martes, enero 26, 2016

Diálogos matutinos


Las 5.15 de la mañana. Hace frío y está oscuro, pero los dos suéter más grandes que mi talla, hacen que mi natural friolento deje de tiritar y se avenga a salir a la caminata matutina con el Niche.
A esa hora, una colonia obrera como esta ya ha cobrado vida: los autobuses están corriendo y la señora del fondo del pasaje va al mercado de mayoreo, para la compra que será su negocio del día, los taxistas están terminando de limpiar los vehículos y la gente que entra temprano o que va lejos, ya está juntándose en la parada.
Salimos a la oscuridad y el frío y caminamos colina abajo. Por el camino encontramos siempre a este campesino. Debe tener unos setenta y cinco años. Es un hombre pequeño, moreno de sol y de cansancio, que camina con su paso tenaz y lento, como si midiera la energía que debe distribuir a lo largo de un largo día, y su cuma agarrada con mano poderosa.
Al principio nos cruzábamos y yo, que tengo por costumbre dar los buenos días a todas las personas con las que me cruzo, tal y como mi abuela me enseñó, le decía: ¡buenos días! y el asentía calladamente y seguía su camino. Los campesinos que trabajan en el cerro no hablan con las personas de la colonia, debe ser que no somos de confianza. Pero hoy le dije buenos días y me ha contestado en un susurro, envuelto el cuello y la cabeza en un trapo para protegerse del frío, encima el sombrero de palma. Ese saludo apenas audible me ha hecho tambalear ¿será que ya soy de confianza?
Lo vuelvo a ver mientras sigo bajando la cuesta. Tal vez llegó aquí en los ochentas, huyendo, como huían todos, de las matanzas de la guerra, en oriente y en la zona paracentral. Filas y filas de gente con un bulto en las manos, con una gallina en las manos, con un niño en las manos, con lo primero que se pudo sacar y agarrar para esconderse en la noche y correr por el camino de polvo hasta encontrar la pavimentada, la calle grande, la que llega hasta San Salvador.
Tal vez llegó aquí en los noventas, después de las inundaciones, o en los dos mil, con los deslaves de los terremotos. Tal vez llegó antes o después, en años y años que se cuentan de una tragedia a otra, en nuestro pequeño país de múltiples muertes, donde todos parecen tomar la calle de polvo y querer llegar a la calle pavimentada, la grande, la que lleva a la ciudad, o a la capital, o hasta al norte, allá donde no lleguen todas estas muertes que nos hacen la vida diaria.
Llegamos a la panadería, el Niche y yo. Huele a pan recién hecho y el panadero, en medio de los hornos que lo hacen ignorar la ola de frío afuera, saca las latas de pan. El panadero también tomó la calle polvosa hasta llegar a la pavimentada y parar en una de estas colonias de la periferia de la capital, donde paran todos los que no pueden o no quieren seguir caminando. Al principio él había seguido caminando, llegó hasta México, de allá lo regresaron, le fue mal y no quiere hacer el intento otra vez, mejor estar aquí, al calor de los hornos, en medio del olor del pan.
El Niche y yo regresamos. Mientras camino en la oscuridad y el frío, pienso en esa imagen: un camino, un camino polvoso por donde caminan dos personajes... esa es una buena primera imagen para una obra ¿qué? ¿un cuento, teatro? ¿quiénes caminan? Hay una mujer de unos cincuenta años que camina y no puede ver... ¿porqué escribo siempre sobre mujeres de más de 35?
Sin darme cuenta llego a mi cuadra. En el murito antes de llegar a nuestro edificio, encontramos como siempre, al anciano campesino, está esperando a un su compadre, con el que suben al cerro. Como siempre, voy a decirle adiós, aunque se que no va a contestarme más que con su enigmático movimiento de cabeza. Pero antes que yo hable, con una voz de siglos me dice:
- ¿Ya viene? Hoy fue y vino luego...
- Es que estaba sola la panadería - le contesto tratando de disimular el asombro, como la cosa más natural del mundo.
- Vaya... que le vaya bien.
Me dice y deja de ponerme atención porque su compadre ha llegado. Yo lo veo por un momento y volteo la cara antes que él pueda ver la enorme sonrisa que se está dibujando en mi rostro. Entonces, pienso para mí, ya soy de confianza.  

