Mañana. La sala... logística para salir: ver si hay un banco del que necesito en las inmediaciones. Cuando vives en la orilla de Soya sale mejor ir al centro pero ahora no se puede, mi municipio es para mí territorio desconocido, no sé dónde está nada, el teléfono de casa no sirve desde más de un mes y teniendo en cuenta los días que corren y la plata que falta, no he podido comprar uno, así que intento con el chat, afortunadamente contestan y hay que ir a Plaza Mundo, cálculo rápido mientras busco mi dui: puedo caminar por donde es más corto pero más peligroso y andaré yo sola... mmm... no, prefiero caminar los 3 kilómetros de ida y los 3 de regreso por el boulevard, pero aunque caminemos por ahí, hay que llevar un pantalón y camisa que queden mal y no llamen nada la atención ni de militares, ni de mareros, ni de algún tipo.
Me río de mí misma: en estos momentos me ocupo más de las detenciones ilegales, la probabilidad de violencia mientras voy y vengo y que el dinero que tengo sea suficiente para comprar lo que necesito para el próximo mes, que cualquier otra cosa. Me siento de nuevo teniendo doce años en la guerra. Por una parte la inseguridad y la precariedad ya son territorios conocidos y no amedrentan, por otra parte es feo volver a sentirse así. Termino de recoger las cosas y repaso lo que necesito si me paran los militares: dui, nota hecha a mano porque no tengo impresora ni dónde imprimir, lista de cosas, teléfono cargado rogando a los dioses que no se descargue porque la batería no sirve desde hace rato y bueno... mismo cuento que el teléfono fijo.
Salgo. ¡La dicha mascarilla! Regreso. Salgo.
En la calle gente con sus uniformes de trabajo, caminando hacia el boulevard y de allí hacia donde tengan que caminar. Esto de estar respirando tu dióxido de carbono atrapado en la mascarilla, mientras estás agitado por la caminada, de ninguna manera puede ser sano para tu aparato respiratorio. Paso por el garage de las de las pupusas, que está cerrado desde hace dos meses: según el chambre local, llegaron a traer las cosas hace dos semanas porque la señora necesitaba vender la plancha, la refri y lo que pudiera de ahí, no va a volver a abrir.
Paso por los puestos de militares. Hay un refrán que dice que si nada debe, nada teme, pero parece que ese refrán no aplica si uno vive en Soya, por mi experiencia más bien depende del humor del que se haya levantado quien lleva el uniforme.
En Antekirta alcanzo a una anciana con un bordón, va despacio, muy, muy despacio, tres pasos atrás de ella va una chica que a pesar de los audífonos está al pendiente, así que me imagino que la acompaña, a distancia prudente claro, cosa que no te vayan a parar. La señora trastabillea y la chica y yo salimos a agarrarla cada una de un codo. Yo siempre de meque:
- ¿Y hasta dónde van?
- A la plaza, dice la señora agarrándose de la chica.
- Ay madre, la hubiera mandado solo a ella.
- Es que es menor de edad y a traer unos centavos voy, hay que llevar documento y es personal, a ella no se lo dan y somos solas, más por eso me la traigo.
- Ah... Tenga cuidado.
- Si, si por eso me la traigo también, que me venga a cuidar, aunque sea a mediodía vamos a llegar - se ríe con pocos dientes.
Me despido y apuro el paso, porque quien quiere estar de regreso en casa a mediodía soy yo.
Después de dos meses sin trabajar, la cuenta queda a cero y mis últimos sesenta dólares en mano, mientras calculo rápidamente que si y que no para nuestro hogar de tres humanos y dos mascotas. Salgo y veo al boulevard, ni señas de la señora. Recuerdo algo que leí sobre que el sector artístico ha sido el primero en entrar y será el último en salir de la cuarentena. Sigo haciendo cuentas.
Camino.
1 comentario:
Saludos desde El Salvador Luiz Gomes, muy bonito tu blog!
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