domingo, agosto 30, 2015

Pequeños cambios suman.

El cambio puede comenzar con pequeñas acciones, cosas que en el momento de ser realizadas no sabes hacia dónde podrán llevarte a ti y a tus compañeros de viaje.
Un nuevo viaje se inició para Héctor Bigit, dueño del antiguo edificio Letona, en el Centro Histórico de San Salvador y un colectivo de artistas jóvenes, que dan vida al  café cultural Maktub.
El edificio Letona, construido a principios de la década de los treinta, con fuerte influencia de la arquitectura islámica, es una hermosa construcción de dos pisos, con un entre piso y una azotea, todo el edificio con vistas muy interesantes del centro de San Salvador,  ubicado entre la cuarta avenida norte y calle Delgado, esquina opuesta al  Cine Metro, uno de los lugares más famosos del centro histórico por la exhibición de películas porno y porque en sus butacas y baños se pasa de la acción a la pantalla a la acción real sin aspavientos. Una cuadra después del edificio Letona se encuentra  el Teatro Nacional y la plaza Morazán.
Héctor Bigit camina por los pasillos observando la exposición de jóvenes artistas plásticos y cuenta que la apertura del café es un sueño esperado por 40 años que al fin se concreta, de allí su nombre: Maktub, palabra árabe que significa “estaba escrito”, como el sentido de que tarde o temprano llegaremos al lugar que buscamos.
Obed Alfaro y otros jóvenes artistas que participan de la activación cultural de este espacio, pretenden desarrollar un modelo de gestión similar al que han realizado en la  Casa Tomada del Centro, una casa ocupada por artistas, a un costado del parque San José, en pleno centro histórico de San Salvador, donde el entusiasmo ha llevado a una acción directa con los vendedores informales de la zona, a través de talleres, charlas, exposiciones y recitales.
Héctor y Obed concuerdan en lo que sueñan para su espacio: un lugar de encuentro entre artistas y público, un espacio para artistas emergentes, pero también un espacio donde los niños y jóvenes de los alrededores puedan participar en talleres de artes plásticas y escénicas.
“Estamos rodeados de violencia, no podemos seguir proponiendo violencia, tenemos que proponer algo diferente, la gente tiene que encontrar aquí algo diferente”, dice Héctor.
Desde el balcón donde nos encontramos, a través de los arcos moriscos del segundo nivel, se ven las calles atestadas del centro, los policías y soldados encapuchados y alertas, la gente que transita viendo de reojo “por si acaso” y cuatro chiquillos que juegan ruidosamente con una caja de cartón que han transformado en carro.

Este nuevo espacio  pasa desapercibido por ahora, como las semillas antes de que despierten. El próximo mes comenzarán a invitar a los chicos y jóvenes de la zona a los talleres que se harán con el trabajo voluntario de los artistas, entre los cuales me incluiré, porque cada vez que veo un espacio como este, se me ocurre pensar que tenemos esperanza, que pequeños cambios suman y que no sabemos  hacia dónde nos llevará este nuevo viaje, pero disfrutaremos la travesía.

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