domingo, septiembre 29, 2013

Benditas Esperas

Dicen que uno escribe de lo que le duele, puede ser, o al menos de lo que le molesta o como digo yo, de la piedrita existencial en el zapato de la vida.
El caso es que allá por 2009, Rubidia y yo estábamos hablando sobre ese asunto tan poco hablado de la guerra (Nota: en salvadoreño la guerra es el "conflicto armado de los ochentas" que oficialmente duró doce años y se llevó 80,000 muertes, aunque como siempre en este país, las cifras oficiales se quedan cortas), entonces hablábamos de los desaparecidos de la guerra y yo le digo: yo tengo una obra sobre eso ¿porqué no la hacemos? La verdad tenía un esquema general y un par de párrafos, pero al contar con que se montaría, me puse a escribir como loca y he aquí que después de poner el punto final al libreto, viene la graciosa de la compu de mi casa y ¡chas! que le da un paro viral y queda inservible... Yo entro en crisis total y luego de un par de meses de depre literaria en el que un nuevo cpu llegó a mi hogar y se pudieron recuperar algunos archivos entre los cuales no iba mi pieza, un día mientras me tomaba un café y lloraba mis penas el sol salió: ¿y si la reescribo? Inútil intentar recordar toda la pieza y dejarla tal cual estaba, así que de nuevo tomé la idea general, los personajes y reconstruí la historia, teniendo en cuenta a las actrices que interpretarían cada uno de los personajes, antes no lo había hecho así, pero ahora sentía que esa era la manera adecuada de hacer las cosas.
Así llegué a principios de 2010 con el libreto de Santa María de la Espera a nuestra primer reunión de trabajo con El TIET y Grupo Célula, era un interesante equipo de trabajo porque prácticamente la mitad sabía de la guerra y la mitad no, así que mientras hacíamos las discusiones, ejercicios e improvisaciones íbamos también reconstruyendo entre todos la memoria de esos años y de las cosas que sucedieron y de las cosas que cada uno tenía que decir al respecto. Fué un montaje intenso, fueron unas presentaciones intensas, con gente quedándose al final de la obra para contarnos sobre sus desaparecidos, una gran reflexión de cómo nos apresuramos a callar y olvidar cosas que deben ser dichas y recordadas.
Este año en marzo, con unas lecturas de dramaturgia en femenino para el Día del Teatro, Susana Reyes leyó la pieza y me propuso publicarla bajo Índole Editores, me pareció una idea genial, publicar el texto enriquecido con el aporte de todas y todos quienes estuvimos y estamos en el montaje.
La semana pasada Susana entró en mi oficina con un paquete en brazos y me dijo: "aquí está tu bebé", la alegría era tan grande que me salía por los poros... y aquí está el bebé, para quienes quieran conocerlo, vamos a estar haciendo lecturas de presentación y como no podía ser menos, también haremos una en la Salita del TIET, acá les dejo el dato:

Presentación del libro "Santa María de la Espera"
de Harry Castel
Viernes  4 de octubre. 6:00 p.m.
Salita del TIET. Local ACJ, Urbanizacion San Ernesto, Pje. San Carlos, 128, San Salvador
(sobre el Boulevard de Los Héroes, entre Mr. Donut y Scotiabank)
Entrada Libre
Libro a la venta

sábado, septiembre 21, 2013

¡Salsa!

No puedo decir cuándo ni cómo aprendí a bailar. Tal vez fue mi mamá y mi tía, mis primas, yo que sé... ¿Saben de esa costumbre que tienen las mamás de poner a sus chicos a participar en cuanta velada escolar exista? Mi mamá tenía esa costumbre... y a mí me encantaba, es decir que antes de actuar, lo primero que hice en un escenario fue bailar, era una canción, creo que se llama Brasil o algo así, era con las chicas de noveno grado de la escuela donde mi mamá era profesora, yo tendría unos 4 años y un traje rojo con enormes lunares blancos, tocado incluido, tengo una foto que lo prueba pero no voy a subirla porque es de esas cosas vergonzosas que te ponen los pelos de punta... y bueno, luego fue folklore, disco (si disco, qué puedo decir, los Bee Gees en mi casa de infancia eran de rigor, al igual que los movimientos de cadera de Jhon Travolta) y en algún momento dramático de la historia, es decir allá por los noventas, cuando no me bajaba de mis botas negras y me había olvidado completamente de bailar, escuché a un panameño de apellido Blades, en realidad no era lo mío para nada, pero se me hacía familiar esa canción:
El padre Antonio Tejeira vino de España
buscando nuevas promesas en esta tierra
llegó a la selva sin la esperanza de ser obispo
y entre el calor y entre los mosquitos habló de Cristo...
Y entonces recordé los maravillosos 80's de balas y canciones prohibidas y seguí escuchando y me acordé de bailar ¿Salsa? Si... ¡Salsa! esa cosa contradictoria con la que uno se pregunta con el corazón roto:
Dime cómo me arranco del alma esta pena de amor, 
Esta pena de amor, esta pena de amor, Dime cómo me arranco pa' siempre el inmenso dolor, De esta pena de amor, de esta pena de amor...
Por supuesto, mientras uno menea las caderas con todo el gusto del mundo, al compás de esa contagiosa percusión. Y claro, bailar es una de mis diez cosas favoritas, junto con el chocolate, los gatos y el resto de mi lista y cuando el mundo pinta pésimo, no hay nada mejor que dejar que las caderas se liberen y encuentren su propio ritmo sin censura, para que el cuerpo se pierda y se diluya en la música y si es en compañía de una buena pareja de baile, mucho que mejor.

