sábado, noviembre 02, 2013

Todos mis muertos

Tenía cinco años cuando me enteré que uno se moría, como muchos otros descubrimientos fue a través de los libros, estaba leyendo algo de historia de la independencia, cuando aparecieron las dichosas fechas junto a los respectivos nombres: 1767 - 1832, yo le pregunté a mi prima porqué habían dos fechas y ella me explicó que una era la de nacimiento y otra la de muerte ¿Muerte? pregunté yo, una de esas preguntas que son como el espejo de Alicia. Mientras trataba de entender todo aquel asunto y pensaba en lo horrible que sería extrañar mi almohada en caso de morirme, me preguntaba en mi cama (uno de mis primeros insomnios) qué razón tendría Dios para crear personas que morían y sabían que iban a morirse... bienvenidas mis disquisiciones existenciales.
Luego crecimos un poco más y la muerte se volvió algo cotidiano, la veíamos en los noticieros, hablábamos de ella, pasaba con nuestros amigos, vecinos y familiares y nos podía pasar. Si fuimos a la escuela pública en los ochentas, seguramente habremos escuchado una de esas charlas que daba el ejército sobre las minas, qué podías tocar y qué no debías tocar, mientras los dibujitos en los panfletos que repartían nos explicaban cómo era morirse por una mina. Cuando llegaron los libros de Goethe la muerte fue algo romántico, para entonces era evidente que había una diferencia abismal entre la muerte de los libros y la que nos tocaba en la calle. Por alguna razón me interesaba más la de los libros: el martirologio con sus innumerables muertes extasiadas, las calacas de Posada y las lunas de Lorca.
Las muertes de mis familiares me ha dejado vacíos, la muerte de mis amigos me ha enseñado a extrañar, la muerte de mis mascotas me ha partido el corazón, mis propias muertes me han enseñado la melancolía, extraño las vidas que perdí y las cosas que ya no soy, pero he aprendido a apreciar el encanto de la mortalidad, te enseña a vivir, tal vez en este momento esa sea la respuesta que buscaba cuando tenía cinco años.
Como colita de este día de difuntos, vale mencionar que el martes falleció la Pelusa, alias cotusa, taltusa, mama, tuti, cosa y cucha, nombres a los que siguiendo su perruno instinto obedecía solamente si estaba de humor, era temperamental, yo creo que era porque nació en el terremoto de febrero de 2001 y por doce años fue parte de nuestra familia; se que mi duelo por un perro puede parecer totalmente fuera de lugar en un mundo que corre veloz de tragedia en tragedia, pero es de esas cosas anacrónicas que suelo hacer, igual que morir de amor o preguntarme insistentemente por el sentido de las cosas. Se lo conté hoy a mi abuela, mientras le ponía flores a su tumba, también le conté que había ido a visitar a mi abuelo para dejarle flores blancas y hojas verdes. Esa es una de las cosas buenas de mi mortalidad, sé que todos mis muertos me acompañan.

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