martes, enero 19, 2016

Retazos de memoria

Cuando contamos una anécdota ¿de qué nos acordamos? Cuando recordamos nuestra propia vida ¿Qué pasamos por alto? Cuando hacemos teatro para hablar de nuestro pasado, de nuestro país, de nosotros ¿Qué escogemos iluminar sobre la escena, qué dejamos en la sombra?
Durante varios años,  cada 16 de enero, fecha de la firma de los Acuerdos de Paz, mi grupo de teatro, El TIET, hacía una actividad para conmemorar esta fecha que nos define como país y hay tanto que hablar respecto a nosotros como país.
El año pasado generamos la iniciativa del Encuentro Teatro y Memoria. Queríamos un espacio donde gente de teatro, haciendo teatro en El Salvador, con temas surgidos desde nuestra historia y memoria, pudiéramos compartir nuestro trabajo desde el escenario, desde la escritura y desde nuestra reflexión sobre el hacer.
Los teatristas salvadoreños estamos demasiado ocupados sobreviviendo. Nos arrolla la urgencia de conseguir la próxima presentación, el próximo espacio, el dinero del alquiler, de rascar con las uñas lo necesario para la próxima producción... no hay tiempo, no hay espacio ni ánimo para vernos, a veces pareciera que tememos vernos...
El espacio era también entonces, un lugar donde poder sentarnos y preguntarnos cosas como: ¿Porqué escribiste eso? ¿Cómo lo hacen ustedes, cómo trabajan? Desde los procesos de escritura y montaje hasta las acotaciones... en el primer encuentro nos la pasamos hablando media hora de las acotaciones...
La experiencia fue tan enriquecedora, que quisimos repetirla en 2016. Primera pregunta: ¿Hablar de nuevo de la guerra? ¿Investigar otros temas donde habite la memoria? Y entonces, discutiendo, pensando, una y otra vez, terminamos por escoger a Consuelo Suncín, artista salvadoreña nacida en Armenia, como la protagonista de nuestro II Encuentro. ¿Cómo reconstruir a este personaje a partir de la memoria? ¿Qué dice el teatro sobre ella?
El primer encuentro lo realizamos con nuestros ahorros navideños. Para este segundo encuentro ya no contábamos con un local donde albergar las presentaciones teatrales, además queríamos publicar un libro con las obras leídas en 2015, dramaturgia salvadoreña contemporánea con temas salvadoreños nacidos de nuestra historia reciente, algo que ninguna institución de cultura está haciendo; invitar a otros dos grupos a sumarse a este nuevo encuentro y estrenar una obra sobre Consuelo Suncín, escrita por nuestro amigo y maestro de dramaturgia, Alejandro Finzi, quien se interesó profundamente en el tema cuando nos visitó por primera vez en 2014 para el estreno de su espectáculo para niños "Historias de Glaciares".
Tocamos puertas y ventanas de instituciones culturales, muchas se cerraron en nuestras narices, otras ni siquiera nos contestaron. Al final, Rubidia  nos acogió en el Teatro Municipal Roque Dalton y Demetrio hizo lo suyo en el Teatro Matías para que Alejandro Finzi pudiera ofrecer un taller de dramaturgia a jóvenes teatristas. Juntamos nuestros escasos ahorros, prestamos dinero y bueno, el telón se abrió, el espacio se creó y una vez más pudimos encontrarnos, compartir y reflexionar sobre nuestro oficio.
Como colectivo que hace teatro de grupo desde la periferia, fuera de los reflectores del stablishment, sin el apadrinamiento de una institución, partido político o de los temas de moda de lo políticamente correcto, estamos a contra corriente, en ocasiones es demasiado cansado, casi desesperanzador, pero vemos los resultados: el libro "Cicatrices de la memoria", con dramaturgia salvadoreña contemporánea; las ideas, reflexiones, recuerdos y esperanzas volcadas en los conversatorios, el estreno de nuestra nueva pieza, las relaciones generadas con otros grupos a través del trabajo teatral, en un medio que generalmente es considerado caníbal, por decir lo menos.
Esa idea, la idea de generar un espacio para que exista este teatro que quiere decir y hacer otras cosas, que no es masivo, que va a contra corriente y poder encontrar a otros viajeros que comparten la búsqueda, eso es lo que nos hace resistir, eso es lo que nos mantiene en el camino. Después vendrán otros y tal vez este intento quede relegado a la oscuridad de la memoria, pero tal vez este intento sea una pequeña fuente de luz, como la esperanza de una solitaria estrella en el desierto.