P.d. Esta es mi canción favorita de Blades


sábado, septiembre 14, 2013

Una aspirina del tamaño del sol

Hay Septiembre, así que vuelvo a Bakunin, a Roque, a la Patafísica y a la fantabulosa dupla de Alan Moore y David Lloyd, este mes me produce un dolor de cabeza que necesita una aspirina del tamaño del sol, tomándole prestada la frase a Roque, sobre todo porque además de increíbles colas para comprar donas al dos por uno, se ha abierto campaña por la presidenciales y esto es como cuando te piden perdón y te prometen cambiar y sabes, dentro de tí sabes perfectamente que la luna de miel durará a lo sumo un par de meses, antes de volver al abuso y tendrías que pararlo, pero estás tan cansada y rota, que ni siquiera tenés fuerzas para meter las manos, así que nada más oyes cómo los otros lo han hecho tan mal y el que promete lo hará tan bien y ves rostros sonrientes en todos los carteles, mientras te preguntas cómo le harás para sobrevivir entre tanta propaganda hasta el día de las elecciones.
¿Deprimente?... Si... eso mismo pensé yo, se debería poder hacer algo, bueno, algo más que quejarse y lamentarse desaforadamente como llorona de sepelio en las redes sociales y si pienso que debo armar una revolución de tamaño universal no creo poder ser capaz de poner un pie fuera de casa, sobre todo si tengo que hacerlo sola ¿Y entonces? Entonces vuelvo de nuevo a Bakunin: "La conciencia humana como base de justicia; la libertad individual y colectiva como única fuente de orden en la sociedad".
Mi amiga y estupenda escritora, Consuelo Tomas, me contó hace tiempo su teoría de la masa crítica: las grandes revoluciones no funcionan, porque luego de que la revolución se instala en el poder se convierte en el sistema (cosas proféticas),  hay que sumar muchos pequeños cambios individuales, cambios que comienzan a partir de decisiones personales, hay que sumarlos hasta que sean suficientes, hasta que formen una masa crítica, como en una reacción física, con la cantidad mínima de material necesaria para que se mantenga una reacción en cadena, se pueden hacer grandes cambios. Cambios, si... como dejar de echarle la culpa al prójimo de todo lo que marcha mal y tomar mi propia responsabilidad en el asunto, como dejar de quejarme y realizar las acciones efectivas que estén a mi alcance, por muy pequeñas que me parezcan, como comenzar por identificar cuáles serán esas pequeñas acciones, como pensar este tipo de locuras que escribo cuando me pongo en situación laberíntica.
La sociodinámica dice que es posible, conozco más de un par de amigos míos sumamente escépticos que levantarán una ceja y pondrán cara de "¿en serio?", pero bueno ¿Qué puedo perder si lo intento?... Haré mi  revolución, después de todo, nunca he renunciado a querer cambiar el mundo... ¡Mierdra  Fynanza  Fysica!

sábado, septiembre 07, 2013

Pequeña pesadilla diurna

Yo estaba soñando que vivía en un paisito inventado... me lo había inventado en mi sueño, era por eso que habían cosas absurdas e inexplicables: a la mañana daban un reporte de muertos diarios y se corrían apuestas sobre la cantidad de muertos con la que cerraríamos el mes, yo estaba tentada a participar en la quiniela, por aquello de que la plata siempre es escasa, pero se me hacía muy macabro. Salía a caminar para espantarme las malas ideas y en las esquinas, medias docenas de chiquillos aporreaban tambores con tanto desafino que parecía que iban a partirse de pena los pobres, mientras señoras y señoritas con camisetas de varios colores, repartían hojitas mágicas que prometían mundos mejores si uno ponía en práctica cierta misteriosa fórmula traída de no se sabía dónde, me esperancé y cada vez más animada tomé la hojita y comencé a leer, busqué la palabra "arte" sin resultado, pensé que podrían haberse confundido y entonces busqué la palabra "cultura" y nada... aquellas dos palabras no existían en el mundo que estaba  soñando.
Entonces comencé a sentir un poquito de aprensión y deseé salir de aquel sueño, porque además parecía que en ese mundo nada me salía bien, llenaba y llenaba papeles que eran presentados una y otra vez para ser devueltos porque faltaba una r en una palabra que yo de sobra sabía que no se escribía con r, pero era inútil explicarlo, lo único que se permitía era volver a llenar el papel y presentarlo y todo era tan disparatado como eso, no entendía cómo funcionaba aquel extraño mundo: quise cambiar de lugar un escritorio de un primer piso a un segundo piso y tuve que vérmelas con decenas de enfurecidos autómatas que gritaban: ¡siempre se ha hecho así! ¡siempre se ha hecho así! Trataba de explicarles y brotaban sindicalistas como los naipes de Alicia en su país de maravillas, que me tomaron de piernas y brazos y me lanzaron fuera.
Comencé a correr y un tipo corrió detrás de mí, cuando me alcanzó, me robó la cartera y siguió corriendo, tras él venían dos policías, respiré aliviada y comencé a hacerles señas, pero me cayeron a golpes porque llevaba una camisa negra con la imagen de Eddie The Head y el pelo largo, es decir, "por apariencia sospechosa", para cuando acerté a comenzar a explicar habían parado y me salvé de milagro: se había abierto la ventanilla de las donas al dos por uno y hacia alli se dirigían presurosos. Me sacudí el polvo y antes que pudiera decir pío, redobles atronadores inundaron el espacio, una bandada de trompetas tocó un destemplado "El Carbonero" y me aparté antes que me pasaran llevando una docena de cachiporristas cubiertas de pie a cabeza para no ser señaladas de indecentes.
¡Dios! - pensé - ¡despiértame! Mientras le daba un sorbo a mi café en el vasito desechable que acababa de comprar y veía un enorme letrero luminoso invitando a pagar su trocito de cielo al 10%, fué entonces cuando lo entendí... ¡No estaba soñando!