martes, enero 02, 2024

El primero del 2024

Casi siempre el Tiet termina de trabajar el 20 de diciembre y el 21 recibo el solsticio de invierno, el Sol Invicto de innumerables culturas, panza arriba en la playa.
Los tiempos cambian y entre mis actividades como AjQuij y quiropráctica, además de la temporada navideña del Tiet que afortunadamente se extendió hasta el 28 de diciembre, el viaje a la playita tuvo que esperar hasta este día Oxi Toj, donde hay muchos motivos para agradecer y en el calendario gregoriano, el Dios Janos mira hacia el pasado y el futuro al mismo tiempo. 
Así que hoy al despertarme pensé: ahora o ahora, agarré mi mochila y aproveché las ventajas de vivir en un país pequeño, donde el transporte colectivo barato, de calidad regular y con atención poco amable, te lleva a casi cualquier parte.
Conocí El Palmarcito, en el departamento de La Libertad, gracias a la actriz, directora y cómplice de cafés, Rubidia Contreras. Ahora que el paisito se gentrifica aceleradamente y casi todo tiene precio o acceso turista, ando siempre en busca de rinconcitos tranquilos donde te dejen estar en paz.
Como en cualquier despedida de vacaciones, el lugar estaba concurrido y la gerencia de Atami había cerrado el paso a la playa vecina a pesar de que es ilegal impedir el acceso a la playa, pero lo de la privatización del espacio público es harina de otro costal. 
De momento mi mochila y yo estábamos cómodamente instalados en un ranchito para pasar el día, porque pocos problemas hay en el mundo y bloqueos artísticos en el espíritu, que el aire de mar no alivie. 
Yo al mar no voy a ver. Soy incapaz de llegar a la playa sin meterme al agua, todavía no supero  el llegar al final de la rambla barcelonesa y tener que conformarme con ver el mar porque era noviembre. 
Por fortuna nací en el trópico y el agua estaba de la forma maravillosa en que suele estar en las mañanas de enero, donde el mar parece también estar de estreno junto con las buenas intenciones de la gente. 
La sabiduría de los ancestros nos dotó de hamacas para hacer germinar las ideas, si no me creen prueben a ver pasar el mundo en los brazos perezosos de una hamaca por una hora o dos. Eso, junto con el fondo sonoro de Nonpa y las olas, era justo lo que necesitaba para salir del modo gestora cultural con agregados administrativos y pasar a modo montaje, dejando que las semillas escénicas germinen. 
Pensar analíticamente puedo planificarlo y me gusta la sensación de control que trae, pero para pensar creativamente necesito soltarme y dejarme llevar por el caos de mi cabeza, en medio de todas las imágenes tarde o temprano surge la que estaba buscando para comenzar. 
Y si, ya se que luego del trabajo de mesa, y cuando junto a los actores  hagamos el dibujo y las impro, todas las escenas que he ido imaginando detalladamente en mi cabeza cambiarán, a veces completamente. De eso se tratan los ensayos, de contarnos historias para ver si entre todos terminamos contando una historia al público, pero siempre necesito hacerme el cuento primero en mi cabeza, imaginar ese otro mundo posible para que quede un tanto más claro lo que quiero decir. 
Termino de soñar despierta y veo el mar rizado en la tarde, azul cobalto con picos de sol, en medio de los dos riscos que encierran esta pequeña playa a ratos pedregosa. Recuerdo que si quiero regresar a Mordor sin quedar atrapada en el tráfico cortazariano, debo regresar temprano y las cuatro es una buena hora para hacerlo. 
Todas las ceibas del camino empedrado me dicen adiós con sus hojas de verde tierno, mientras me tomo mi tiempo para llegar a la carretera. Dejo la prisa para mañana, porque ahora quiero seguir disfrutando de esa rica sensación del caótico pensamiento creativo que se mueve como el agüita del mar cuando el abuelo Imox baila en ella, como las hojas de las ceibas que van diciendo un adiós verde tierno dorado de sol. 

