Tengo que decir además que luego de eso vino toda la literatura de Verne, sus máquinas futuristas, sus personajes excéntricos, los viajes en el tiempo y toda la ciencia que le acompañaba, con microspios, telescopios, planetas y bacterias, animales prehistóricos y métodos paleontológicos, la ciencia maravillosa que podía explicar los misterios de forma mágica, de modo que cuando a partir de los doce años llegaron los buenos de E.A Poe, Cthulhu cuyo nombre no podían pronunciar labios humanos y que me ponía los pelos tan de punta que tenía que parar y dejar a medias la lectura, los 451 grados Farenheit de Montag, las obligaciones vampíricas y las leyes de la robótica, yo ya estaba echada a perder y no me quedaban más que tres cosas que hacer en la vida: seguir leyendo sci-fi, estudiar Biología y escribir narrativa... si, con esa última decisión me pasé al lado oscuro de La Fuerza y dejé la poesía en este país de poetas donde siempre que decís que sos escritora, después de tratar de asimilar un rato si eso es o no un oficio, luego siempre te presenta como: "ella es la poeta..." para que suene un poco más decente quizás.
Mis primeros pininos en la narrativa fueron puras fan fictions de Transformers, la G1 por favor, donde por primera vez vi el concepto de internet y por supuesto, de TOS, sin saber en ese entonces que me sumaba a un movimiento iniciado por fans para fans desde los setentas y donde la mayoría de escritoras en el género de esa época eran mujeres, vaya cosa.
Por supuesto mis primeras creaciones, mecanografiadas en la fabulosa y reconociblemente ruidosa en todo el vecindario, máquina de escribir Olimpic azul y portátil que mi tío me regaló y de la que he hablado en otro post, se quedaron debajo de la máquina, debajo del colchón de mi cama o en el fondo de mi caja de libros y se perdieron en alguna de las múltiples mudanzas que han poblado mi vida. Lo cual fue un alivio, porque mi timidez crónica que he aprendido a camuflar a fuerza de teatro, no hubiera soportado que tales cosas salieran a la luz.
En eso pensaba justo hoy en medio de un pequeño recreo en la corrección de un texto, aprovechando que ocupo las vacaciones para descansar de mi yo gestora cultural y divertirme con mi yo escritora, estoy corrigiendo por enésima vez (si, la corrección es mi purgatorio personal) uno de mis libros de cuento cuya publicación espero poner en la lista de deseos 2019 y corrigiendo me doy cuenta de cuánto han influido en mí todos los narradores y guionistas de sci-fi que alimentaron mi loca imaginación desde el principio de esta historia. Sin ellos, mis estadías en cama por enfermedad hubiesen sido sin duda insufribles, pero también habría echado en falta esos mundos maravillosos, esos otros mundos a los que podía fugarme siempre porque este me sentaba tan mal, sin Verne, Lovecraft, Poe, Bradbury, Anne Rice, Mary Shelley, Gene Rodenberry, Asimov, Welles, Huxley y todos los chicos y chicas de la sci-fi, no habría tenido un planeta para amueblarlo a pura imaginación, ni me habría perdido tras el lente de un microscopio en el laboratorio o me habría obsesionado entendiendo enlaces covalentes, o las leyes de la termodinámica.
Sin todos ellos no me encontraría ahora corrigiendo la historia del planeta Wish y sus dos lunas, donde Walu, mi heroína, se prepara para una aventura que de seguro le cambiará la vida, como sucede siempre con todas las aventuras.
Bueno... ya me tomé un descanso, es hora de seguir corrigiendo.
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