sábado, junio 22, 2013

La Seño

Cuando  yo era una niña quería ser como mi mamá: profesora. Mi mamá es maestra normalista, es decir, su formación como profesora la recibió en la Escuela Normal España, donde se formaban las maestras, los maestros se formaban en la Escuela Normal Alberto Masferrer y debió ser una experiencia muy completa, porque no he conocido profesores con tanta vocación, actitud y orgullo por su profesión como los normalistas, Las escuelas normales cerraron en los ochentas, después de unos 120 años de existencia y de formar a gente muy consciente de la responsabilidad que tenían en modelar a los ciudadanos y ciudadanas de este paisito que a veces tantos sustos y disgustos nos da.
Mi mamá consiguió su primera plaza en una escuela rural en un cantón de Ilobasco, en el central departamento de Cabañas, bajo la tutela de la Niña Dona, una profesora, como dice mi mamá: de la vieja guardia, una mujer íntegra que terminó de formar en ella una ética y un respeto por su vocación, admirables. Caminaban kilómetros del pueblo al cantón y viceversa y de una casa a otra, examinando los dientes de los niños y niñas: -  si les faltan los de adelante, ya tienen edad para ir a la escuela, aunque se vean chiquitos y la mamá le diga que no tienen la edad, le decía la Niña Dona a mi mamá y ella aprendió también a negociar y a convencer a los papás de los niños y sobre todo de las niñas, para que los dejaran ir "con las señoritas".
Aunque luego se trasladó a Soyapango, a la Escuela Guadalupe, la Señorita Sonia seguía yendo de vacaciones al pueblo de Ilobasco, porque le tomó un cariño que solo se le puede tomar a los lugares donde una ha aprendido cómo Vivir. De Ilobasco recuerdo los intensos colores desperdigados en un suelo de alfombras bajo el increíble calor de Semana Santa, las torrejas con dulce de panela en lugar de azúcar blanca, las pozas donde a diferencia de las piscinas sí podía meterme, porque no tenían cloro y mis incontables alergias no se alborotaban, las gallinas picoteando escandalosamente sobre un patio de piedras de río, negras y lisas, lustradas por incontables lluvias y los techos de tejas que siempre parecían guardar los espantos de los que hablaban por las noches a la luz de las velas, recuerdo también una caminata de noche con paisaje oscuro iluminado por una enorme luna blanca y redonda, cuando un garañón que andaba suelto nos siguió con un trotecito que nos puso nerviosas durante un largo trecho, hasta que se detuvo de golpe y relinchando, levantó sus patas delanteras hacia la enorme luna. - ¡Jesús! - dijo la Niña Dona y se santiguó tres veces y todo el mundo tuvo la sensación que algún extraño espíritu nos había acompañado por el camino nocturno.
Mi mamá fue durante muchos años la Señorita Sonia en salones y pasillos, con chiquillos de primaria y jovencitos rebeldes en consejería, con niños tercamente callados y niños mortalmente hiperactivos del aula de educación especial y después de jubilarse lo siguió siendo en la colonia donde un rótulo a la entrada de nuestro departamento todavía anuncia que se dan clases a niños con problemas de aprendizaje, creo que para ella es tan impensable dejar de enseñar como lo es para mí pensar que algún día pueda jubilarme de la literatura y el teatro.
Hoy nos felicitamos mutuamente por el día del maestro y aunque yo disfruto enormemente de aprender junto a mis alumnos de teatro, de literatura y de creatividad, sé que todavía me falta mucho para llegar a ser como esas Seños de la vieja guardia. Todavía hoy mi mami recibe visitas de señoras que le dicen a sus hijos: mirá, ella es mi Seño. En mi vida he tenido muchos profesores y varios maestros y estoy muy agradecida sobre todo con mis maestros por cada una de sus enseñanzas, creo que compartir el aprendizaje me ha ayudado a ser más consciente porque cuando enseñas algo tienes la delicada misión de hacer crecer semillas de espíritu en las almas que se ponen bajo tu cuidado, es una gran responsabilidad no echar a perder nada, por eso cuando yo sea grande, quiero ser como mi mamá.

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