alegres y con sus risas atraían a todos los pájaros de los alrededores. Siempre estaban haciendo travesuras y esto les había traído ya problemas en la corte del Señor de las Aguas, porque los gemelos eran un imán de líos.
Una mañana, estaba el Señor de las Aguas en las montañas del norte, escuchando a sus súbditos para enterarse de todo cuanto sucedía y poner orden en sus asuntos, cuando de repente llegó llorando el micoleón, porque al dormirse en un árbol, había dejado colgar su cola y al despertar se dio cuenta que los duendes se la habían enrollado alrededor de un palito, cuando se lo quitó le quedó enrollada la punta y así permanece hasta el día de hoy. Luego gritó la lora que llevaba en las patas su nido, sus hijitos loritos estaban todos pelones, porque cuando la lora fue a buscar jocotes para el desayuno, los duendes les quitaron todas las plumas y por eso las loras chiquitas son pelonas hasta el día de hoy. Después por señas habló el torogoz, al que los duendes le escondieron la voz en un paredón, por bromear, pero después se les olvidó dónde la habían puesto y hasta ahora no la han encontrado, por eso el torogoz no canta y se la pasa haciendo hoyos en los muros.El Señor de las
Aguas estaba desesperado con tanta queja: que si le habían pintado el lomo al
ocelote, se habían chupado todo el olor de los izotes y quién sabe cuánta
travesura más; todos los animales de la montaña estaban bien molestos y querían
que se castigara a los pícaros. En eso
llegó volando muy agitado el Rey Zope; el Señor de las Aguas se afligió
pensando en qué barbaridad habrían hecho los duendes con Su Alteza, cuando el
Rey Zope, casi sin aliento dijo:
- ¡Señor, Señor, Gran Señor! ¡Los campos de oriente se mueren! Hace un mes cayó la última lluvia y brotó el maíz, pero todas las nubes se fueron y no hay una gota de agua, las plantitas no van a resistir mucho más tiempo. Si tú no llevas agua a oriente, se perderá toda la cosecha y los hombres y animales morirán de hambre y sed.
Un gran rumor de preocupación se levantó de todas partes. El Señor de las Aguas pensó que la ocasión podría servirle para encargar a los duendes una tarea que los mantuviera alejados de los problemas, era tiempo que comenzaran a tener responsabilidades; además él tenía que quedarse para arreglar las cosas y enderezar el peñón de Cayaguanca que tampoco se había salvado de las pilladas. Mandó a llamar a los hermanos, que llegaron alegremente seguidos por una parvada de guacalchías, chiltotas, pericos, zanates y cuantos pájaros había en los alrededores. El Señor de las Aguas se les quedó viendo muy serio, en medio del silencio general y los duendes también se pusieron serios, pues no querían disgustar a su Señor.
- Mis queridos
Chaques – dijo el Señor de las Aguas – Oriente se muere por la sequía y si no
reciben agua pronto, la cosecha se perderá y la gente y los animales perecerán…
yo no podré ir porque tengo que quedarme
a desenredar las cosas que ustedes han enredado.
Los hermanos se
miraron y se pusieron más serios y cabizbajos.
- Así pues, continuó
el Señor de las Aguas, ustedes van a ir a oriente.
Los hermanos se
alegraron mucho, en realidad no eran malos y si se metían en problemas era solo
porque no medían el alcance de sus travesuras.
El Señor de las Aguas les dio un huevo de guacalchía, de todos es sabido que los huevos de guacalchía son siempre eficaces en encantamientos de todo tipo, y les dijo:
- Vayan rápido al río Lempa y llenen este huevo de agua y después, con mucho cuidado váyanse para oriente y cuando lleguen a los campos de maíz, riegan el agua para que se termine la sequía.
