Mi jornada de escritura es nocturna o muy temprano a la mañana. En cualquier caso, que aún no haya comenzado la vida doméstica y el trabajo que paga las facturas, o que ya hayan finalizado y pueda encontrar un espacio de calma, una habitación propia en mi cabeza para darle vuelta a las palabras.
Así pues, son las diez treinta de la noche, los vecinos hablan de sus decisiones de vida en los escalones del edificio. Si piensas que las redes terminaron con la privacidad, deberías vivir en un apartamento de cualquier colonia dormitorio en Soyapango, alias Mordor.
Trato de ignorar a los vecinos y continúo dando vueltas a las palabras en mi cabeza. Ellas tienen su propio ritmo, su música interna, sus filias y enemistades mortales... A veces puedes poner juntas dos palabras que creías irreconciliables y hay otras que no pueden ni verse.
O piensas que hay una palabra que quedaría muy bien enmedio de esa frase y cuando la ves ya ahí, toda peripuesta, no sabes ni cómo decirle que salga, que está haciendo el ridículo.
Tenía esta palabra que se escondía y enviaba a todos sus sinónimos con tal de no dejarse ver. Quise mostrarle mi buena voluntad y los probé a todos, sinónimo que me enviaba, sinónimo que yo hacía pasar y acomodarse en mi verso, pero no había modo, no sonaba como yo quería que lo hiciera y seguía buscando la escurridiza palabra.
Talvez no era cosa de la palabra, era cosa mía que aún no sabía nombrar ese algo que quería que se moviera dentro del lector, esa cuerda, no sabía aún qué nota era la que deseaba escuchar cuando leyera ese verso.
Desesperaba porque eran casi las once, por un lado me caía de sueño y por otro me preocupaba convertirme en calabaza si llegaba en ese trance a las doce.
El vecino se arrepentía de su infidelidad consuetudinaria y en lugar de suscitar la compasión que buscaba, daban ganas de decirle: ¡Pues ya no lo hagas y santo remedio! Pero no podía distraerme, había que encontrar la dichosa palabra.
Casi eran las once cuando supe cuál era la nota que quería escuchar, sabía que era la imagen pero de nuevo acudió un tumulto de sinónimos arteros. Suspiré impaciente y al llegar otro de esos sinónimos no lo invité a la frase, lo mandé directamente al buscador y se desplegó ante mis ojos un listado de palabras dónde seguramente tendría que estar la que había logrado escaparse hasta el momento.
Y allí estaba la dichosa palabra, impaciente, la tomé sin protocolos y la coloqué de una en el verso, dónde se ajustó como si allí perteneciera desde el origen de los tiempos. Me froté los ojos hambrientos de sueño y leí todo de nuevo. Era perfecto ahora y bostezando, guardé el documento y deambulé satisfecha hacia mi cama, mientras el vecino se lamentaba de lo efímero de sus amores.
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