domingo, enero 21, 2018

Lo cotidiano

Cuando lo conocí en un caluroso salón en Cuba hace más de diez años, Alejandro hablaba con voz de docente experimentado sobre El Principito y Exupéry, como uno habla de lo que verdaderamente le apasiona. Yo trataba torpemente de entender cómo traducir la narrativa al teatro. Traducir, ese era el término. Pasar de un lenguaje a otro, sin perder la poesía de la palabra.
Las palabras nos han ido y nos han venido desde entonces. Hay personas con las que los correos electrónicos parecen cartas, como si ese tiempo de papel y lapicero no se hubiera perdido, como si las cosas pequeñas y cotidianas lograran conservar su calor en lugar de correr sin sentido delante de nuestros ojos.
Hablar del clima, de la política carroñera de nuestros países desangrados, de las nuevas obras de teatro que se van escribiendo, montando, ensayando, estrenando... hablar de cómo amanece la calle o del aroma que hay en ese restaurante, hablar de temblores de tierra y de temblores internos, hablar de nuevas ideas para escribir nuevas historias, de autores, del rostro de la gente en el transporte colectivo, de la vida que pasa de largo y de la que alcanzamos a afianzar entre los dedos... hablar de cosas cotidianas como el trabajo, describir la oficina y sus paredes cansadas. Hablar y aprender sobre la belleza que hay en las palabras. Hablar.
Hace un par de semanas, Alejandro volvió a darme una lección de belleza sobre las cosas cotidianas:
 
"Recuerdo que cuando mi hermana Leticia me acompañó, un frío amanecer del 2 de septiembre de 2016, a presentar mis papeles para iniciar los trámites ante ANSES, la cola era larga y con forma de bufanda. Había viejitos, madres con criaturas recién nacidas, mujeres solas, hombres fumando y alguna conversación para buscar abrigo. A las ocho salió un guardia y repartió turnos y nos  metimos adentro, calorcito y sillas. Y decíamos con Leti que qué les hubiera costado abrir antes y permitir que todas esas personas no enfermaran. Los empleados ingresaron a las  7:00 ya, toman su mate cocido con criollos. Muy bien. Pero podrían abrir y comenzar a las 8:00.

Esta mañana fui al Banco Provincia de Neuquén, sucursal jubilados. Llegué a las 7:55 y me encontré con una cola  larga, gris, extensa, muda, que doblaba en forma de u sobre la vereda. Todos eran viejos. Todos. En la cola del Anses estaba la vida, con sus heridas. En ésta, la espera de la muerte. "Hoy me pagan la jubilación". "Lo felicito" me dijo la señora detrás mío. Dejas de trabajar y te felicitan: metáfora perfecta de un país muerto hace mucho tiempo. Las puertas abrieron a las 8:00 en punto (esas puertas las puse en mi adaptación de "El Proceso") y  las personas fueron ingresando. Por momentos la cola se detenía. Minutos después  avanzaba unos metros. Nadie habla. Entraste. Una máquina te da  un número. Te sentás. Y esperás. Ya en mi asiento un hombre se avalanzó. No reaccioné a tiempo y nos caímos los dos. Le faltaba una pierna. Vino una guardiana y me retó porque soy un imprudente sin ninguna consideración. Pedí sentidas disculpas e intenté una conversación con el hombre. Así corren las horas sin la crueldad del tiempo que te empuja por el  Leteo. Una joven mujer me da un sonoro beso: "Profesor Finzi, ¿se jubila? Ya  lo atiendo". "¿Usted quién es?".  "Soy Cacciatore, su alumna. ¿No se acuerda de mí? ". "¿Cuando cursó conmigo?". "En 2001"." ¿Y que hace aquí?".  "Me fuí a La Plata detrás de un muchacho, tengo dos hijos. Volví, no pude terminar". "Haga una materia por año. Una, le pido. Nada más". "Pero usted no va a estar y tengo que cursar Europea II". "Es lo mismo". "No profe, no es lo mismo. Acá tiene, firme todos estos papeles y después vaya al edificio de al lado que le van a entregar su tarjeta". Esta vez el beso se lo dí yo. "Vuelva a la Facultad. "
En el edificio de al lado me dieron el número G0027. Cuando llegué al sector iban por el G0010. Luego de atender a cada jubilado el empleado conversaba con el que estaba al lado. Era una conversación muy animada, pero eterna. La conversación es solventada por el Estado Nacional. Hay que escuchar qué temas discutían. Llegó una pareja y se sentó a mi lado.  Como si tuvieran  un  sexto sentido, no bien el empleado conversador terminó con el dueño del G0012, fueron al mostrador. "No podemos ingresar la tarjeta en el cajero porque somos ciegos". "Busque alguien que los ayude"- ¿Quién ayuda a un par de ciegos en Neuquén?
Llegó mi turno. Ya estoy en casa No puedo ingresar mi clave en la computadora. Mañana haré la cola, pero iré más temprano.

Alejandro"

¿No es hermoso cómo los escritores logran atrapar la belleza?



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