Un nuevo viaje se inició para Héctor Bigit, dueño del
antiguo edificio Letona, en el Centro Histórico de San Salvador y un colectivo
de artistas jóvenes, que dan vida al
café cultural Maktub.
El edificio Letona, construido a principios de la década de
los treinta, con fuerte influencia de la arquitectura islámica, es una hermosa
construcción de dos pisos, con un entre piso y una azotea, todo el edificio con
vistas muy interesantes del centro de San Salvador, ubicado entre la cuarta avenida norte y calle
Delgado, esquina opuesta al Cine Metro,
uno de los lugares más famosos del centro histórico por la exhibición de
películas porno y porque en sus butacas y baños se pasa de la acción a la
pantalla a la acción real sin aspavientos. Una cuadra después del edificio
Letona se encuentra el Teatro Nacional y
la plaza Morazán.
Héctor Bigit camina por los pasillos observando la
exposición de jóvenes artistas plásticos y cuenta que la apertura del café es
un sueño esperado por 40 años que al fin se concreta, de allí su nombre:
Maktub, palabra árabe que significa “estaba escrito”, como el sentido de que
tarde o temprano llegaremos al lugar que buscamos.
Obed Alfaro y otros jóvenes artistas que participan de la
activación cultural de este espacio, pretenden desarrollar un modelo de gestión
similar al que han realizado en la Casa
Tomada del Centro, una casa ocupada por artistas, a un costado del parque San
José, en pleno centro histórico de San Salvador, donde el entusiasmo ha llevado
a una acción directa con los vendedores informales de la zona, a través de
talleres, charlas, exposiciones y recitales.
Héctor y Obed concuerdan en lo que sueñan para su espacio:
un lugar de encuentro entre artistas y público, un espacio para artistas
emergentes, pero también un espacio donde los niños y jóvenes de los
alrededores puedan participar en talleres de artes plásticas y escénicas.
“Estamos rodeados de violencia, no podemos seguir
proponiendo violencia, tenemos que proponer algo diferente, la gente tiene que
encontrar aquí algo diferente”, dice Héctor.
Desde el balcón donde nos encontramos, a través de los arcos
moriscos del segundo nivel, se ven las calles atestadas del centro, los
policías y soldados encapuchados y alertas, la gente que transita viendo de
reojo “por si acaso” y cuatro chiquillos que juegan ruidosamente con una caja
de cartón que han transformado en carro.
Este nuevo espacio
pasa desapercibido por ahora, como las semillas antes de que despierten.
El próximo mes comenzarán a invitar a los chicos y jóvenes de la zona a los
talleres que se harán con el trabajo voluntario de los artistas, entre los
cuales me incluiré, porque cada vez que veo un espacio como este, se me ocurre
pensar que tenemos esperanza, que pequeños cambios suman y que no sabemos hacia dónde nos llevará este nuevo viaje,
pero disfrutaremos la travesía.