sábado, enero 18, 2014

El Mercado

Domingo. 12.30 del mediodía. Los 10 pabellones del Mercado Central de San Salvador totalmente inundados de gente, cestos, voces, ruidos, olores y todos los colores imaginables, una pequeña y caótica ciudad dentro del caos capitalino.
La pregunta existencial de los domingos de mercado: ¿Comemos antes o después de la compra? Hoy tomamos una decisión salomónica y decidimos recorrer la mitad primero, parar a comer y luego seguir con la otra mitad. Así que después de las queserías con sus tonos de blanco, enormes tarros de crema y pequeñas montañas de queso rallado, compramos velas de colores en uno de estos puestos donde te venden aguas de Ven Dinero y Tapaboca (según dicen efectivísimo contra los chambres), jabón Ven a Mí y unas botellitas que no sé de qué son, pero en su líquido cristalino navega la minúscula réplica de un pene, bajo la atenta mirada de dos o tres santos sin altar. Luego al puesto de las especias, donde adoro meter la mano en el saco de los garbanzos y sentir como crujen unos con otros  mientras el gato bengalí del puesto mira con ojos displicentes como nos despachan miel, canela, ciruelas y pasas. Atravesamos el edificio de las carnicerías y regresamos sobre nuestros pasos porque estamos a la mitad y es hora de ir a las coctelerías. Como en un domingo cualquiera, en todas las pantallas se juega el clásico Madrid contra alguien más y en las mesas de la coctelería de enfrente los hombres comentan a los gritos las jugadas en la pantalla. Nos ubicamos en la barra de siempre y preparamos el ambiente para los mariscos con un par de cervezas, que en el calor de San Salvador convierte cualquier mesa desarrapada en un oasis.
Miro a mi izquierda y en el extremo de la barra hay un hombre ebrio que ha pedido un coctel de camarones y con dos dedos alimenta delicadamente a un gatito negro que está en los huesos; el gatito apenas lame y el hombre le habla delicadamente para animarlo. El  hombre que vende el pan con ajo ha llegado y deja las bandejas a un lado mientras se toma la cerveza de rigor antes de seguir con su ruta de venta. La multitud masculina putea a algún delantero que ha fallado el gol y el hombre del gatito sigue hablando. Dejo lo que hay alrededor y me fijo en él, que aconseja al gato: "la vida es dura, pero tenés que darle otra oportunidad, comé, comé, ya vas a ver que vas a mejorar"... aquí dicen que los borrachos y los niños dicen la verdad, el gatito debe conocer ese dicho porque hace el esfuerzo y come un poco. El hombre borracho pide la cuenta y al gato, la mesera lleva la cuenta, pone el gato para llevar y el hombre con la mochila colgada al hombro, se tambalea hasta perderse entre el mercado. Llevo el envase a mis labios y mientras lo veo alejarse espero que ambos tengan otra oportunidad.

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