lunes, mayo 25, 2020

Cuentos del País de las Maravillas. III


Alicia entre abrió lentamente un ojo, no fuera a ser que alguna carta de picas la viera y se le antojara encerrarla, desde que estaban a merced de las cartas de picas, uno debía andarse con cuidado. No escuchó nada, así que decidió abrir despacito ambos ojos, cuando  lo hizo vio a otros en la plaza que estaban haciendo lo mismo, pero sin moverse porque nadie sabía si podían moverse o no, aunque ya todos habían contado hasta cuarenta.
Desde que a la Reina de Corazones le había dado por jugar a las escondidas, nadie sabía en el Reino que  habían de hacer o no. Alicia dio un respingo muerta del susto. Desde los anuncios en la plaza la Reina de Corazones gritaba: “Al que no salte…. ¡que le corten la cabeza!”.
Todos saltaban como locos y los que aún tenían los ojos cerrados rodaban por el piso, pues es difícil mantener el equilibrio saltando sin ver. En eso pasó El Sombrerero Loco con un enorme rótulo que decía “¡Alto!” y todos pararon de golpe. Alicia sudaba y resoplaba cuando por los altavoces se escuchó la voz chillona de la Reina de Corazones:
-          Ahora todos en un pie, menos los que su nombre comience con C… Ahora, los conejos saltarán hacia atrás y quienes se llamen Alicia se pararán de cabeza… ¡Todo el mundo caminando en círculos!
Alicia no sabía si debía caminar en círculos mientras se paraba de cabeza y levantó la mano para preguntar, pero una de las cartas de picas pensó que iba a protestar por el juego y le soltó un bastonazo en la cabeza.
-          ¡Ay! – dijo Alicia sobándose el chichón, pero lo dijo tan fuerte que se escuchó en toda la plaza y entonces la Reina de Corazones perdió los estribos.
-          ¿Quién se atreve a quejarse? ¡Que le corten la cabeza!... – Las cartas de picas cayeron encima de Alicia mientras a la Reina de Corazones casi le daba un soponcio al ver interrumpido su juego -  ¡Ah, cuánta ingratitud! – dijo al borde de las lágrimas, mientras el Sombrerero Loco la abanicaba con billetes de a cien y el As de Corazones repetía constantemente en su pequeña pantalla, que la pobre Reina de Corazones tenía razón en todo.
Alicia no entendía nada. Las cartas de picas la llevaban entre empujones a una cajita de fósforos, donde había encerrado también a la Liebre, al Conejo Blanco y a otros cincuenta súbditos  por no aplaudir cuando era debido. En medio de todo el alboroto, Alicia alcanzó a ver un pañuelo que se agitaba en el aire y la sonrisa inconfundible del Gato de Cheshire, que ya antes le había advertido sobre  seguirle la corriente a la Reina de Corazones.

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