Los duendes salieron corriendo para el río, allá se estuvieron un día y una noche llenando el huevo, porque era bastante agua la que necesitaban los campos y tempranito al día siguiente, se desayunaron dos tortillas con queso y se fueron para oriente, llevaban el huevo bien envuelto en hojas de huerta en una cebadera, donde habían metido también unos tamales pisques y un su poquito de chicha para más tarde. Iban con los pájaros a su alrededor, saltando de cerro en cerro y mojándose los pies en las quebradas, cuando se cansaron de tanto andar, se sentaron un rato en el volcán de San Salvador y 8abrieron un par de tamales; después de comer se les antojó algo dulce y allá por Ilopango vieron unos palos de guayaba, con guayabas bien maduritas y olorosas, se acercaron hasta Soyapango y desde allí, se pusieron a tirarles con hondilla pero se les acabaron las piedras; cada vez más impacientes porque no podían bajar las guayabas, se pusieron a buscar cosas para tirarles, pero no había nada y los palos de guayaba se pusieron a reírse quedito y les decían: “lero, lero… no nos pegan”. De tan enojados que estaban por su mala puntería, les tiraron las hojas de los tamales, el tecomate de la chicha, la cebadera y terminaron por tirarles el huevo. Ni se dieron cuenta, cuando ya el huevo iba volando en el aire, cuando lo quisieron agarrar… ¡Pas! Se estrelló en una hondonada, rompiéndose en dos, se salió toda el agua y es lo que se conoce ahora como el lago de Ilopango.
Los Chaques se quedaron boquiabiertos y sin saber qué hacer, buscaron los cascarones y aunque los encontraron en la orilla del lago, no pudieron volver a meter toda el agua porque su magia no era tan poderosa como la del Señor de las Aguas. A la orilla del lago habían unos árboles a los que les dicen llama del bosque, a sus flores les llaman miones, porque en ellas se guarda el agua de lluvia y cuando uno los aprieta, salen los chorritos de agua. Los duendes cortaron todos los miones que pudieron, los llenaron con agua y los echaron en la cebadera y con eso siguieron su camino a oriente, apurando el paso para no meterse en más problemas.
En el camino se les
pasó la aflicción y casi al atardecer llegaron a oriente, jugando con los
pájaros que los seguían a todas partes. Cuando llegaron, se quedaron parados
viendo el campo: las pobres matitas de maíz se doblaban agotadas por la falta
de agua, todo el paisaje estaba seco y café, no había sombra en los árboles, ni
zacate en las lomas, los pájaros se callaron ante lo desolado del paisaje. Los
duendes sacaron sus miones y comenzaron a regar el agua en el campo, pero la
tierra reseca por tanto tiempo, se bebió el agua en un minuto y apenas lograron
regar dos surcos con toda la que llevaban.
Los duendes se sintieron muy arrepentidos de su ligereza ¡toda el agua se había perdido por su irresponsabilidad! El Señor de las Aguas los había enviado pensando en que sabrían cumplir con el encargo; las plantas, la gente y los animales dependían del agua que ellos llevaban en el huevo y que tontamente habían botado y ahora, todo el campo se secaría, todo el maíz se secaría. Los duendes pensaron en lo irresponsables que habían sido, todos los problemas que habían causado con sus travesuras y su falta de seriedad. Mientras volaban sobre el campo marchito, lágrimas asomaron a sus ojos y comenzaron a caer en un gran torrente hacia el campo seco, los sollozos y suspiros de los duendes formaban nubes que rodaban, chocando una contra otra, sacado chispas y haciendo un gran ruido.
La lluvia cayó generosa sobre el campo, mientras los truenos y relámpagos anunciaban el fin de la sequía. Los duendes se miraban entre sí sorprendidos: ¡habían creado una hermosa tormenta! La tierra se volvió de nuevo húmeda y negra y la cosecha de maíz se salvó, los hombres y los animales bailaron debajo de la lluvia, agradeciendo. Cuando escampó, una capa de siete colores se extendió por el cielo, era señal de que el Señor de las Aguas viajaba por el azul. Cuando llegó a los campos y vio el maíz, sonrió complacido y dijo a los hermanos:
- Mis queridos Chaques, han enmendado su conducta y por eso han
alcanzado la magia de la tormenta, de ahora en adelante los rayos y los truenos
serán los atabales que anuncien su
llegada.
Los duendes sonrieron, siempre felices pero nunca más irresponsables y cuando regresaban al centro de Cuscatlán, vieron en medio de los campos de oriente una laguna, que se había formado con su primera tormenta. Cientos de pájaros llegaban a sus orillas, atraídos por una magia misteriosa, es la laguna de El Ocotal, donde aún ahora pueden verse pájaros de los más diversos colores, que siguen sus aguas, como en tiempos antiguos siguieron a los duendes de la lluvia.
