domingo, junio 16, 2013

Don Cheyo

Mi abuelo era Don Cheyo Mejía, había nacido en Chalatenango, en un pueblo que conocí hace unos seis años, de gira por Chalatenango, mientras desempacábamos las mochilas para prepararnos a montar un espectáculo de malabares para una fiesta patronal, alguien dijo que estábamos en Nombre de Jesús, en cuyos cantones mi abuelo decía que todos los problemas de linderos se arreglaban machete en mano.
Don Cheyo Mejía se había venido a la capital cuando se quedó sin papá debido a que se había caído de su montura, aquí fue portero del Juventud Olímpica, eso me lo contaba cuando yo le preguntaba porqué tenía los dedos así, entonces me contaba lo de las articulaciones de los dedos pulgares dislocadas por incontables paradas ante el arco y en un año que nunca supe cuál fue, estuvo en la Selección Nacional de El Salvador.
Después de cabalgar por los potreros de Chalatenango, cualquier departamento de un edificio multifamiliar en Soyapango es y será un espacio muy reducido, por eso siempre se sentaba junto a la ventana a ver para la calle, viéndolo aprendí que a veces la gente mira hacia otro lugar que al lugar donde está viendo; allí en ese lugar hablaba siempre de tres cosas: fútbol, militares (había sido ordenanza de la maestranza de la Fuerza Armada entre otros muchos oficios) y las enormes selvas que salían en las fotografías de las revistas de National Geographic, esas revistas y las Selecciones del Reader's Digest de mi abuela eran las increíbles lecturas de los siete años, cuando todavía no decidía si iba a ser antropóloga o arqueóloga.
A Don Cheyo lo conocían por su nombre una multitud de personas en kilómetros a la redonda y saludar y despedirse le tomaba la mitad del tiempo en su recorrido del Mercadito a la casa. Cuando se fracturó la pierna y gracias a las atenciones del Hospital Rosales jamás pudo sanar bien del todo, se quedaba a la salida del pasaje y la procesión cotidiana lo saludaba como quien saluda al cacique local, muchas veces en mi vida he querido tener ese don de gentes, pero hay cosas de las que solo se puede ser testigo.
Fueron sus cuentos de miedo en las noches de los ochentas cuando los bombardeos nos dejaban sin luz, los que me produjeron la fascinación por contar historias, realmente era espeluznante pero mis primas y yo no podíamos dejar de escucharlo, aunque sabíamos que luego no íbamos a querer ir a ningún lado en la oscuridad.
Con mi abuelo nuestra infancia estuvo salpicada de rancheras y corridos después del baño, imaginarios campos de un mítico lugar llamado Chalatenango, deliciosa comida casera hecha siempre con muy poco, juegos de fútbol unisex e historias de militares, sobre todo aquellas que comenzaban con: "en tiempos de Mi General Martínez..."
Esta es una de las primeras canciones de las que tengo memoria que me hayan cantado para dormir, con ella quiero darle a Don Cheyo Mejía, en donde está ahora, un feliz día del padre.

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