miércoles, febrero 27, 2019

El último bus

Hago este ejercicio de la página de la mañana ¿sabes? Este dónde te sientas a escribir lo que se te pase por la cabeza. Escribo diarios desde los nueve años, así que tengo algo de práctica y esa página diaria le da coba a mi grafomanía, así que viene bien, pero hoy es miércoles y los miércoles solía escribir en la Gaticueva, hasta que me dejé atrapar por el corre corre cotidiano y ahora que la abro, me doy cuenta que han pasado algo así como un par de meses y cero escritura, justo es que volvamos a darle atención un día a la semana, sobre todo cuando en una semana pasan siempre cosas interesantes en este rincón macondiano del planeta.
Como ayer que terminamos nuestro ensayo de teatro y había un tráfico de espanto y marejadas de gente en las paradas de buses, uno siempre se pregunta de dónde sale tanta gente a las seis de la tarde, así que decidimos dejar pasar el tráfico en el chupadero cutre que descubrimos hace poco a un ladito de la tercera, claro, en el mero centro.
Personalmente tengo debilidad por los chupaderos cutres, no es un chupadero con pretensiones, no te andas tomando fotos p'al face porque has ido de safari al centro de San Salvador donde dicen que asustan, te tomas una chola y una boca decente por un par de dólares, la gente es tranquila, son empleados, obreros y vendedores de la zona y a nadie le da por tener mal trago o se expone a la furia de las encargadas. Nunca he visto una mujer a la que un salón lleno de hombres le guarde más temor reverencial que a la encargada de un chupadero, especialmente si es la Niña Isa, pero eso ya son ligas mayores. Lo único malo es que a veces se adueñan de la rockola los fanáticos del reguetón y entonces siento como si mi vecino estuviera en el piso de arriba de mi apartamento, un sábado cualquiera. Esta fue una de esas veces.
El chupadero en cuestión es un galerón amplio y bien ventilado, con alto techo de lámina, partido en dos alas, cada una de ellas con sus bancas y mesas de madera y su propia video rockola digital y colorica, adosada a la pared. Nos quedamos en el lado equivocado y creo que vimos todos los videos de reguetón que mi vecino pone los fines de semana. Tampoco es tan difícil, pone las mismas seis canciones una y otra vez, todas con el mismo ritmo, las mismas letras misóginas, las mismas chicas hipersexualizadas que te garantizan que si te conviertes en objeto disponible 7/24 tendrás una vida de lujo y los mismos chicos con fajos de billetes en las manos, diciéndote que si eres lo suficientemente malote, tú también podrás salir del gueto y ser parte de los opresores... si.. esa es la conversación mientras vemos la estética de los videos en el pantalla plana del chupadero.
Y de pronto se hacen las ocho y quince y hay que pagar e irse porque el bus te deja y llegar a pie hasta la casa no es recomendable por cuestiones de seguridad. El tráfico bajó, pero la cantidad de gente no, subirse al micro es físicamente imposible, no cabría ni un suspiro en esa coaster que lleva los bajos del equipo de audio retumbando con todo. Afortunadamente viene un bus y cabemos.
Casi todos los pasajeros a esa hora son chicos entre los dieciocho y los veinticinco. Estudian de siete a diez de la mañana o de cinco a ocho de la noche y en lo ancho del día trabajan en call centers, como repartidores, te atienden en el mostrador de comida rápida, en el supermercado o en el almacén. Están cansados pero conversan, se ríen mucho y tienen esa fe loable de que todo va a mejorar cuando terminen su carrera universitaria. Me gustan estos chicos, seguramente no son los jóvenes que salen en la tele o en los que la gente piensa cuando piensa en jóvenes de Soyapango, pero la mayoría son de estos, de estos que se rebuscan, aunque sean prácticamente invisibles y nuestra forma de vida actual se esfuerce al máximo por marginarlos.
Van a tener que creer en mis descripciones porque no tomé fotos ni las subí a las redes, eso solo se hace tranquilamente cuando andás en las plazas turísticas que cuida el CAM y es bonito también hacerlo cada cuando se puede, en el resto de calles de Sansíbar nada más acumulás la experiencia, pendiente de la hora por supuesto, para que no se te vaya a ir el último bus.