Jen Valiente
lunes, enero 23, 2023
Una Luna
Los lugares son también el espacio de la memoria y la memoria en nuestros días con prisas cercadas por pantallas y los caracteres contados, se disipa como la niebla matutina en medio del tráfico de las cinco y treinta de la mañana, pero los lugares guardan los pasos y las miradas, a veces también guardan las palabras y los fantasmas.
A veces, cuando una se sienta, mira despacio el paisaje frente a los ojos y suspira para llenar de aire cada rincón olvidado de nuestro ser, entonces la memoria regresa como un río o a cuentagotas, según... y los lugares vuelven con sus rostros y sabores, con sonidos y olores. La memoria es también el almacén de los sentidos y como todo actor entrenado sabe, los sentidos son la llave de la emoción, así que poco a poco la emoción se abre paso y te sonreís con vos misma, como la loca que sos, o la que eras en la década de los noventas del siglo pasado. Nunca somos los mismos locos, aunque parezca lo contrario, por eso de tanto en vez podemos encontrarnos con nosotros mismos y sorprendernos pensando: ¿Pero quién carajos es esta loca?
Como soy mala para las fechas no recuerdo cuándo, pero en algún momento de 2012, a la mejor en las inmediaciones de la presentación de la antología Lunáticos, poetas noventeros de la post guerra, donde dejé algunos versos, la Lunática Mayor, la Bea Alcaine, me pidió un texto para el Final Feliz de La Luna Casa y Arte, como en ese entonces yo estaba exprimiéndome la memoria, el cotidiano, la vida y la tristeza escribiendo un micro cuento por día, el micro cuento de uno de esos días fue a parar en una publicación que el año pasado vio la luz de la mano de Índole Editores y de la imaginación acuariana de la Bea.
Al libro lo conocí hace un par de semanas, fui a traerlo a otro de esos lugares que guardan mis pasos: el ahora Restaurante Hidalgo, ex Los Tacos de Paco, durante muchos años el albergue de los miércoles de poesía y donde estuvimos en los días de su cierre con Tommy, hablando de la vida y los tiempos. Llegar de nuevo fue una visita alegre: re conocer un espacio re inventado gracias a la tenacidad de Paco. Fue un momento feliz saber que Restaurante Hidalgo toma el relevo en esto de seguir guardando pasos y memorias.
Lunascopio, el libro que fui a conocer, es una interesante propuesta y ejercicio de la memoria cultural y colectiva del San Salvador de la post guerra. Las estrellas confluyeron en las coordenadas precisas para dar la Luna necesaria a ese momento de nuestra historia cultural, causalidad mágica. Ahora, a diez años de distancia, esas dos décadas pueden verse como se miran las viejas fotos, re conocer algunos rostros y esforzarse en vano por recordar otros. Así, Lunascopio es esa caja de viejas fotografías para los que vivimos la post guerra y también un intento de permanencia de la memoria para que pueda ser alcanzada por los que vendrán luego a caminar los caminos, tal como nosotros en su momento fuimos repasando pasos.
Cuando lo fui leyendo, me encontré de nuevo con los pasos y las voces, con los olores y los rostros, con las palabras y los sabores, incluso me encontré conmigo en una vida anterior, cuando tenía otro nombre. A algunos no he dejado de verlos, a otros los perdí y volví a encontrarlos, otros se han ido irremediablemente y a unos cuantos no quisiera volver a encontrarlos; la vida se teje con cambio y olvido. Sin embargo, escribir resulta un ejercicio de búsqueda de permanencia de eso tan efímero como es lo que vivimos, en ese sentido Lunascopio se suma a la respuesta que Roque se da a sí mismo cuando pregunta ¿Porqué escribimos? Pues eso: custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.
p.d. Para quienes estén interesados, Lunascopio está a la venta en Restaurante Hidalgo, lugar que en verdad merece una visita.
domingo, enero 01, 2023
La última y nos vamos
aprendido que a veces, a despecho mío, no son programables y atienden su propio ritmo.