P. D. Me atrapó la cola de entrada al puerto, así que dije ¿y qué tal si escribimos el primer blog de 2024?
Ah, nuestro proyecto de enero lo pueden encontrar aquí y si lo pueden apoyar económicamente o ayudar a difundirlo, se agradece. 

jueves, agosto 17, 2023

A las cinco de la tarde

A las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde... o quizás unos quince minutos antes, estaba llegando a recoger los banners para anunciar nuestras próximas funciones de Santa María de la Espera. En una realidad donde parece que recordar es de mala educación, volver a presentar este montaje quizás no sería la elección más popular, sin embargo este texto y este montaje me son muy queridos, me gusta como quedaron y compartir escenario con Rubidia es algo que siempre me hace feliz, además sigo creyendo que aunque tres décadas han pasado, es justo seguir contando esta historia de la guerra y sus desaparecidos, por todas aquellas personas que aún esperan una respuesta, al menos una respuesta.
Una hora y quince minutos desde Mordor, alias Soyapánico, hasta la parada de Canal 2, que se sigue llamando así aunque lo que haya ahora sea un predio. El tráfico pudo haber estado peor, eso es cierto y me ha dado tiempo para llegar antes de que cerraran el lugar de las impresiones.
El tema es que salí a las cinco de la tarde, ahora si, a las cinco en punto de la tarde y cuando llegué a la salida del centro comercial pensé que ahora si en serio se había desatado el apocalipsis zombie, pero no, era nada más lo que parece ser habitual en esta zona a esta hora: el tráfico imposible donde todos los vehículos permanecen parados como en aquel cuento de Cortázar, el transporte público lleno hasta el rebalse, con racimos de gentes y mochilas colgando de todas las puertas y cuerpos apilados más allá de toda posibilidad de la física newtoniana, además de las hordas humanas caminando en franca desesperación porque resulta imposible o indeseable subirse a un bus o micro a esa hora.
Como mi impulso natural sería caminar, caminé en el pandemonium de la avenida Manuel Enrique Araujo, presidente de la república cafetalera salvadoreña de principios de siglo y asesinado misteriosamente en un banco del Parque Bolívar, con la banda sonora de un concierto de la Banda de los Supremos Poderes. Hice nada más un par de cuadras, hasta que por mi bien o por mi mal me topé con un pequeño café del que Cecy me había hablado, en una de las primeras plazas comerciales de esa zona, que ahora resulta casi imperceptible en medio de los edificios corporativos de las trasnacionales que crecen incontrolables. Así que arteramente y sin esperar a juntarme con mis amigas para conocer los nuevos cotos de caza, entré.
La verdad a esas alturas de la tarde me merecía un café. Había regresado a Mordor a las tres de la tarde, luego de la hermosa ceremonia de Waxakib Batz en el centro ceremonial de Tecpan, que subsiste en el fértil valle de Zapotitán, departamento de La libertad, en el centro del país. Allí nos juntamos Aj Quij del Círculo de Estudios Mayas y del Consejo de Principales Aj Quij'Ab Mayas de El Salvador, para celebrar el día en que según cuentan los abuelos, el abuelo Ixpiyacoc y la abuela Ixmucané, después de consultar el tzité crearon al hombre de maíz. El día que inicia nuevamente la cuenta de doscientos sesenta días del Chol Quij. 
Y claro, como mis múltiples vidas lo demandan, salía media hora después de haber llegado a casa, rumbo a la misión de los banners y a encontrarme con el caos capitalino de las cinco de la tarde. ¿Qué mejor oportunidad para tomar un pequeño descanso y ver la vida pasar?  Las gentes y sus prisas guardan historias, la impaciencia de sus pasos guardan historias, las ganas de estar en otro lugar mientras esperan, perdidos en sus pantallas, escondiéndose de sí mismos porque verse a uno mismo es un oficio peligroso.
Sin embargo, el tiempo pasa y llegar a Mordor me tomará un par de horas, sobre todo si voy a caminar hasta un par de cuadras antes de la Plaza Morazán, en el oscuro corazón de las tinieblas, digo, del centro de San Salvador. Más vale que me ponga a ello cuanto antes y busque una calle tranquila para caminar.
Caminar... pienso que es genial caminar a buen paso y tener tiempo para dejar que lleguen las ideas para lo que falta de los ensayos y la producción de Santa María. Eso me pone de buen humor. Una vez que el rojo del semáforo me deja llegar a salvo a la otra acera, me pongo los audífonos y bajo la Avenida Olímpica, sin tomarme muy en serio su pomposo nombre y cantando la que más me gusta del bueno de Paez, ya llegarán las ideas.

viernes, mayo 05, 2023

9 hojas en el Viento


 Esta es una breve colección de poesía que publico  a través de la Editorial Tiet, tuve la alegría de que la poeta salvadoreña Cecilia Castillo realizara el prólogo de la publicación. Les comparto uno de los poemas de este libro:





1.

Siéntate aquí alma

 

Desde la casa de los colibríes

contemplemos la vastedad del universo

 

Muy pronto nos iremos

 

mientras tanto

siéntate aquí alma

 

y escucha cómo giran las estrellas

cómo van en su camino helado

ispiando sin cesar por celestes rendijas

a los humanos

 

Siéntate conmigo alma

que estoy cansada

Cántame cantos de antes

cuéntame cómo nacieron las cosas

usa solo palabras de alma

que hoy no quiero pensar ni dolerme

por lo que ha de pasar mañana

 

Siéntate conmigo alma

toma con tus manos mi corazón fatigado

hazme escuchar tu silencio

hecho de espacio

y en esta espiral del tiempo

en que retornamos

detén  un momento  las aguas


y déjame ver los colibríes

que estoy cansada


Más publicaciones y las actividades del Tiet en 

blog-de-escenario.blogspot.com

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jueves, abril 27, 2023

La Casa

 En abril, estuvimos realizando cuentacuentos, conversatorios y firma de libros de La Casa, así que para cerrar el mes, comparto con ustedes, uno de los cuentos de esa colección. Para quienes estén interesados en el libro, puede comprarlo en estación Gize Bakery en San Salvador y Casa Flamenco en Suchitoto, o escribirme a asociacion.escenario@gmail.com para actividades escolares con el libro o envíos fuera del país a partir de mayo de 2023. La ilustración es de la genail artista salvadoreña Edith Hernández y los textos de Jen Valiente

Los duendes de la lluvia

En las lejanas tierras de Cuscatlán existieron dos duendes que eran servidores del Señor de las Aguas, eran hermanos y eran gemelos, nadie podía diferenciarlos y todo el mundo les llamaba Los Chaques; además de parecerse en todo cuanto se podía ver por fuera, se parecían en su forma de ser: eran muy alegres y con sus risas atraían a todos los pájaros de los alrededores. Siempre estaban haciendo travesuras y esto les había traído ya problemas en la corte del Señor de las Aguas, porque los gemelos eran un imán de líos.

Una mañana, estaba el Señor de las Aguas en las montañas del norte, escuchando a sus súbditos para enterarse de todo cuanto sucedía y poner orden en sus asuntos, cuando de repente llegó llorando el micoleón, porque al dormirse en un árbol, había dejado colgar su cola y al despertar se dio cuenta que los duendes se la habían enrollado alrededor de un palito, cuando se lo quitó le quedó enrollada la punta y así permanece hasta el día de hoy. Luego gritó la lora que llevaba en las patas su nido, sus hijitos loritos estaban todos pelones, porque cuando  la lora fue a buscar jocotes para el desayuno, los duendes les quitaron todas las plumas y por eso las loras chiquitas son pelonas hasta el día de hoy. Después por señas habló el torogoz, al que los duendes le escondieron la voz en un paredón, por bromear, pero después se les olvidó dónde la habían puesto y hasta  ahora no la han encontrado, por eso el torogoz no canta y se la pasa haciendo hoyos en los muros.

El Señor de las Aguas estaba desesperado con tanta queja: que si le habían pintado el lomo al ocelote, se habían chupado todo el olor de los izotes y quién sabe cuánta travesura más; todos los animales de la montaña estaban bien molestos y querían que se castigara  a los pícaros. En eso llegó volando muy agitado el Rey Zope; el Señor de las Aguas se afligió pensando en qué barbaridad habrían hecho los duendes con Su Alteza, cuando el Rey Zope, casi sin aliento dijo:

-    ¡Señor, Señor, Gran Señor! ¡Los campos de oriente se mueren! Hace un mes cayó la última lluvia y brotó el maíz, pero todas las nubes se fueron y no hay una gota de agua, las plantitas no van a resistir mucho más tiempo. Si tú no llevas agua a oriente, se perderá toda la cosecha y los hombres y  animales morirán de hambre y sed.

Un gran rumor de preocupación se levantó de todas partes. El Señor de las Aguas pensó  que la ocasión  podría servirle para encargar a los duendes una tarea que los mantuviera alejados de los problemas, era tiempo que  comenzaran a tener responsabilidades; además él tenía que quedarse  para arreglar las cosas y enderezar el peñón de Cayaguanca que tampoco se había salvado de las pilladas. Mandó a llamar a los hermanos, que llegaron alegremente seguidos por una parvada de guacalchías, chiltotas, pericos, zanates y cuantos pájaros había en los alrededores. El Señor de las Aguas se les quedó viendo muy serio, en medio del silencio general y los duendes también se pusieron serios, pues no querían disgustar  a su Señor.

-      Mis queridos Chaques – dijo el Señor de las Aguas – Oriente se muere por la sequía y si no reciben agua pronto, la cosecha se perderá y la gente y los animales perecerán… yo no podré ir  porque tengo que quedarme a desenredar las cosas que ustedes han enredado.

Los hermanos se miraron y se pusieron más serios y cabizbajos.

-      Así pues, continuó el Señor de las Aguas, ustedes van a ir a oriente.

Los hermanos se alegraron mucho, en realidad no eran malos y si se metían en problemas era solo porque no medían el alcance de sus travesuras.

El Señor de las Aguas les dio un huevo de guacalchía, de todos es sabido que los huevos de guacalchía son siempre eficaces en encantamientos de todo tipo, y les dijo:

- Vayan rápido al río Lempa y llenen este huevo de agua y después, con mucho cuidado váyanse para oriente y cuando lleguen a los campos de maíz, riegan el agua para que se termine la sequía.

Los duendes salieron corriendo para el río, allá se estuvieron un día y una noche llenando el huevo, porque era bastante agua la que necesitaban los campos y tempranito al día siguiente, se desayunaron dos tortillas con queso y se fueron para oriente, llevaban el huevo bien envuelto en hojas de huerta en una cebadera, donde habían metido también unos tamales pisques y un su poquito de chicha para más tarde. Iban con los pájaros a su alrededor, saltando de cerro en cerro y mojándose los pies en las  quebradas,  cuando se cansaron de tanto andar, se sentaron un rato en el volcán de San Salvador y 8abrieron un par de tamales; después de comer se les antojó algo dulce y allá por Ilopango vieron unos palos de guayaba, con guayabas bien maduritas y olorosas, se acercaron hasta  Soyapango y desde allí, se pusieron a tirarles con hondilla pero se les acabaron las piedras; cada vez más impacientes porque no podían bajar las guayabas, se pusieron a buscar cosas para tirarles, pero no había nada y los palos de guayaba se pusieron a reírse quedito y les decían: “lero, lero… no nos pegan”. De tan enojados que estaban por su mala puntería, les tiraron las hojas de los tamales, el tecomate de la chicha, la cebadera y terminaron por tirarles el huevo. Ni se dieron cuenta, cuando ya el huevo iba volando en el aire, cuando lo quisieron agarrar… ¡Pas! Se estrelló en una hondonada, rompiéndose en dos, se salió toda el agua y es lo que se conoce ahora como el lago de Ilopango.

Los Chaques se quedaron boquiabiertos y sin saber qué hacer, buscaron los cascarones y aunque los encontraron en la orilla del lago, no pudieron volver a meter toda el agua porque su magia no era tan poderosa como la del Señor de las Aguas. A la orilla del lago habían unos árboles a los que les dicen llama del bosque, a sus flores les llaman miones, porque en ellas se guarda el agua de lluvia y cuando uno los aprieta, salen los chorritos de agua. Los duendes cortaron todos los miones que pudieron, los llenaron con agua y los echaron en la cebadera y con eso siguieron su camino a oriente, apurando el paso para no meterse en más problemas.

En el camino se les pasó la aflicción y casi al atardecer llegaron a oriente, jugando con los pájaros que los seguían a todas partes. Cuando llegaron, se quedaron parados viendo el campo: las pobres matitas de maíz se doblaban agotadas por la falta de agua, todo el paisaje estaba seco y café, no había sombra en los árboles, ni zacate en las lomas, los pájaros se callaron ante lo desolado del paisaje. Los duendes sacaron sus miones y comenzaron a regar el agua en el campo, pero la tierra reseca por tanto tiempo, se bebió el agua en un minuto y apenas lograron regar dos surcos con toda la que llevaban.

Los duendes se sintieron muy arrepentidos de su ligereza ¡toda el agua se había perdido por su irresponsabilidad! El Señor de las Aguas los había enviado pensando en que sabrían cumplir con el encargo; las plantas, la gente y los animales dependían del agua que ellos llevaban en el huevo y que tontamente habían botado y ahora, todo el campo se secaría, todo el maíz se secaría. Los duendes pensaron en lo irresponsables que habían sido, todos los problemas que habían causado con sus travesuras  y su falta de seriedad. Mientras volaban sobre el campo marchito, lágrimas asomaron a sus ojos y comenzaron a caer en un gran torrente hacia el campo seco, los  sollozos y suspiros de los duendes formaban nubes que rodaban, chocando una contra otra, sacado chispas y haciendo un gran ruido.

La lluvia cayó generosa sobre el campo, mientras los truenos y relámpagos anunciaban el fin de la sequía. Los duendes se miraban entre sí sorprendidos: ¡habían creado una hermosa tormenta! La tierra se volvió de nuevo húmeda y negra y la cosecha de maíz se salvó, los hombres y los animales bailaron debajo de la lluvia, agradeciendo. Cuando escampó, una capa de siete colores se extendió por el cielo, era señal de que el Señor de las Aguas viajaba por el azul. Cuando llegó a los campos y vio el maíz, sonrió complacido y dijo a los hermanos:

- Mis queridos Chaques, han enmendado su conducta y por eso han alcanzado la magia de la tormenta, de ahora en adelante los rayos y los truenos serán los atabales que anuncien  su llegada.

Los duendes sonrieron, siempre felices pero nunca más irresponsables y cuando regresaban al centro de Cuscatlán, vieron en medio de los campos de oriente una laguna, que se había formado con su primera tormenta. Cientos de pájaros llegaban a sus orillas, atraídos por una magia misteriosa, es la laguna de El Ocotal, donde aún ahora pueden verse  pájaros de los más diversos colores, que siguen sus aguas, como en tiempos antiguos siguieron a los duendes de la lluvia.

Jen Valiente


lunes, enero 23, 2023

Una Luna


 Los lugares son también el espacio de la memoria y la memoria en nuestros días con prisas cercadas por pantallas y los caracteres contados, se disipa como la niebla matutina en medio del tráfico de las cinco y treinta de la mañana, pero los lugares guardan los pasos y las miradas, a veces también guardan las palabras y los fantasmas.

A veces, cuando una se sienta, mira despacio el paisaje frente a los ojos y suspira para llenar de aire cada rincón olvidado de nuestro ser, entonces la memoria regresa como un río o a cuentagotas, según... y los lugares vuelven con sus rostros y sabores, con sonidos y olores. La memoria es también el almacén de los sentidos y como todo actor entrenado sabe, los sentidos son la llave de la emoción, así que poco a poco la emoción se abre paso y te sonreís con vos misma, como la loca que sos, o la que eras en la década de los noventas del siglo pasado. Nunca somos los mismos locos, aunque parezca lo contrario, por eso de tanto en vez podemos encontrarnos con nosotros mismos y sorprendernos pensando: ¿Pero quién carajos es esta loca?

Como soy mala para las fechas no recuerdo cuándo, pero en algún momento de 2012, a la mejor en las inmediaciones de la presentación de la antología Lunáticos, poetas noventeros de la post guerra, donde dejé algunos versos, la Lunática Mayor, la Bea Alcaine, me pidió un texto para el Final Feliz de La Luna Casa y Arte, como en ese entonces yo estaba exprimiéndome la memoria, el cotidiano, la vida y la tristeza escribiendo un micro cuento por día, el micro cuento de uno de esos días fue a parar en una publicación que el año pasado vio la luz de la mano de Índole Editores y de la imaginación acuariana de la Bea.

Al libro lo conocí hace un par de semanas, fui a traerlo a otro de esos lugares que guardan mis pasos: el ahora Restaurante Hidalgo, ex Los Tacos de Paco, durante muchos años el albergue de los miércoles de poesía y donde estuvimos en los días de su cierre con Tommy, hablando de la vida y los tiempos. Llegar de nuevo fue una visita alegre: re conocer un espacio re inventado gracias a la tenacidad de Paco. Fue un momento feliz saber que Restaurante Hidalgo toma el relevo en esto de seguir guardando pasos y memorias.

Lunascopio, el libro que fui a conocer, es una interesante propuesta y ejercicio de la memoria cultural y colectiva del San Salvador de la post guerra. Las estrellas confluyeron en las coordenadas precisas para dar la Luna necesaria a ese momento de nuestra historia cultural, causalidad mágica. Ahora, a diez años de distancia, esas dos décadas pueden verse como se miran las viejas fotos, re conocer algunos rostros y esforzarse en vano por recordar otros. Así, Lunascopio es esa caja de viejas fotografías para los que vivimos la post guerra y también un intento de permanencia de la memoria para que pueda ser alcanzada por los que vendrán luego a caminar los caminos, tal como nosotros en su momento fuimos repasando pasos.

Cuando lo fui leyendo, me encontré de nuevo con los pasos y las voces, con los olores y los rostros, con las palabras y los sabores, incluso me encontré conmigo en una vida anterior, cuando tenía otro nombre. A algunos no he dejado de verlos, a otros los perdí y volví a encontrarlos, otros se han ido irremediablemente y a unos cuantos no quisiera volver a encontrarlos; la vida se teje con cambio y olvido. Sin embargo, escribir resulta un ejercicio de búsqueda de permanencia de eso tan efímero como es lo que vivimos, en ese sentido Lunascopio se suma a la respuesta que Roque se da a sí mismo cuando pregunta ¿Porqué escribimos? Pues eso: custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.

p.d. Para quienes estén interesados, Lunascopio está a la venta en Restaurante Hidalgo, lugar que en verdad merece una visita.

domingo, enero 01, 2023

La última y nos vamos

31 de diciembre. No soy de ir a los centros comerciales. Mucha gente junta me provoca una especie de alergia mental y si quiero un café prefiero llevar mi termo desde casa y sentarme bajo un árbol con buena sombra y mi cuaderno de apuntes, o ir a alguno de mis cafés habituales.
Así las cosas hoy estoy en uno de los centros comerciales más antiguos de San Salvador, cumpliendo uno de mis rituales personales: buscar el postre de fin de año.
Buscar el postre de fin de año viene siendo una excusa para venir temprano a alguno de estos lugares y poner a prueba mi alergia a los humanos, cuando los comercios comienzan a abrir y el flujo de personas no resulta intimidante.
Cumplida la excusa me queda una hora y poco más antes de regresar al ritual doméstico, así que busco siempre un lugar con buena ubicación para ver a la gente que pasa, me pido un café que me sirven en un caso de cartón y dejo que la vida pase como telón de fondo para pensar sobre ese extraño invento humano que es el tiempo. Este día en particular no me produce la agitación que veo a mi alrededor y resulta agradable sentarse tranquilamente a ver cómo el mundo gira en espiral.
No hago una lista de propósitos para año nuevo, los deseos que descubro en mi alma van germinando poco a poco y he
aprendido que a veces, a despecho mío, no son programables y atienden su propio ritmo.
Dejo que todo se deslice fuera de mi burbuja: los regulares de este quiosco de café que desean un feliz año a la cajera, los que vienen de prisa por lo que van a comprar, los que compran porque se supone que es menester comprar algo en estos días, los que se frustran por no encontrar exactamente lo que habían pensado y las parejitas de rigor que esperan a que dé la hora para escaparse al cine, ese público espacio íntimo donde cada vez aguardan menos sorpresas.
Unos minutos antes había entrado en el café que está a mitad del pasillo, donde estuvimos hace tres años con Carlos y Rolo, de camino al velatorio de Erick, regularmente hago una estación con café acá, pero esta vez no me quedé porque no había pay de limón, el aire acondicionado estaba demasiado frío y este año ha fallecido Carlos. Quizás eso me dio por pensar que  cada año de los últimos seis, he estado despidiendo amigos, bellos amigos como diría R., que me han acompañado a escribir y hacer teatro.
Así que voy y me siento en esta breve terraza con el café negro de siempre y el club de los amigos muertos, Gata Negra incluida. Aunque palabras como muerte, mal y tristeza, dichas sin filtros ni hastags, resulten malas palabras en nuestro mundo de 4.5 por 4.7 pulgadas, son palabras que aún conservan cierta belleza imperecedera y antigua, como los riscos y los marmóreos ángeles de los cementerios.
Con mi mano en la tibieza del vaso de cartón pienso en este diverso grupo de hombres que me enseñó de muchas maneras cómo hacer títeres, escribir literatura, danzar, actuar y asumir mi oficio de directora de teatro, así pues R., Casti, Erick, Aníbal, Alejandro y Carlos son también parte de mi teatro y de mis libros, tanto como la Gata Negra lo es de los cuentos de gatos y su impronta surgirá de vez en cuando en alguna frase, en un movimiento, textura o imagen. Cuando se hace y se habla teatro y literatura, se hace y se  hablan también vidas, amores,  muertes y locuras, es por eso que a través de nuestro tiempo compartido mi vida se hizo más rica y más plena, eso también es algo para agradecer en un lugar que muchas veces resulta tan árido. Nuestra naturaleza como nuestro arte es lo efímero, pero el principio de conservación de la materia-energía nos recordará que nada se pierde.
Por muy buena que se haya puesto la bohemia siempre llega el momento de la última y nos vamos, eso es parte del encanto perecedero de la noche y decir adiós es un dolor tan dulce, aunque no lo digas desde un balcón, que vale la pena decirlo de vez en cuando. Lo cierto es el adiós, así que levanto mi café y me despido. La tristeza, que se ha quedado sentada a la mesa viendo como me levanto, se queda ahí mientras me alejo y me dice adiós con la mano.

miércoles, diciembre 07, 2022

Crónicas del País de las Maravillas. La Puerta


Ha caído la noche y el atestado coche ruge y crepita mientras sale del atasco y comienza a subir la pendiente. El Gato Risón conduce sin sonrisa y empujando con voz ronca a los rostros unos contra otros, mientras los empalma en tres filas. El rostro cansado de Alicia se asoma por la ventanilla y entre las ralas luces navideñas ve una larga fila de Cartas de Picas, docenas de Cartas de Picas haciendo guardia al coche en doble hilera desde el pie de la pendiente hasta la Puerta Negra, pero no la que está cerrada y remachada, sino la mismísima entrada a Mordor.

Alicia suspira. Si ella viviera en el País de la Tv sonreiría feliz, segura y sobre todo descansada, mientras decenas de palomas surcaran el cielo tomándose selfies filtradas, pero vive en el País de las Maravillas y el coche lleno de rostros hartos está llegando a la Puerta Negra. La fila de Cartas de Picas cierra el paso y seis cartas con cara amenazante rodean el coche, todos tratan de no parecer sospechosos pero es difícil, si vives en Mordor eres siempre sospechoso y si eres habitante de la Puerta Negra de seguro serás culpable, culpable de vivir en tal lugar, así que simplemente esperan que este día no les toque llenar cuota.

El As de Picas hace un gesto y Alicia mira un menudo Conejo Blanco con un tatuaje tribal en su oreja, nervioso como todos los conejos, desprenderse de la puerta del coche y de un certero empujón llegar a la pared de enfrente  donde se extiende como una estrella de mar. Un par de conejos más siguen la misma ruta, sus bolsas son tiradas a la acera mientras los rostros dentro del coche tuercen las bocas con amargura, desvían la mirada como si vieran algo obsceno y murmuran su enfado muy, pero muy bajito, no sea que la suerte les abandone.

Una de las Cartas de Picas, menuda y cansada igual que los conejos, tan parecida que podría confundirse con ellos,  toma algunas fotos antes de dejar que vuelvan al coche. Los conejos y los rostros evitan mirarse. El coche está pegajoso de miedo y vergüenza y le cuesta arrancar, mientras el Gato Risón sin sonrisa masculla sobre cómo hace dos meses le mataron un primo que no debía nada.

- Ni hace falta deber nada, si entra ya no sale - Remata.

Nadie responde. Alicia se asoma nuevamente a la ventanilla. El coche lleno de rostros silenciosos, ruge y crepita, internándose en Mordor y en la oscuridad, entre una interminable hilera de Cartas de Picas.