lunes, abril 23, 2012

Lo prometido es deuda

Un cuento para los que leen:

157. Ola.

La habitación se había ido llenando poco a poco de libros. El primero llegó allí por casualidad, casi sin querer, se lo regaló un amigo que opinó que leer podía ser un buen pasatiempo para olvidar su melancolía. Al sumergirse en el libro se dio cuenta que el tiempo pasaba a otra velocidad y el mundo podía ser otras cosas además del tedio constante. Fue en ese punto donde comenzaron a aparecer los demás libros, como si se hubieran enterado que en ese apartamento de la parte sur de la ciudad estaban recogiendo a todos los sin hogar, llegaron al principio de uno en uno, días si, días no, luego parecieron conspirar y aparecían todos los días, a veces por parejas, a veces hasta seis de una vez, en una ocasión se apareció una familia completa de enciclopedias pidiendo un estante vacío. Las paredes de la casa fueron desapareciendo, los pasillos se fueron estrechando, los sillones, vencidos, doblaban sus patas para que los libros pudieran trepar más fácilmente, no habían suficientes estantes y entonces se desparramaron por las sillas y mesas, entre las sábanas y en medio de la ropa planchada. Fue entonces cuando él escuchó ese rumor sordo que venía desde el fondo del pasillo, de la cocina, levantó la vista y vio la marejada de libros que lo ahogó en letras.

Y otro para los que escriben:

148. Descarga

Luego de un mes sin escribir, había un chorro a presión de palabra no dicha que pugnaba por salir de su cerebro, pero todo ese universo de imágenes rezagadas aún no encontraba una fisura por donde aliviar la presión de aquella cabeza. Se levantó y paseó de un lado a otro, como un animal enjaulado. Por la ventana vio a lo lejos las luces caóticas de la pequeña ciudad caótica que se desparramaba frente al cerro. Las paredes del dique amenazaban explotar, entonces se sentó a su mesita, allí estaba el cuaderno de escribir abierto, con su blancura espantosa. Se colocó de lado en la silla y abrió la caja que guardaba abajo, sacó el revólver, lo apoyó en diagonal sobre su sien derecha, disparó.

Las hojas blancas se fueron tiñendo poco a poco con las palabras de la cabeza que había desfallecido sobre ellas.

No hay comentarios: