sábado, octubre 19, 2013

Memorias de domingo. Barrio Obrero

Domingo 6:00 a.m.Salgo de casa hacia el trabajo (Advertencia: quienes piensan en hacer teatro porque dicen que los artistas tienen mucho tiempo libre, necesitan saber que al igual que las amas de casa, la gente de teatro es 7/24 y al parecer no hay quien lo reconozca).
Unos minutos antes, en los pasajes de mi colonia-dormitorio, a la entrada de una de las grandes estrellas de la página roja: la legendaria Soya City (los que han escuchado alguna vez el Vals del Obrero canten conmigo: este es mi sitio, esta es mi gente...), han pasado voceando pan, tamales y diario, es decir, lo necesario para desayunar y salir  a un día de labores. En la calle la colonia está de pie. Al pasar escucho a una vecina:
- ¿Y para dónde tan temprano niña Tere?
La niña Tere, al igual que media docena de señoras que asoman por los diferentes pasajes, trae una bolsa al hombro y desde una sonrisa recién bañada le contesta:
- Puesí, como el dinero no viene hay que ir a buscarlo - y se ríe, supongo que si tienes que salir a "rebuscarte" a las 6:00 a.m. el séptimo día de la semana, no queda más que reírse.
La media docena de señoras con bolsos y canastos seguramente van al mercado temprano después de tender la ropa, porque hay que estar de regreso a tiempo para la limpieza y el almuerzo y la ida en bus por el Boulevar del Ejército que está en plena y al parecer eterna remodelación y modernización, les garantiza al menos una hora de viaje a la ida y otra a la vuelta (puedo asegurar por evidencia de campo, que la lentitud del tráfico en el atasco será directamente proporcional a la prisa que lleves para llegar a donde vayas). Las señoras abordan un bus y yo espero el destartalado microbús que entre rezongos viene subiendo la cuesta, tengo miedo que si me apoyo demasiado en el pasamanos aquello se rompa a pedazos dejándonos sentados enmedio del asfalto.
La calle bajo la hermosa luz de la mañana de domingo comienza a pasar su película: vendedoras de pan y jóvenes obreros y empleados, mecánicos que se ríen escandalosamente mientras se llevan a los labios tazas de café en tono motor ahogado, el señor del puesto de la esquina del mercado que abre la puerta de su pequeño comercio, escoltado por una decena de perros callejeros, hijos putativos que aguardan obedientes y calmos, el respectivo desayuno con guacal de agua incluido, mientras se sacuden para vencer la modorra y mueven las colas (hay pocas cosas en este mundo tan agradecidas como los aguacaterries salvadorensis callejeros cuando los adoptas).
El tipo del microbús da las mil y un vueltas por estrechas calles al compás de Los Bukis (¡buenos días mundo!) y veinte minutos antes de las 7 a.m. apenas detiene su traste motorizado, para que podamos bajarnos en el Portal La Dalia donde según decires de mi abuela, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial (¿les he dicho que mi abuela contaba el tiempo por desgracias?), estaban los pocos almacenes elegantes donde podían conseguirse medias y bombones de chocolate. La calle todavía apesta a orines, los lustrabotas forman una fila impecable acomodando sus instrumentos y los empleados de los comercios que recién abren maldicen el tener que lavar las asquerosas aceras, mientras en el Parque Libertad un predicador calienta voz con las prostitutas mañaneras y los desempleados que le miran desganados porque a esa hora no hay otra cosa que ver.
Mientras salto charcos en las aceras y veo a ambos lados antes de cruzar la calle, el Barrio Obrero se instala para mover al paisito, como siempre, de lunes a domingo y al igual que las amas de casa y la gente de teatro, son 7/24 y al parecer por lo que se lee en los diarios, no hay quien lo reconozca.

sábado, octubre 12, 2013

Las Preguntas

Tres de la tarde en Sansívar, alias El Paisito... siete de la tarde en Montevideo... siempre me descoloca que haya tanto sol todavía cuando son las siete de la tarde y debería ser de noche, pero en otras latitudes el sol no se comporta como debe.
Sobre la cama del hotel escribo en un momento de respiro, para no dejar en demasiado abandono esta Gaticueva. Ahora la mitad del grupo del Taller de Temas Tabú en el Teatro para Niños y Jóvenes se ha marchado y los que quedamos, patinamos sobre el cansancio, esperando abrazar pronto a los que extrañamos y volver al cotidiano. Por el momento todavía queda ese aturdimiento de las demasiadas imágenes, pensamientos y emociones que suele acompañar la finalización de un proceso. Así que habrá que caminar por las agradables calles de Montevideo, me encanta caminar por calles ajenas, y decir adiós y tomar dos aviones y aterrizar poco a poco en la realidad.
Mi taller comienza mañana, cuando coloque las maletas en la entrada de mi cuarto y las preguntas comiencen a asentarse con fría eficacia. Me encanta hacer taller, es algo que te reta, te renueva, te mueve, pero también me crea siempre cientos de preguntas y ninguna respuesta cierta, este cuestionamiento acerca del oficio o como diría Roque: ¿Porqué cantamos?
Hacer teatro es una carrera de maratón en cualquier parte del mundo, pero para correr la maratón en El Paisito hay que agarrar bastante aire y si de hacer teatro para niños se trata, el asunto puede volverse un tanto más complicado. Durante cinco días, 30 personas metidas en un cuarto se preguntaron cómo tratar temas difíciles en el teatro para niños y jóvenes. Ahora es imposible para mí hacer el resumen de eso, prefiero dejarlo para otro espacio, ahora solo puedo entre sacar retazos del asunto: las preguntas que Suzanne y Carlos generaron, la dinámica que surgió en nuestro pequeño grupo de trabajo, atrincherado en la antigua bóveda (alias el búnker) de un antiguo banco vuelto centro cultural, mientras buscábamos cómo decir lo que queríamos decir, la babel de español, inglés, francés, portugués y gestos con que construíamos una dinámica de comunicación basada en el teatro, la inevitable comparación de las formas de trabajo, producción y relación con el teatro de nuestros países, las ideas que serán haceres futuros, cuando todo lo que se ha vivido se aprenda, la generosidad que puede palparse cuando se juntan artistas a inventar algo y porqué no, la inevitable forma de hacer del Tiet que ya se vuelve parte del hacer que uno hace y que vuelvo a probar una y otra vez con cada nueva cosa.
Al final, cuando uno logra apartar lo suficiente la incertidumbre, queda esa profunda sensación de agradecimiento con la vida, por permitir ciertas cosas.